S?bado, 26 de julio de 2008

Artículo publicado en el Boletín "MIsioneros Javerianos", núm 443/JUNIO-JULIO 2008, en la sección "la misión: gozo y esperanza"


MISIÓN: LA UTOPÍA DE LA MESA C0MPARTIDA
 

P. Carlos Collantes 

 

Jesús compartía la mesa con todos porque nadie está excluido del amor de Dios. Y a quienes le critican Jesús responde desde su profunda y singular experiencia de Dios: no se puede legitimar en nombre de Dios un orden social excluyente. Hay que construir un nuevo mundo, en el que la misericordia sustituya a la pureza ritual o legal de la ortodoxia farisaica. Y la justicia sea real.

 

Como los profetas del AT, Jesús se pronuncia contra un culto vacío, desli­gado de la justicia. La parábola del buen samaritano nos enseña que la ver­dadera pureza es la solidaridad efecti­va con los necesitados, y solidaridad significa acogida, acompañamiento, también denuncia de las causas de tanta injusticia insoportable y el consi­guiente compromiso decidido a favor de la justicia.

 

En la parábola de los invitados al banquete que encontramos en Lucas 14, 15-24, Dios envía a los suyos a los caminos del mundo para invitar a todos los que están en los márgenes de la vida y de la sociedad. Todos invitados al banquete del Reino, al banquete de una vida más justa, digna y feliz.

 

«El orden mundial no es sólo ase-sino, sino absurdo, pues mata sin ne­cesidad. Hoy ya no existen las fata­lidades. Un niño que muere de ham­bre hoy, muere asesinado», nos re­cordaba no hace mucho Jean Ziegler, exrelator de la ONU. Frente a la situa­ción de injusticia global, creciente e hiriente que algunos llaman orden esta­blecido, frente a tanta explotación sutil y despiadada que otros llaman sustanciosos nego­cios, la Iglesia, en­viada por Jesús y al estilo de Jesús, debe ser una luchadora a favor de la justicia.

 

¿Comida

o combustible?

 

Agrocombustible. Algunos decían que eran la solu­ción. Por ahora, lo que han provocado han sido problemas más graves. Al transformar los cereales en combusti­ble para alimentar millones y millones de coches —máquinas— que entran en competencia con la dieta de millones de personas, la producción de agrocom­bustibles ha disparado el precio de los alimentos. Combustible limpio, —nos prometían o ¿engañaban?—. Suena bien, ¿y qué se ha conseguido? Dispa­rar el precio de los cereales, condenando al hambre a millones de personas en todo el mundo. Es cierto que hay otras causas que han provocado el alza de los precios, la más perversa el «sucio tra­bajo» de los especuladores. (La espe­culación se produce especialmente en la Bolsa de materias primas agrí­colas de Chicago, donde se estable­cen los precios de casi todos los productos alimenticios del mundo. Todos los productos de primera necesi­dad son controlados por al menos ocho grandes multinacionales). Queriendo mantener nuestro estilo de vida, nos ha parecido adecuada la opción por los agrocombustibles «limpios» fa­bricados con cereales. ¿No estaremos buscando soluciones a la medida de nuestro egoísmo? Parece claro que el mundo rico no quiere poner en discusión su propio sistema económico y su estilo de vida. Algunas decisiones en materia económica y monetaria tomadas o seguidas por algunos técnicos, burócratas, multinacionales, organis­mos no pretenden repartir con justicia los bienes de la tierra, sino eliminar co­mensales como si fueran material so­brante y desechable.

 

Banquete de la vida

 

El neoliberalismo asfixiante con su lógica de competencia exacerbada, de acumulación y concentración de poder y riquezas cada vez en menos manos, con su lógica de exclusión, debe hacernos descubrir y vivir nuevas y urgentes tareas para la misión de la Iglesia. Surgen interpelaciones dirigidas a la Iglesia para que viva con más pasión y concre­ción su dimensión profética y comunita­ria, dejándose conducir por el Espíritu, que es fuerza para renovar corazones, actitudes y estructuras sociales injus­tas. La misión es la capacidad de produ­cir signos de justicia y de esperanza, a partir de la justicia manifestada por Dios en la resurrección de Jesucristo.

