Extracto de DOSSIER FIDES “Turismo sexual y obra de contraste de los misioneros” publicado por Agencia Fides el 7 de Agosto de 2008.
La explotación sexual y el Magisterio de la Iglesia católica
La “Gaudium et Spes” se exprime así acerca de la explotación sexual: “Cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador”.
En el 2001, en su discurso a los representantes del Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede, Juan Pablo II afirmó: “¡Sí, en este inicio de milenio, salvemos al hombre! ¡Salvémoslo todos unidos! A los responsables de la sociedad toca proteger la especie humana, procurando que la ciencia esté al servicio de la persona, que el hombre no sea ya un objeto para cortar, que se compra o se vende”.
También en la Carta Apostólica “Mulieris Dignitatem”, Juan Pablo II habla de este fenómeno cuando trata de la mujer sorprendida en adulterio y hace un llamado a la responsabilidad de aquellos que cometen este pecado, sobre todo del hombre, que generalmente deja sola a la mujer: “Jesús entra en la situación histórica y concreta de la mujer, la cual lleva sobre sí la herencia del pecado. Esta herencia se manifiesta en aquellas costumbres que discriminan a la mujer en favor del hombre, y que está enraizada también en ella. Desde este punto de vista el episodio de la mujer «sorprendida en adulterio» (cf. Jn 8, 3-11) se presenta particularmente elocuente. Jesús, al final, le dice: «No peques más», pero antes él hace conscientes de su pecado a los hombres que la acusan para poder lapidarla, manifestando de esta manera su profunda capacidad de ver, según la verdad, las conciencias y las obras humanas. Jesús parece decir a los acusadores: esta mujer con todo su pecado ¿no es quizás también, y sobre todo, la confirmación de vuestras transgresiones, de vuestra injusticia «masculina», de vuestros abusos? Esta es una verdad válida para todo el género humano. El hecho referido en el Evangelio de San Juan puede presentarse de nuevo en cada época histórica, en innumerables situaciones análogas. Una mujer es dejada sola con su pecado y es señalada ante la opinión pública, mientras detrás de este pecado «suyo» se oculta un hombre pecador, culpable del «pecado de otra persona», es más, corresponsable del mismo. Y sin embargo, su pecado escapa a la atención, pasa en silencio; aparece como no responsable del «pecado de la otra persona». A veces se convierte incluso en el acusador, como en el caso descrito en el Evangelio de San Juan, olvidando el propio pecado. Cuántas veces, en casos parecidos, la mujer paga por el propio pecado (puede suceder que sea ella, en ciertos casos, culpable por el pecado del hombre como «pecado del otro»), pero solamente paga ella, y paga sola. ¡Cuántas veces queda ella abandonada con su maternidad, cuando el hombre, padre del niño, no quiere aceptar su responsabilidad! Y junto a tantas «madres solteras» en nuestra sociedad, es necesario considerar además todas aquellas que muy a menudo, sufriendo presiones de dicho tipo, incluidas las del hombre culpable, «se libran» del niño antes de que nazca. «Se libran»; pero ¡a qué precio!
La opinión pública actual intenta de modos diversos «anular» el mal de este pecado; pero normalmente la conciencia de la mujer no consigue olvidar el haber quitado la vida a su propio hijo, porque ella no logra cancelar su disponibilidad a acoger la vida, inscrita en su «ethos» desde el «principio».…Por tanto, cada hombre ha de mirar dentro de sí y ver si aquélla que le ha sido confiada como hermana en la humanidad común, como esposa, no se ha convertido en objeto de adulterio en su corazón; ha de ver si la que, por razones diversas, es el co-sujeto de su existencia en el mundo, no se ha convertido para él en un «objeto»: objeto de placer, de explotación.” (n.14).
