Viernes, 22 de agosto de 2008

En el ámbito de los trabajos de la “Conferencia de Lambeth”, el encuentro decenal de todos los Obispos anglicanos del mundo, que se lleva a cabo en Canterbury (Inglaterra) del 16 de julio al 3 de agostode 2008, el Card. Ivan Dias, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha sido invitado a hablar, la tarde del 22 de julio, sobre el tema “Misión, Justicia social y Evangelización”.

 

 

  

MISÓN, JUSTICIA SOCIAL Y EVANGELIZACIÓN

 

Cardenal Ivan Dias

Prefecto de la Congregación para Evangelización de los Pueblos, Roma

 

 

“Este es el día que ha hecho el Señor; regocijémonos y estemos alegres” (Sal 118, 24).  Al comenzar, quiero dar gracias a Su Gracia el Arzobispo de Canterbury por su amable invitación a dirigirme a esta augusta Conferencia. Aprecio sinceramente su ardiente acogida, que repite las palabras del salmista: “Qué bueno y qué agradable es para los hermanos permanecer juntos en unidad” (Sal 133, 1).

 

 

MANDATO DE CRISTO A EVANGELIZAR

 

El tema de esta charla – Misión, Justicia Social y Evangelización – es muy adecuado en este año que conmemora el aniversario de los dos mil años del nacimiento del gran evangelizador, convertido desde Saulo, el perseguidor de los cristianos,  a Pablo, el Apóstol de los Gentiles. San Pablo yace enterrado en Roma, así como San Pedro, el Príncipe de los Apóstoles. Cuando los peregrinos cristianos visitaron sus tumbas en la primera centuria, pedían una gracia singular: tener la fe de San Pedro y el corazón de San Pablo (FIDES Petri et cor Pauli). Pido esta gracia del Señor para todos ustedes aquí hoy.

 

El tema que estamos desarrollando nos lleva al verdadero comienzo de la era cristiana, cuando en el Monte de los Olivos Jesucristo nuestro Señor,  antes de ascender a los cielos, dio el mandato a sus discípulos. “Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). Estaba así encargando a la Iglesia  continuar su misión salvífica en la tierra: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo” (Jn 20, 21). Y el Padre envió a Jesús al mundo al que amó tanto “de modo que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). En la sinagoga de  Nazaret Jesús parafraseó su misión citando al profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha ungido para predicar el Evangelio a los pobres, y me ha enviado a curar los corazones destrozados, a traer la liberación a los cautivos, para dar vista a los ciegos, para poner en libertad a aquellos que están oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Podemos ver aquí una referencia a la íntima relación entre la misión a predicar la Buena Nueva y la necesidad de estar alerta a las necesidades de nuestros hermanos que se relacionan con los asuntos sociales y de justicia. Ello requiere que uno haga que la fe propia fluya a la acción, que vierta de nuestro amor a Dios hacia las tareas de amor por nuestro prójimo, sea amigo sea enemigo. Esto es, de hecho, lo esencial del Mandamiento Nuevo de amor que nos dio Jesús y por el que  seremos juzgados en el Último Día. Es lo básico de la “solidaridad global” para la que el Papa Benedicto XVI hizo un llamamiento hace unas pocas semanas en su mensaje a la Organización de Alimentación y Agricultura en Roma, y a la que aludió en la reciente correspondencia de la Santa Sede con el Primer Ministro Británico, Mr Gordon Brown.

 

Jesús, por tanto, dio a sus discípulos una misión desafiante de renovar la faz de la tierra extendiendo su mensaje de salvación a toda la humanidad. Deseó que su Iglesia fuera dinámica, no estática, y que transformara a la humanidad desde dentro siendo la sal de la tierra, la luz del mundo y levadura en la masa, en orden a preparar la venida de una nueva creación, “un cielo nuevo  y una tierra nueva” (Rev 21, 1).

