Artículo semanal del Padre Fernando Lorente, o.h., publicado en EL DÍA el miércoles 23 de Julio de 2008 en la sección CRITERIOS bajo el epígrafe "Luz en el Camino".
Luz en el Camino. Fernando Lorente, o.h. *
El mundo, Dios y la Iglesia
CONCEBIR el mundo como lo opuesto del hombre, o del espíritu o de la Iglesia, implica afirmar un dualismo que es falso además de ser pernicioso. El mundo es el hombre, la humanidad en el contexto de todas aquellas realidades entre las que vive; "es el teatro de la historia del género humano, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador". Redimido por Cristo y destinado, según el proyecto divino, a transformarse y alcanzar su cumplimiento, como nos ha declarado el Vaticano II. GS 2. Así, el Concilio, volviendo a la tradición más original, afirma la distinción entre Dios y el mundo y la unidad de la historia en la que Dios obra. Reconoce además que el mundo camina hacia su plenitud. Dios mismo, al fin de los tiempos, cuando Él hará los nuevos cielos y la nueva tierra.
En esta visión se sitúa esta reflexión. Conscientes de que el mundo avanza hacia su cumplimiento, conduciendo misteriosamente por el amor de Dios, nos ofrece ver cómo el hombre, en su esfuerzo por estar y por construir el mundo, de hecho procede hacia el reino de Dios, y cómo la Iglesia, siendo ella misma parte del mundo, está llamada precisamente a servir al hombre para que entre en el reino de Dios. Por eso, el mundo, en perspectiva antropológica, es el hombre en cuanto centro de toda la creación, en quien se sintetizan todas las realidades físicas, biológicas, psíquicas y espirituales mediante su inteligencia y su libertad. En la perspectiva cultural, el mundo es también el hombre, la humanidad en cuanto da un sentido, una dirección no sólo a su propia vida, sino a toda la realidad creada mediante opciones libres. Por último, este mundo "los cristianos lo creen creado y conservado por el amor del Creador. Hacemos tantas cosas, vivimos agitados por tantas preocupaciones, que no tenemos tiempo ni fuerzas para hacer un alto en el camino en nuestra vida, dejarnos coger por la sinceridad y decir con nuestro corazón y con nuestros labios las palabras de aquel hijo de la parábola: "Volveré hacia mi Padre".
En la medida en que serenamente nos detengamos a ahondar en lo más profundo de nosotros mismos, allí donde estamos solos y liberarnos de "los personajes" -que somos cada uno de nosotros- y escuchemos con sinceridad y con paz la voz divina, descubriremos lo que es el mundo verdadero y el verdadero Dios.
Denunciamos y nos quejamos constantemente del silencio y de la ausencia de Dios. Sería más justa esta postura nuestra si reconociéramos sinceramente que la voz de Dios sólo resuena en el silencio de los corazones ávidos de oírle para saber lo que es el mundo que debemos vivir, lo que es Él y lo que es la Iglesia, no el que nos figuramos o nos empeñamos en creer, que deben ser el hombre (la humanidad), Dios y la Iglesia; o a lo que quieran que se reduzcan en los países donde los poderes políticos -por más democrático que se consideren- no admiten el valor y sentido religioso de la Iglesia católica en la vida humana y, todavía menos, como principio fundamental de libertad en las naciones que están gobernando.
* Capellán de la Clínica
S. Juan de Dios