En la Exhortación Apostólica “Ecclesia in Asia” se denuncia este fenómeno, tan extendido en Asia, sobre todo por causa del turismo sexual: “La realidad del turismo exige una atención particular. Aun tratándose de una industria legítima, con sus propios valores culturales y educativos, el turismo tiene en algunos casos un influjo devastador sobre la fisonomía moral y física de numerosos países asiáticos, que se manifiesta bajo forma de degradación de mujeres jóvenes y también de niños mediante la prostitución” (n.7). “El Sínodo manifestó especial preocupación por la mujer, cuya situación sigue siendo un serio problema en Asia, donde la discriminación y la violencia contra ella frecuentemente se lleva a cabo dentro del hogar, en los lugares de trabajo o incluso en el sistema legal. El analfabetismo se halla especialmente difundido entre las mujeres, y muchas son tratadas simplemente como objetos en el ámbito de la prostitución, del turismo y de la industria de la diversión” (n.34).
Asimismo en la “Carta a las mujeres”, Juan Pablo II muestra su preocupación ante el fenómeno de la explotación sexual de la mujer: “Mirando también uno de los aspectos más delicados de la situación femenina en el mundo, cómo no recordar la larga y humillante historia —a menudo « subterránea »— de abusos cometidos contra las mujeres en el campo de la sexualidad? A las puertas del tercer milenio no podemos permanecer impasibles y resignados ante este fenómeno. Es hora de condenar con determinación, empleando los medios legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia sexual que con frecuencia tienen por objeto a las mujeres. En nombre del respeto de la persona no podemos además no denunciar la difundida cultura hedonística y comercial que promueve la explotación sistemática de la sexualidad, induciendo a chicas incluso de muy joven edad a caer en los ambientes de la corrupción y hacer un uso mercenario de su cuerpo”(n.5).
El 15 de mayo de 2002, Juan Pablo II dirigió una carta al Arzobispo Jean-Louis Tauran, entonces Secretario para las Relaciones con los Estados, con ocasión del Congreso Internacional sobre el tema “Esclavitud del siglo XXI: la dimensión de los derechos humanos en la trata de personas”, que se celebró el 15 y 16 de mayo de 2002 en la Pontificia Universidad Gregoriana, promovido por los Embajadores acreditados ante la Santa Sede y los Pontificios Consejos “Justicia y Paz” y de los Emigrantes, en el que participaron representantes de 30 países. En la carta del Papa, entre otras cosas se leía: “La trata de personas humanas constituye un ultraje vergonzoso a la dignidad humana y una grave violación de los derechos humanos fundamentales. Ya el concilio Vaticano II había indicado que "la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes, así como las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables", son "oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador" (Gaudium et spes, 27). Estas situaciones son una afrenta a los valores fundamentales que comparten todas las culturas y todos los pueblos, valores arraigados en la misma naturaleza de la persona humana.
El alarmante aumento de la trata de seres humanos es uno de los problemas políticos, sociales y económicos urgentes vinculados al proceso de globalización; representa una seria amenaza a la seguridad de cada nación y es una cuestión de justicia internacional impostergable.
Esta conferencia refleja el creciente consenso internacional sobre el hecho de que la cuestión de la trata de seres humanos ha de afrontarse mediante la promoción de instrumentos jurídicos eficaces para detener ese comercio inicuo, castigar a los que se beneficien de él y contribuir a la rehabilitación de sus víctimas. Al mismo tiempo, la conferencia ofrece una significativa oportunidad para una reflexión seria sobre las complejas cuestiones relativas a los derechos humanos planteadas por esa trata. ¿Quién puede negar que las víctimas de ese crimen son a menudo los miembros más pobres e indefensos de la familia humana, los "últimos" de nuestros hermanos y hermanas?”.
En ocasión de este Congreso Internacional, Juan Pablo II encontró en la Plaza San Pedro, durante la Audiencia General del 15 de mayo de 2002, a alrededor de 500 jóvenes mujeres liberadas de la esclavitud de la prostitución por obra de la “Comunidad Papa Juan XXIII”. El Papa saludó personalmente a las jóvenes asegurándoles su cercanía espiritual y su oración, y alentándolas “a continuar con confianza por el camino hacia la plena libertad basada en la dignidad humana”. El Catecismo de la Iglesia Católica dice sobre este punto: “La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, puesto que queda reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo (cf 1Cor 6, 15-20). La prostitución constituye una lacra social. Habitualmente afecta a las mujeres, pero también a los hombres, los niños y los adolescentes (en estos dos últimos casos el pecado entraña también un escándalo). Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta” (n. 2355).