 

Entonces, para un discípulo de Jesucristo el predicar el Evangelio no es una opción, sino un mandato del Señor. Es por esta razón que San Pablo exclamó: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9, 16) La urgencia a predicar la Buena Nueva es tan verdadera hoy día como fue hace dos mil años, aunque algunos eruditos  ingenuamente han declarado que Dios ha muerto, olvidando que están tratando de un Dios que encontró su camino fuera de la tumba; y a pesar de las opiniones de algunos teólogos que se ruborizan de proclamar la unicidad de Jesucristo y la universalidad de su salvación, ciegos de su severa advertencia que, si alguien le niega aquí delante de los hombres, Él le negará delante de su Padre en los cielos (Mt 10, 33).

 

De hecho, la creencia en la unicidad de Jesucristo y la universalidad de la salvación nos ha sido transmitida desde el principio del cristianismo. San Pedro, que había curado al hombre lisiado de nacimiento “en el nombre de Jesús de Nazaret”, proclamó a las autoridades y al pueblo que le preguntó que “la salvación no está en uno cualquiera sino en  Jesús, porque no se ha dado otro nombre bajo los cielos a los hombres por el que puedan ser salvos” (Act 4, 12). Y San Pablo, en su carta a los Filipenses, dice: “En el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (2, 10-11)

 

Así el mandato misionero nos hace entrar dentro del verdadero corazón de Dios, que quiere que todos los hombres, mujeres y niños sean salvados y lleguen al conocimiento de la Verdad. Después de todo, son sus hijos, el trabajo de sus manos, hechos a su imagen y semejanza, y Jesucristo, su único Hijo unigénito, muerto por todos ellos, santos y pecadores.

 

Un cristiano debe, por tanto, considerarse como dentro de una “misión” a proclamar la persona sagrada y la misión salvífica de Jesucristo en todos los tiempos y sin ningún compromiso en absoluto, y para extender los valores del Evangelio a cada corazón y hombre y cultura. El mandato de nuestro Señor – siempre viejo y todavía siempre tan nuevo –  incumbe a todo cristiano; mucho más a los líderes del Pueblo de Dios, los Apóstoles y sus sucesores, los Obispos.

 

Podría interesarles a ustedes conocer que la Iglesia Católica Romana tiene un departamento especial en Roma, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, fundada en 1622, para seguir la puesta en marcha del mandato misionero de Cristo y los esfuerzos que se están haciendo para plantar la semilla del Evangelio en los lugares donde Cristo es todavía un “Dios desconocido”. En el presente, ese Dicasterio Misionero cuida de casi 1.100 unidades eclesiásticas (diócesis, y prefecturas apostólicas y vicariatos) extendidos por África, Asia, Latino América y Oceanía. Controla, entre otras cosas, el proceso encaminado a elegir candidatos al episcopado, la animación del clero, la instrucción de futuros sacerdotes y catequistas, la formación de religiosos y religiosas, programas que favorecen el empuje misionero de los laicos, incluyendo niños, e iniciativas a favor de los pobres y de los enfermos, viudas y huérfanos, los analfabetos y los marginados.

 

EL CONTEXTO Y RETOS DE LA EVANGELIZACIÓN HOY DÍA

 

El tema de la evangelización se debe considerar en el contexto más amplio del combate espiritual que comenzó en el Jardín del Edén con la caída de nuestros primeros padres, debido a las hostilidades entre Dios y los ángeles rebeldes. Si este contexto  es ignorado a favor de de una miope visión del mundo, la salvación de Cristo será convenientemente descartada como irrelevante.

