Reflexión sobre la muerte escrita por el padre Antonio María Hernández Hernández y publicada en la HOJA DE DIFUSIÓN PARROUIAL DE SANTA RITA DE CASIA Y DE SAN PABLO EN LAS DEHESAS - PUERTO DE LA CRUZ, número 268. Febrero 2008.
LA MUERTE
La muerte no la entendemos nadie, ni el orden que Dios sigue para esta hora. ¿Por qué yo tantos años viviendo mientras otros tan pocos? No es por ser bueno, ni por ser malo. Solo Dios sabe ¿por qué? Cuándo y dónde. La muerte no es el final. Todo comienza con la muerte. Nos vamos a la casa de Padre Dios, al Hogar del Cielo. Nos podemos reír de todo; pero creo que de la muerte no puede reírse nadie. Cuantos familiares nuestros se han marchado ya a la casa del Padre. iDios mío! Cuantos amigos ya están gozando del cielo. Por eso pienso que lo importante en estos cuatro días que estamos aquí es el comportarnos bien, luchar por vivir en gracia de Dios, llevarnos bien realmente como hermanos, y que Dios nos perdone todos nuestros pecados.
Aprovechar que vivimos aún en el Planeta Tierra y que ninguno de nosotros vaya a ser para siempre desgraciado y en el infierno. Al llegar la hora de la muerte, llega la hora de las cuentas. Desnudos llegamos al mundo y desnudos vamos al cementerio. Los que no cabíamos en la Tierra, por nuestro orgullo y nuestra soberbia, nos meten en un nicho dentro de cuatro tablas. Aquí se nos acaba el cuento a todos, porque al final de la jornada el que salva sabe mucho y el que no se salva no sabe nada.
iAmigos! Qué tétrico, qué aburrido, qué triste y sombrío puede parecer este día. Pero es que la muerte también forma parte de los planes de nuestra vida y hay que pensar en ella para estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora. iQué pena! Tanto luchar, tanto trabajar, tanto sufrir, para que encima eternamente seamos unos desgraciados en el infierno. A luchar pues, amigos. Y no reírnos ni de nada ni de nadie. Hasta de esto que estoy diciendo puede alguien reírse, o pasar de ello. Que te rías de mi, que te rías de mis palabras, ¿que más da? Ese es tu problema; pero que te rías de la muerte, que te rías del infierno, que lástima me da. Tu que piensas así, me das pena.
Vamos a animarnos, vamos a ayudarnos para encontrar el camino de la salvación y un día nos encontremos en el Hogar del Cielo en casa de Padre Dios.
La vida que Dios nos dio, no la dio para descansar, sino para trabajar, para aprovechar el tiempo para utilizarla haciendo buenas obras, ayudando a los demás, colaborando, animando. Precisamente la muerte es el final del dolor, el final de los sufrimientos, el final del trabajo y comienza el descanso.
Hace unos días, alguien al tomar el periódico, para leerlo, me dijo: voy a ver cuántos dejaron de comer hoy. Yo creí que había algún escrito sobre los que mueren de hambre, cada día en alguna parte del mundo, y cuando me fijo, veo que abrió el periódico en la hoja en que están las esquelas. Y seguimos con las bromas. Sin embargo es la verdad más sería y evidente que podemos afirmar. Nadie escapa de la muerte. Está es una realidad indiscutible.
No obstante, el cómo ver la muerte, el cómo considerarla, el cómo afrontarla, el cómo esperarla es muy distinto, según quien la vea, la considere, la afronte o la espere. La gente pasa todo. Desde aquel que acelera ese día por su cuenta, poniendo punto y final por la vía rápida del suicidio, hasta la persona santa que desea con ilusión este momento tan real. Yo creo que debemos contar positivamente con este episodio más de la vida y más que pensar en el punto hemos de pararnos a pensar seriamente, en lo que viene después de la muerte corporal. La muerte no la podemos evitar, eso está clarísimo, aunque no quieras mencionar el nombre de la muerte, y que venga cuando quiera venir.
A muchos les he oído decir que les gustaría morir durante la noche. O séase, acostarse vivo y amanecer muerto sin tener que pasar por una enfermedad larga y dolorosa. A otros les he oído decir, que hay que disfrutar de esta vida y sacarle todo el jugo que tengan los placeres que tiene la vida corporal, porque tienes cuatro días y que hay que vivir bien y gozar todo lo que más se pueda, y jamás negarle al cuerpo lo que él cuerpo pida. Hay quien tiene pánico a la muerte y no quiere ni pensar en ella, también hay quien va de frente por la vida y conscientemente se prepara para recibir, aún con alegría este momento.
Ahora que estoy muy lúcido y dueño de mis actos he querido, también yo, pensar sobre la muerte de un modo realista. Sé que llegará un momento, cuando el Señor disponga, en que ya no pueda más escribir, ni hablar, ni leer, ni pensar. Sé que llegará el momento en que también yo, Antonio María, sacerdote, tenga que presentarme ante un Padre Dios, a dar cuentas de mi vida aquí en la Tierra, y escuchar atento el veredicto final: cielo o infierno. Muchos Santos, como San Luis Beltrán, temblaban pensando en este momento. Otros, como Santa Teresa del niño Jesús, o Santa Rosa de Lima y San Pablo, entre otros, esperaban ilusionados y deseosos este momento crucial en que, se encontraran con Cristo.
Otros piensan desesperados y desconcertados en la muerte y la miran como la peor y más injusta de las desgracias. Como ves, cuántas maneras de ver una misma realidad palpable, como la muerte, que hasta el mismo nombre causa diferentes reacciones.
Pienso seriamente, que ahora que estamos cuerdos, hemos de ver la muerte como un capitulo más de nuestra vida, aunque lo veamos como el último capitulo de la historia de nuestra vida personal, y siempre el último capitulo de cualquier novela, trata del desenlace de la trama de la historia o leyenda que estemos contemplando. Mírala como el final de la película de nuestra vida y creo que es interesante, que el final de nuestra historia sea un episodio, bonito, encantador, hasta alucinante y esto puede ser cuando uno mismo prepara el guión y escribe con antelación la escena para que quede bonita como un broche de oro y diamantes. Que sea como un des-enlace natural, un paso normal triunfante desde el país de los muertos al país de la vida.
Antonio María Hernández y Hernández