En Bangkok, Tailandia, del 5 al 8 de julio de 2004, se llevó a cabo el VI Congreso Mundial sobre la Pastoral del Turismo, organizado por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, en colaboración con la Comisión Católica para el Turismo de la Conferencia Episcopal de Tailandia, sobre el tema “El turismo al servicio del encuentro entre los pueblos”. En el documento conclusivo, se subrayaba, entre otras cosas que: “el turismo, que ahora se ha convertido en un fenómeno social y económico de dimensiones globales, debe contribuir a reunir a las naciones y a las culturas, a valorizar el medioambiente sin deteriorar los recursos naturales; a elevar y enriquecer el nivel cultural y económico de la población local. Debe contribuir también en la lucha contra todas las formas de discriminación y de explotación o, peor aún, de violencia sexual relacionada con mujeres y menores”. El documento continuaba con estas palabras: “En este contexto, los participantes en el Congreso, inspirados por el amor especial de Cristo por los pobres, consideran que la pastoral de las personas explotadas por el turismo sexual es una alta prioridad para la Iglesia.
Entre estas personas, las más vulnerables y las que se encuentra en la urgente necesidad de una atención apropiada son, sin duda, las mujeres, los menores y los niños. Pero la protección y la preocupación especial por los niños nos impulsan a recomendar, para este grupo muy especial de personas explotadas, lo siguiente: a. A los niños que se encuentran en esta situación, es necesario ofrecerles cariño, protección legal y el restablecimiento de su dignidad humana. b. En aquellos casos en los que el contenido de la Convención de los Derechos del Niño ha sido violado, como en el caso del abuso sexual, el niño no debe ser criminalizado. Aún más, los servicios de inmigración deberían proporcionar una atención especial a esta realidad. c. Las autoridades estatales tienen que dar prioridad y urgencia a la neutralización del tráfico y de la explotación económica, sobre todo de niños, en el turismo sexual. d. Las instituciones estatales tienen que intensificar la aplicación de las leyes que protegen a los niños de la explotación sexual en el turismo y llevar ante la justicia a los delincuentes, mediante esfuerzos intensivos, coordinados y consistentes en todos los niveles de la sociedad, y en colaboración con las organizaciones internacionales. e. Las diócesis y las comunidades católicas tienen que ofrecer la conveniente atención pastoral a los niños explotados por objetivos sexuales en la industria turística. Deberían fomentar la concienciación de la sociedad acerca de la gravedad de la situación y compartir la información relativa a este mal social y los métodos para combatirlo. f. Las diócesis y las comunidades afectadas deben establecer estructuras para la pastoral de los niños explotados como un aspecto importante de su misión de evangelización, y cooperar mediante el diálogo y la acción con las autoridades locales estatales, para combatir la explotación infantil con medidas prácticas. g. Las diócesis y las comunidades tienen que apoyar a los medios de apostolado existentes, o establecer nuevos medios, que se ocupen de las víctimas con compasión y amor, y les proporcionen ayuda legal, terapia y reintegración en la sociedad y, allá donde estén implicados los cristianos, en la comunidad de fe. h. Deben realizarse conferencia nacionales y regionales sobre la Pastoral del Turismo para las autoridades competentes de la acción social y apostólica, al fin de poner en práctica cuanto aquí se recomienda”.
Durante la audiencia a los Prelados de las Antillas, realizada en Vaticano el 7 de abril de 2008, Benedicto XVI afirmó, entre otras cosas: “En diversos grados, vuestras tierras se han visto afectadas por los aspectos negativos de la industria del entretenimiento, por el turismo basado en la explotación y por la plaga del comercio de armas y drogas. Esas influencias no sólo minan la vida familiar y sacuden los fundamentos de los valores culturales tradicionales, sino que también tienden a afectar negativamente a la política local”.