 

Dios no es neutral ante tanto sufri­miento fruto de la injusticia, por eso de­fiende a los que nadie defiende, no porque tengan méritos particulares sino por «humanidad», porque lo necesitan más, dada su condición de víctimas de la injusticia. Hoy en nuestra sociedad Dios parece ausente social y cultural-mente. ¿Dónde se hace Dios presente? y ¿cómo hacerle presente? En el grito de justicia de los numerosos empobreci­dos. Si escuchamos ese grito y lo escu­chamos colectivamente como Iglesia buscando respuestas daremos enton­ces visibilidad social a Dios. ¿En qué pe­regrinaciones se hace Dios más presen­te: en las peregrinaciones sólo posibles para bolsillos pudientes o en ese éxodo de pobres hacia Europa? ¿En qué procesiones: en las numerosas que pasean sus santos por nuestras calles y ciuda­des o en esas otras de gente excluida que se dirigen a nuestras caritas parro­quiales o a otros organismos asistenciales públicos o privados? Hermanos em­pobrecidos —sacramentos vivos del Señor— que llaman a las puertas-fronte­ras de Europa y quieren participar legí­timamente en el banquete de la vida.

 

Milagros sencillos

 

Participar en el cuerpo y la sangre del Señor, en su mesa, exige una verda­dera redistribución justa de los bienes de la tierra. Si todas las comunidades cristianas del mundo tomáse­mos conciencia de ello y actuáramos al mismo tiempo, unidas por el mismo amor, las mis-mas convicciones, la misma fuerza, al unísono ¿no supondría ello una revolución pa­cífica e inmediata que terminaría con tantas situaciones de sufri­miento, de injusticia hiriente?

 

«Cuando le doy comida al pobre, me llaman un santo. Cuando pre­gunto porqué el pobre no tiene comida, ellos me llaman un comunista», decía el célebre obispo brasileño, Hei­der Cámara. Mientras unos malviven o mueren de hambre, otros duermen —dormimos— inconscientes en la abundancia. Partir el pan eucarístico nos exige luchar no únicamente por nuestros derechos, sino por los dere­chos, reivindicaciones y justas aspira­ciones de las víctimas de tanta injusti­cia. Jesús multiplica el pan con la co­laboración humana y los discípulos lo distribuyen y comparten ¿Qué milagros podemos hacer? ¿Cómo podemos actualizar hoy en nuestro mundo los signos del Reino?

 

Al contemplar los sufrimientos de los más débiles y escuchar el grito de los humillados y explotados las entrañas del Dios-Padre y Madre se conmo­cionan. Dios no puede permanecer insensible ante el sufrimiento de tantos hijos e hijas excluidos de la sociedad y del banquete preparado para que fue­ra compartido por todos. Dios quiere un banquete sin epulones ni lázaros (Lucas 16, 19-31). Por ello su actitud no puede ser más que la protesta y la predilección por los más desfavorecidos. ¿Cómo anunciar y creer en ese Dios en nuestro mundo hoy? No podemos ni anunciar ni creer en un Dios distante. La misión tiene una indudable di­mensión de profecía dirigida contra quienes desde su opulencia y poder no afrontan las causas que generan la injusticia y la opresión. Lo que está en cuestión es nuestro modelo de desarro­llo, claramente insostenible, depreda­dor, contaminante, insolidario. Podemos ser más felices, incluso más perso­nas y no sólo mejores, teniendo menos y compartiendo más. n

 

 

«La comunidad internacional, está llamada a actuar por encima de la simple justicia, manifestando su solidaridad con los pueblos más pobres, preocupándose por una mejor distribución de las riquezas, permitiendo especialmente a los países que tienen riquezas en su te­rritorio o en su subsuelo que sean los primeros beneficiados. Los pa­íses ricos no se pueden apropiar de lo que proviene de otra tierras», —decía recientemente el Papa al recibir a un grupo de nuevos embaja­dores—. «Es un deber de justicia y de solidaridad que la comunidad internacional vigile la distribución de los recursos», agregó el Papa, «poniendo atención a las condiciones propicias para el desarrollo de los países que tienen mayores necesidades». En el mundo actual, aña­dió, «los responsables de las naciones juegan un papel importante no sólo en sus propios países, sino en las relaciones internacionales, para que todas las personas, allí donde vivan, puedan beneficiarse de con­diciones de vida dignas. Por eso, la medida primordial en materia de política, es la búsqueda de la justicia, para que sean siempre respe­tados la dignidad y los derechos de todo ser humano y todos los ha­bitantes de un país puedan tener acceso a la riqueza nacional». Benedicto XVI


Publicado por verdenaranja @ 23:21  | Misiones
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