Comentario a las lecturas del domingo XX del Tiempo Ordinario - A, publicado en el Diario deAvisos el domingo 17 ded Agosto de 2008, bajo el epígrafe "el domimngo, fiesta de los cristianos". Permíteme que te lo diga, Señor. Ando confuso y dividido. El evangelio de hoy, por una parte, me desconcierta; por otra, me enternece y conmueve; y, en todo caso, me anima. Es como una batalla entre dos personas y con un público asistente. Es una discusión de "prioridades salvadoras" entre ti y una mujer cananea, con el coro de los apóstoles al fondo. Un trío muy singular. Me desconcierta, por una parte. Tú contaste, Señor, lá historia del buen samaritano. En ella, ante la actitud negativa de un sacerdote y un levita, que no atendieron a un herido, y la actitud positiva de un samaritano compasivo, nos enseñaste una cosa básica de tu evangelio. Que nunca podemos "pasar de largo", displicente y despreocupadamente, ante los posibles malheridos que hay "al borde del camino". Que tenemos que "bajar de nuestra cabalgadura", por muy planificada que tengamos nuestra vida y nuestras horas, para "vendar las heridas de todos" y "enjugarlas con vino y aceite". Pues, he ahí mi desconcierto. Porque tengo la impresión de que, ante esta cananea suplicante, estuviste a punto de "pasar de largo". Primero, "no le respondiste nada". Después, comentaste: "Sólo me han enviado para las ovejas descarriadas de Israel". Y, todavía, con una metáfora, que hay que suavizarla bastante para que no resulte áspera, añadiste: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos". Dime de verdad, Señor: "¿Querías "pasar de largo" o, al revés, tratabas de fortalecer la fe ya creciente de esta mujer dolorida, para después, detenerte y premiarla?" Me conmueve esta escena, por otra parte. He aquí las pinceladas que da Mateo: "Una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: "Ten compasión de mí, Señor. Mi hija tiene un demonio malo". Lo comprendo. Es una mujer que sufre. Por eso, "iba detrás gritando". No sentía cansancio ni vergüenza. El amor ha sido capaz de todo. Incluso de la humillación que suponía aceptar la dura distinción que Jesús hacía, entre los "hijos" -los de Israel- por una parte, y los "perros" -los extranjeros-, por otra. Ella lo aceptaba todo. Como puede comprobarse en su bella oración esperanzada: "Es verdad Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus señores". Me conmueve esta mujer, Señor. Pero aún me conmueves Tú más. Con tu "saber perder", con tu retirada final, con tu frase de rendición y de "k.o." en el amor: "¡Qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla como tú deseas!". Pero hay más. Esta escena me anima y me reconforta. Porque, hablemos sin rodeos, Señor. Mil veces el hombre vive en situaciones semejantes. Suele ocurrir, más de una vez, que, cuanto más humilde es una persona, cuanto más recta y calladamente va por la vida, más parece cebarse en ella el infortunio, el sufrimiento y la cruz. Hay muchas cananeas por esos caminos, tratando de "comer de las migajas que puedan caer". Pero sus sufrimientos no son escuchados; como los de Job. Necesito mirar mucho esta escena, para animarme. Porque sé que, tarde o temprano, te volverás para decir: "¡Qué grande es vuestra fe!".
DANIEL PADILLA
Perritos Zalameros