 

El combate espiritual, descrito en los libros del Génesis  y de la Revelación, ha continuado sin disminución durante todas  las edades. San Pablo lo describió en términos muy vivos: “No estamos luchando contra la carne y sangre, sino contra los principados y potestades, contra los soberanos del mundo de esta oscuridad presente, contra los ejércitos espirituales de maldad en los espacios celestes” (Ef  6, 12).  Este combate ruge con ferocidad aún hoy día, ayudado y amparado por las bien conocidas sectas secretas, grupos satánicos y movimientos NEW AGE, por mencionar solo unos pocos, y revela muchas caras desagradables del horrible monstruo anti-Dios: entre ellos notoriamente está el secularismo, que busca construir una sociedad sin Dios; la indiferencia espiritual, que es insensible a los  valores transcendentales; y el relativismo, que es contrario a los principios permanentes  del Evangelio. Todos estos buscan borrar cualquier referencia a  Dios o a las cosas sobrenaturales, y suplantarlas con valores mundanos y patrones de comportamientos que intencionadamente ignoran lo trascendental y lo divino. Lejos de satisfacer los profundos deseos del corazón humano, favorecen una cultura de muerte, sea física o moral, espiritual o psicológica. Ejemplos de esta cultura son los abortos a petición, (o la matanza de niños inocentes no nacidos), divorcios (que  matan los lazos del sagrado matrimonio bendecido por Dios), materialismo y aberraciones morales (que sofocan la alegría de vivir conducen muchas veces a depresión física profunda), injusticias económicas, sociales y políticas (que aplastan los derechos humanos), violencia, suicidios, asesinatos, y similares, todos los que abundan hoy día y militan contra el pensamiento de Cristo, que vino para que “todos pudieran tener vida y la tuvieran en abundancia” (Jn 10, 10). Dos instituciones vitales de la sociedad humana son particularmente vulnerables a tal cultura de la muerte: la familia y la juventud. Estos deben, por tanto, recibir la atención especial, guía y ayuda de aquellos que el Espíritu Santo ha puesto como pastores del rebaño confiado a su pastoral cuidado.

 

Mientras que, en el pasado, las áreas tradicionales de evangelización eran el corazón y la casa, salud y educación, cuidado del enfermo y el anciano, no podemos ignorar los nuevos horizontes que se deben iluminar por la luz de Cristo. Recordando la predicación de San Pablo acerca del “Dios desconocido” en el Areópago de Atenas, debemos ser conscientes de los muchos areópagos modernos que necesitan ser evangelizados hoy día: entre estos están notablemente los medios de comunicación, el mundo de la ciencia y tecnología, de las comunicaciones políticas y sociales, de refugiados y migrantes, y otros.

 

Entonces hay una extensa gama de religiones y culturas no cristianas, con sus diversas escrituras y sabios, oraciones y símbolos, lugares de culto y prácticas ascéticas, cada una ejerciendo una profunda influencia en los pensamientos y estilos de sus seguidores. Este mosaico de –ismos religiosos y culturales está ahora complicado por un profundo interrogante acerca de la identidad y determinación del hombre en la vida, que surge desde ciencias humanas y sociales, así como físicas. Mientras que este interrogatorio de introspección acerca de  la vida  y determinación humanas pudiera tener un contexto adecuado para la proclamación del Evangelio, muchas respuestas al ser propuestas en nuestro mundo postmoderno han llegado a estar desconectadas de fuentes autoritativas de la razón moral, ignorando la dimensión trascendental de la vida y buscando  hacer a Dios irrelevante. En el mundo occidental, que está cada vez más llegando a distanciarse de las tradiciones y raíces cristianas, ha seguido un contexto de confusión moral, y los principios y valores éticos y morales de sentido cristiano están bajo amenaza de diversas partes.

