Reflexión publicada en la revista "Iglesia Nivariense" MAYO 2008 número 84 en la sección "La calle opina".
SALVADOR FERNÁNDEZ
NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA
No descubro nada al afirmar que estarnos viviendo vertiginosamente, persiguiendo disfrutar de todos los productos que nos son ofrecidos constantemente y de forma inteligente por los medios publicitarios.
Ese constante ofrecimiento nos lleva a tener que optar por aquellos que nos interesan, renunciando a aquellos otros que nos impiden gozar de ese hedonismo que proclama como fin supremo de la vida la consecución del placer.
Nadamos en un mundo materialista, y vamos borrando de nuestras vidas esos códigos que nos resultan incómodos. Y renunciamos a Dios, y le sustituimos por los ídolos del dinero, del hedonismo, de lo material, del egoísmo. Relegamos a segundo plano a la propia familia (hay que ganar dinero), nuestro eslogan es el de "tanto tienes tanto vales", y protestamos cuando la televisión nos hace llegar la noticia de los millones de seres humanos que están muriendo de hambre y sed, impidiéndonos disfrutar de nuestra opípara comida.
Y como nuestra religión nos recuerda las obras de misericordia --dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, etc - nos alejamos de la eucaristía, apuntándonos a eso de "creo pero no practico".
Pero mira tú por donde llama a nuestra puerta el fallecimiento de un ser querido, una seria enfermedad, un hijo discapacitado, el fracaso de la empresa, el paro, el divorcio, la cárcel... Y ese mundo materialista, donde el hedonismo era el rey, se viene abajo. Y en esos momentos de dolor, es cuando descubres la riqueza de la familia, el valor de la amistad, la visita
al amigo enfermo. Y descubres que el botellón no tiene futuro, y aprendes a valorar lo que tienes, comenzando por la familia, la amistad y terminando con esos tenis de marca a los que te crees con derecho.
Cuando el dolor llama a nuestra puerta, lo normal es que maduremos como seres humanos, y que nuestra escala de valores cambie total-mente, descubriendo el valor del Amor, sabiéndonos amados por Dios. El dolor purifica y nos hace volver los ojos hacia ese Dios que tal vez habíamos arrinconado. Y tal vez volvamos a dialogar con El. buscando respuestas a nuestra desgracia, sintiéndonos confortados en la seguridad de que somos escuchados.
Haber pasado por ese trance nos prepara para saber animar a ese familiar, a ese amigo, a ese vecino que ha sido visitado por el dolor.
Por eso comenzaba estas líneas con ese conocido refrán del " no hay mal que por bien no venga".
Y tal vez nuestra reacción sea la de increpar a Dios, quizá con rabia, preguntándole "por qué me ha pasado a mí", y —más tarde o más temprano— la respuesta llega, y descubramos a ese Dios que nos invita con el "venid a Mí los que estáis cansados y agobiados que Yo os aliviaré".