Comentario a las lecturas del Décimo Séptimo domingo del Tiempo Ordinario - A, publicado en Diario de Avisos el domingo 27 de Julio de 2008 bajo el epígrafe “el domingo, fiesta de los cristianos”.
La isla del tesoro
DANIEL PADILLA
Con qué deleite leíamos en nuestra adolescencia la apasionante novela de Robert Louis Stevenson. Tanto la descripción de sus personajes, como el suspense crea-do en tomo a la búsqueda del tesoro, nos encandilaban. Pienso que nos crecía esta emoción porque, en el fondo, todos andamos buscando un tesoro que nos satisfaga, un quehacer que nos llene, un "status" que nos traiga la felicidad. "Un tranvía llamado deseo", tituló Tenesse Williams su drama. Pero muy bien pudo titularlo: "Un hombre llamado deseo".
Efectivamente, el hombre es un cofre de deseos. Los deseos nos mueven, los deseos abren nuevos horizontes cada mañana en nuestra vida. "Yo voy soñando caminos", decía Machado. Y, aunque en ese incesante "desear", envejecemos, paradójicamente y al mismo tiempo, cada nuevo deseo re-nueva nuestra vida.
Es bueno tener deseos. Es bueno concebir la vida como la conquista de un tesoro, que mueva suficientemente nuestra tendencia, que, por otra parte, tiende a la pereza. Deseos, que den sentido a todos nuestros pasos.
Pues, bien. Resulta que Jesús nos dijo que "el Reino de los cielos se parece a alguien que encontró un tesoro y, por conseguirlo, vendió todo lo que tenía para poder adquirirlo". Como si nos dijera: "Existe una isla, con un tesoro único y total, capaz de llenar las aspiraciones del corazón humano. El que lo encuentra, ya puede abandonar todas las demás aventuras. Que ése es el único necesario. Entiendo que ese es el tema central de nuestra existencia: dar con una "pista", que nos haga dejar de ser, ya para siempre, "des-pistados". Poder distinguir de una vez el "oro", del "oropel". Saber que "no es oro todo lo que reluce". Y aquí es donde quería detenerme. Porque, a pesar de ese torbellino de deseos que es el corazón del hombre, uno tiene la sensación de que el hombre de hoy está hastiado, saturado. Ha probado tantas cosas y de tantos modos, que ya no le apetece nada. Ha gustado tantas golosinas que, como los niños, está "empalagado". Hoy es frecuente encontrar a hombres que no esperan nada del "mañana", porque se han saturado del "hoy".
Y esa es una realidad alarmante, la gran paradoja de nuestros días con todo su inmenso poder de atracción, la sociedad de consumo nos ha ofrecido lo "máximo": felicidades rotundas, tesoros deslumbrantes, técnicas ultramodernas, placeres sin límites y la fascinación del poder. El hombre ha seguido su reclamo. Pero, ¿el resultado? El hombre no es feliz. Crece la "soledad", por mucho que vivamos apiñados en las grandes urbes. Crece la "tristeza", por mucho que nuestros aires se llenen de ritmos y músicas estentóreas. Crecen las "angustias", por mucho que de todo hagamos "chiste". Crecen las muertes desesperadas, por mucho que creemos "paraísos artificiales". En los países de la vieja Europa, demasiada gente se suicida. ¿Qué está pasando? ¿Detrás de qué tesoros vamos caminando? Parece como si se hubiera puesto como símbolo de nuestra actualidad aquel titulo de Francois Sagán: "Bon jour tristesse".
Hubo otros hombres que se fueron tras otros tesoros. Son los santos. San Pablo decía: "Busquen las cosas de arriba..." o "llevamos tesoros muy grandes en vasijas de barro". San Agustín cantó esta experiencia: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti". Y el gran San Francisco Javier, se dejó ganar por esta frase de Jesús: "¿De qué vale ganar todo el mundo, si pierdes tu alma?". Por fin, nuestro Santo Hermano Pedro, parafraseando la frase evangélica anterior, nos dejó esta caritativa advertencia: "Recuerda, hermano, que un alma tenemos y, si la perdemos, no la recobramos". ¡Que sí, amigos. Que hay una "isla del tesoro"!