 

Frente a tal contexto mundial, nosotros los cristianos – y obispos, en primer lugar- difícilmente podemos permitirnos el lujo de permanecer al margen  como pasivos espectadores, o recurrir a una moda de puro mantenimiento, tratando de agarrarse a clichés muy gastados, y escondiendo nuestra luz bajo un celemín (cf. Mt 5, 15). Fieles a  nuestra misión de ser “sal de la tierra” y “luz del mundo y levadura en la masa”,  debemos ser pro activos, y no meramente reactivos, leyendo los signos de los tiempos y proyectando nuestro empuje misionero, firmemente convencidos que Él que mantiene los destinos de la humanidad en sus manos ha prometido estar con sus discípulos hasta el final de los tiempos. Y de ahí, como un proverbio chino dice: “En vez de maldecir la oscuridad, enciende una lámpara”.

 

 

POSIBILIDADES PARA LA EVANGELIZACIÓN

 

En primer lugar, debemos recordar la importancia principal de la vida ejemplar cristiana. Nuestro Señor ha dicho: “Por esto conocerán todos que sois mis discípulos, si  tenéis amor uno hacia el otro” (Jn 13, 35). En la primera era cristiana, los paganos fueron atraídos a la fe cristiana por el modo de comportarse los cristianos, y ellos comentaban: “Mirad, cómo se aman unos a otros”. Este testimonio cristiano está bien descrito en la Carta a Diogneto, escrita por un apologista cristiano en el siglo segundo.  Considero acertado citar algunos extractos de esta carta, que daría mucho que pensar a un pastor cristiano y a algunos incluso ruboriza:

 

 “La diferencia entre Cristianos y el resto de la humanidad no es materia de nacionalidad, o lengua, o costumbres. Los cristianos no viven aparte en ciudades separadas de las nuestras, hablan algún dialecto especial, no practican ninguna especie de vida excéntrica. La doctrina que profesan no es una invención de mentes y cerebros humanos curiosos,  no son ellos partidarios de esto o aquella escuela de pensamiento humano.

 

Pasan sus vidas en cualquier pueblo – griego o extranjero – que cada grupo de hombre haya determinado, y se ajustan al uso local ordinario en su ropa, dieta, y otros hábitos. No obstante, la organización de su comunidad no exhibe rasgos que sean notables, e incluso sorprendentes. Por ejemplo, aunque residen en casa en sus propios países, su comportamiento es más como de transeúntes; toman su parte plena como ciudadanos, pero ellos también se someten  a todo como si fueran extranjeros. Para ellos, cualquier país extraño es patria, y cualquier patria es país extraño. Como los otros seres humanos, se casan y engendran hijos, aunque no se deshacen de sus niños. Cualquier cristiano es libre de compartir la mesa de su vecino, pero no su cama de matrimonio.

 

Aunque el destino los ha colocado aquí en la carne,  no viven según la carne. Sus días los pasan en la tierra, pero su ciudadanía es de arriba de los cielos. Obedecen las leyes prescritas, pero en sus vidas privadas transcienden las leyes…

 

Para exponerlo brevemente, la relación de los cristianos con el mundo es aquella del alma con el cuerpo. Como el alma está esparcida por cada parte del cuerpo, así son los cristianos por todas las ciudades del mundo…  Tal es el alto destino del deber en el que Dios los ha colocado, y  es su deber moral no echarse atrás”.

 

Este es, en pocas palabras, lo que el testimonio cristiano es para todos, y lo que el mundo necesita hoy día. Necesita el testimonio creíble  de simples cristianos que viven en el mundo, con sus alegrías y sus penas, sus esperanzas y tribulaciones, pero no son del mundo. De hecho, nuestros contemporáneos de buena gana creen más  en testigos, que en maestros; y si ellos creen en maestros, es porque son testigos. Los Obispos, por tanto, deberían animar a sus fieles a “dar testimonio de la esperanza que hay en ellos” (1 Pe 3, 15),  de modo que impriman a todos y a cada uno  el que los cristianos como un todo sean temerosos de  Dios, amantes de la paz y respetuosos de la ley. El mundo hoy día necesita apologistas cristianos, no disculpadotes; necesita personas como John Henry Cardinal Newman, G.K. Chesterton, C.S. Lewis, Hilaire Bellos y otros, que brillantemente expusieron la belleza de la fe cristiana sin rubor o compromiso.

