Comentario a las lecturas del domingo quinto de Pascua – A publicado en Diario de Avisos el 20 de Abril de 2008 bajo el epígrafe “el domingo, fiesta de los cristianos”.
Viaje a ninguna parte
DANIEL PADILLA
Estos domingos anteriores a la Ascensión, la liturgia elige fragmentos del largo discurso de la Cena. Son fragmentos en los que Jesús expresa sus últimos deseos, señala pistas, deja un tablón de anuncios. Pero como este Jesús, ya para siempre, además de Dios, será "hombre verdadero", sus palabras están en-vueltas en cierta melancolía. La tristeza de la separación. Por eso, para que no caigan en el pesimismo, le nace espontáneamente el consuelo: "En la casa de mi padre hay muchas estancias... y yo me voy a prepararles sitio. Cuando les prepare sitio, volveré. Y les llevaré conmigo. Para que donde yo esté, estén ustedes".
No eran palabras estériles, huecas, fácil recurso para hacer más soportable la despedida. Eran convicciones pro-fundas de quien sabe que toda su vida, toda su aventura humana que ahora termina, no tuvo otra finalidad que ésa: "Preparamos un sitio, llevamos con él". San Agustín dijo: "Dios se hace hombre, para que el hombre se haga Dios".
Y si no vibramos ante esta idea, es porque la rutina adormece continuamente nuestra sensibilidad. Porque, además, en este empeño contrasta una tristísima paradoja. Y es que "El vino a los suyos", pero "los suyos no le recibieron". Es decir, no le "hicimos sitio". O como el mismo Jesús señaló: "Las aves tienen sus nidos, las zorras sus madrigueras, pero el Hijo del Hombre no tiene una piedra donde reclinar la cabeza". Dicho a las claras: "Aquel Hombre-Dios vino a prepararmos un sitio y nosotros le dejamos sin sitio. ¡En casa de herrero, cuchara de palo!" Quizá por eso, al final de su vida, con lágrimas en los ojos, dejó escapar aquella queja tan triste: "Jerusalén, que matas a los profetas y rechazas a los que te son enviados, ¡cuántas veces quise cobijarte, co-mo una gallina a sus polluelos, y tú no quisiste!"
San Pablo, estremecido de asombro, fue el que mejor medió este empeño de Dios por buscar el "verdadero sitio" al hombre: "Siendo Dios, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte". Por eso, convencidos de que somos, en potencia, "ciudadanos del cielo", proponía con urgencia: "Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba y no las de la tierra". Como diciendo: "Ese es vuestro sitio".
Yo no sé, amigos, si nos hemos enterado de ello. Tomás, al menos, andaba muy despistado: "Si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?" Tampoco Felipe estaba más orientado: "Muéstranos al Padre y eso nos basta". Eran las palabras dichas al tuntún, de gentes poco avezadas en tan altas geografías
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¿Y nosotros? Ahí vamos, caminando de aquí para allá. Haciendo y deshaciendo caminos, casi siempre sin rumbo fijo. Alcanzó, años atrás, gran popularidad –primero, en novela, después, en cine- un título de Fernando Fernán Gómez: "El viaje a ninguna parte". Se refiere él a la vida de la farándula, en la que siempre estuvo metido. Pero yo creo que nosotros, los demás, los pedagogos y los políticos, los docentes y los discentes, los creyentes y los agnósticos, es decir, los caminantes, muchas veces, hacemos también "viajes a ninguna parte". No sólo no "hacemos sitio" a Aquel que "vino a salvar lo que estaba perdido", sino que, con bastante despiste, no acabamos de enterarnos de que "se nos ha preparado un sitio". El sitio único y definitivo. Igual que a Felipe nos podría decir Jesús: "¡Tanto tiempo que estoy con ustedes y todavía no me han conocido!"