 

Además del testimonio de una vida ejemplar cristiana, hay dos caminos que pueden ayudar más a la evangelización hoy día: Son inculturación y diálogo interreligioso.

 

Inculturación es el proceso por el que el mensaje del Evangelio se encarna en culturas y contextos locales, de modo que sea significativo para los miembros de una determinada comunidad cristiana y sea fácilmente entendido por aquellos extraños a ella. Esto implicaría un doble empuje para evangelizar las culturas y para inculturar el Evangelio. Oír el Evangelio puede conducirnos a una purificación de las culturas, mientras que expresiones diferentes culturales pueden enriquecer la proclamación del mensaje del Evangelio. Evangelización e inculturación están íntimamente relacionados una a otra. De hecho, la inculturación sería la expresión cultural de la propia fe y la expresión de fe de la propia cultura. Uno de las grandes tragedias de nuestros tiempos es el divorcio entre la Fe y la  Cultura. Los Obispos deben, por tanto,  animar iniciativas que apunten a mezclar Fe y Cultura armoniosamente juntas a través del arte, la música, danza y liturgia, haciendo algo bello ante Dios y los hombres.

 

En cuanto al diálogo interreligioso, debemos todos ser conscientes que el Espíritu Santo trabaja también fuera de los límites de las Iglesias, y que existen en otras religiones y tradiciones culturales elementos que son verdaderos, buenos y santos. No deberíamos rechazarlos, sino más bien mirar con sincera reverencia aquellos caminos de conducta y de vida, aquellos preceptos y enseñanzas que, aunque difiriendo  en muchos aspectos de los que nosotros tenemos y aceptamos como cristianos, sin embargo son semillas de la Palabra y muchas veces reflejan un rayo de la Verdad que ilumina a todos los seres humanos. Por consiguiente, debemos siempre estar alertas para proclamar a Cristo, el Camino, la Verdad, y la Vida (Jn 14, 6), en el que cada uno puede encontrar la plenitud de vida religiosa, y en el que Dios el Padre ha reconciliado todas las cosas consigo.

 

Para un cristiano entonces, un diálogo de religiones conlleva el descubrimiento de la relación entre el trabajo del Espíritu Santo en la fe cristiana y su acción perseverante en otras tradiciones religiosas. Ello forma una parte de la misión de la proclamación confiada por Cristo mismo a sus discípulos. El patrimonio espiritual de las tradiciones religiosas no cristianas es una invitación genuina al diálogo, no sólo en aquellas cosas que  tienen en común con la cultura cristiana, sino también en sus diferencias. El diálogo, de hecho, nunca es un intento a imponer nuestros propios puntos de vista sobre los otros, ya que tal diálogo llegaría a ser una forma de dominación espiritual y cultural; ello no significa que abandonemos nuestras propias convicciones. Además, significa que, manteniéndonos firmemente en lo que creemos, oímos respetuosamente a los otros, buscando discernir todo lo que es bueno y santo, todo lo que favorece la paz y la cooperación.

 

El diálogo interreligioso se puede expresar a sí mismo de diversas maneras: en un diálogo de vida y acción, de ideas y de experiencia. Un diálogo de vida verá a los cristianos emanando el dulce olor de  Jesucristo y los valores evangélicos en sus encuentros del día a día con personas de otros credos. El diálogo de acción urgirá a los cristianos a hacer su amor a Dios visible a través de hechos  concretos de amor al prójimo, en los campos de la educación y de asistencia médica  e iniciativas socio-humanitarias a favor de los pobres y marginados. El diálogo de ideas demandará un intercambio sincero de nociones sobre Dios y tópicos relacionados con la religión que llevarán a un resultado de mutuo respeto y enriquecimiento. Y, finalmente,  un diálogo de experiencias conducirá a los cristianos y sus compañeros no cristianos a aprender prácticas espirituales de los otros y encuentros místicos.

 

Todo esto se debería realizar llevando en el pensamiento que Cristo nuestro Señor no vino a abolir, sino a dar plenitud, a llevar a realización las semillas plantadas por el Espíritu Santo en las tradiciones de las diversas religiones (Mt 5, 17). Prestando atención al consejo de San Pablo de apreciar “lo que es puro, justo, noble y honesto” (Fil 4, 8), debemos elegir esos valores  de tradiciones no cristianas que son compatibles con el pensamiento y comportamiento cristianos y usarlos como  puntos de arranque para un diálogo interreligioso fructífero llevando a una explicación de su plenitud en la persona divina de nuestro Señor Jesucristo. Algunos de estos arranques podrían ser, por ejemplo: una búsqueda de unión con el Absoluto, la importancia del silencio y la contemplación, honestidad y simplicidad, el espíritu de ascetismo y disciplina, vida frugal, la sed por la educación y la  investigación filosófica, amor a la naturaleza, como también compasión por todos los seres, piedad filial hacia los padres, ancianos y ancestros, amor por la familia y solidaridad dentro de la comunidad.


EMPUJE ECUMÉNICO DE LA EVANGELIZACIÓN

 

Esta presentación estaría incompleta si no tocáramos la dimensión ecuménica en el impulso por la evangelización que anima ya a la Comunión Anglicana ya a la Iglesia Católica Romana. Alguien ha dicho rectamente con una vena de humor: “Si los cristianos no se  comprometen juntos, lo harán separadamente”.  Es obvio que un esfuerzo unido fortalecería ciertamente la implementación del mandato de Cristo a predicar el Evangelio a toda criatura. Debemos recordar con mucho agrado aquí la Declaración Acordada sobre el crecimiento Común en la Unidad y Misión publicada en 2007 por  la Comisión Internacional Anglicano-Romano Católica por la Unidad y Misión (IARCCUM). El documento examina minuciosamente diversos aspectos y propuestas (culto, estudio, ministerio y testimonio) por un empeño común de misión. La mayoría de los Anglicanos y Católicos están dispuestos a estudiar asuntos juntamente y a discernir una adecuada respuesta del Evangelio, lo más fuerte será el impacto de sus esfuerzos de misión. Podrían arrancar con los puntos que unen las dos Iglesias, y poco a poco luchar para clarificar sus aproximaciones y perfeccionar sus intentos de armonizar sus esfuerzos de misión.

 

La Evangelización es la única prerrogativa del Espíritu Santo, que necesita canales a través de los que El puede fluir libremente. Esto será posible en la medida en que haya unidad y cohesión entre los miembros de la Iglesia, entre ellos y sus pastores, y, sobre todo, entre los pastores mismos, sea con la comunidad como con las otras confesiones cristianas. Porque, en el presente marco ecuménico en el que la Providencia ha querido llamar a las iglesias,  una unidad que las una juntamente en la fe apostólica es intrínseca a la misión de la Iglesia de predicar y de extender el Evangelio. De aquí que, cuando ellas están con un mismo sentir y corazón a pesar de su diversidad, su fuerza misionera es en verdad  aumentada y fortalecida. Pero, cuando la diversidad degenera en división, llega a ser un contra testimonio que seriamente compromete su imagen y esfuerzos para extender la Buena Nueva del Jesucristo.

 

Mucho se habla hoy día de enfermedades como la de Alzheimer y Parkinson. Por  analogía, sus síntomas se pueden, a veces, encontrar incluso en nuestras comunidades cristianas. Por ejemplo,  cuando vivimos miopicamente  en el presente efímero,  inconscientes de nuestro patrimonio pasado y tradiciones apostólicas,  podríamos estar sufriendo de Alzheimer espiritual. Y cuando nos comportamos de una manera desordenada, yendo caprichosamente nuestro propio camino sin una coordinación con la cabeza o con los otros miembros de nuestra comunidad, pudiera ser Parkinson eclesial.

 

MARÍA, ESTRELLA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

 

Entre los muchos puntos de nuestro credo, que la Comunión Anglicana y la Iglesia Católica participan juntamente, está su amor y devoción a la Bienaventurada Virgen María, la Madre de Dios, como se ha escrito en la Declaración de Seattle 2005 de la Comisión Internacional Anglicana-Católica Romana (ARCIC II): “María. Gracia y Esperanza en Cristo”.

 

Como, en la Providencia de Dios, la Bienaventurada Virgen María tuvo el único privilegio de dar el Salvador a toda la humanidad, su asistencia debería ser indispensable para los evangelizadores que buscan continuar su misión de dar a Cristo en el mundo. Ella es la Estrella de la Nueva Evangelización. Además de ser tema de piedad religiosa, puede ser invocada para enseñar a los cristianos cómo ser  verdaderamente llenos del Espíritu y conducidos por el Espíritu imitando sus singulares virtudes del Fiat, Magnificat y Stabat: Fiat, diciendo “sí” siempre al plan de Dios por nosotros; Magnificat, pidiendo a Dios su mucha misericordia para la familia humana; Stabat, viviendo nuestro compromiso cristiano con coraje, coherencia y perseverancia hasta el final. Estas tres virtudes pueden ser incentivos poderosos para una vida cristiana genuina y antídotos fuertes contra todo lo que se le oponga. Y desde que María, la más bendita de las mujeres,  es profundamente venerada incluso por personas de otros credos, debe ser considerada un punto importante de referencia para el diálogo interreligioso también.

 

El papel de los pastores que como obispos están llamados a jugar en la Iglesia requiere que continuamente disciernan  si sus esfuerzos pastorales están inspirados por Dios, o motivados por criterios humanos, o provocados por nuestro Mal. En esto la Bienaventurada Virgen María sería su modelo, guía e intercesora, para enseñarles a tener “la mente de Cristo” (Fil 2, 5), para discernir su presencia, su palabra y su voluntad, y para evitar ser astutamente engañados por nuestro ego o por el adversario de Dios y nuestro. Esto es importante para el combate espiritual en el que todos nosotros estamos comprometidos.

 

En un hermoso poema titulado: “La toga de Cristo”, el famoso poeta Joyce Kilmer expuso cuán fácil es detectar al demonio cuando él “viene en su propia forma” y echarle fuera con la señal de la Cruz, pero qué difícil es discernir  la autenticidad de un Cristo togado que aparece con una cara triste, una cabeza coronada y manos y pies heridos. Él se vuelve a María para orientación segura, porque la “Madre de Cristo conoce a su Hijo”. Ella le dice: “Este es el Hombre de la Mentira, disfrazado con temeroso arte, tiene las manos y los pies heridos, pero no el corazón herido”.

 

En comunión con la Bienaventurada Virgen María y todos los Ángeles y Santos, encomiendo esta Conferencia de Lambeth a Dios Todopoderoso, y pido que, a través de ella,  Él pueda dar incontables bendiciones sobre la Comunión Anglicana por todo el mundo. Con  el Cardenal John Henry Newman, una importante figura para los Anglicanos y Católicos igualmente, os uno en la oración al Espíritu Santo.

 

Guía, bondadosa Luz, entre la ceñida oscuridad,

Guíame tú!

La noche es oscura, y yo estoy lejos de casa;

Guíame tú!

Mantén tú mi pie: no pido ver la distante escena:

Un paso es suficiente para mí.

 

(Traducción particular no oficial desde el Inglés)

 
El texto completo original del discurso del Card. Dias, en inglés

http://www.fides.org/ita/vita_chiesa/2008/cidias_230708.html


Publicado por verdenaranja @ 0:41  | Hablan los obispos
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