Jueves, 28 de agosto de 2008

Extracto de DOSSIER FIDES “La figura de la mujer en la vida de la Iglesia” publicado por Agencia Fides el 12 de Agosto de 2008.

 

 

El Papa y la riqueza del genio femenino: la Carta de Juan Pablo II a las mujeres (1995) y la del Cardenal Ratzinger a los obispos (2004)

 

La Carta de Juan Pablo II a las mujeres

 

El 29 de junio de 1995, a pocos meses de la IV Conferencia Mundial sobre la mujer, que se desarrolló en Pequín, el Papa Juan Pablo II escribió una carta a las mujeres de todo el mundo, expresando su deseo de que la conferencia fuese una ocasión para pensar sobre las múltiples contribuciones femeninas a la sociedad y a las naciones. La carta resulta ser una ulterior etapa en un recorrido que el mismo Papa inició con ocasión de la Mulieris Dignitatem, una confirmación de la esfuerzo de la Iglesia para salvaguardar la dignidad y los derechos de todas las mujeres, escuchando sus necesidades y hablándoles al corazón.

 

“Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad”, escribía el Papa Juan Pablo II. El agradecimiento a Dios, por la presencia y la existencia de la mujer y de las mujeres en el mundo, fue para el Papa una ocasión para agradecer a la mujer en sus más importantes facetas: la mujer-madre, que ofrece su vientre para el crecimiento de la nueva criatura, que se convierte en guía, sostén y punto de referencia del niño en su crecimiento hacia la humanidad; la mujer-esposa, que en la unión con el hombre se pone al servicio de la comunión y de la vida; la mujer-hija y hermana que, en la familia y en la sociedad, comparte con el prójimo los frutos de su fuerza, de su sensibilidad, de su perseverancia; la mujer trabajadora, por su contribución en crear una cultura abierta al sentido del misterio y a la unión entre la razón y el sentimiento; la mujer-consagrada, que encarna perfectamente la relación de preferencia que Dios desea compartir con su criatura.

 

El Papa ofrece un agradecimiento final a la mujer en cuanto tal, riqueza para el mundo y para las relaciones humanas. La Carta continúa con un pedido de perdón por parte del Santo Padre, por si en la historia de la humanidad llegaron a surgir situaciones de dificultad para las mismas mujeres, causadas por hijos de la Iglesia, y propone un renovado esfuerzo hacia la tutela de la riqueza interior y espiritual de las mujeres, bajo el ejemplo de Jesús, el primero que, desafiando la poca apertura y desconfianza de que eran objeto las mujeres en su tiempo, invitó con su propio ejemplo a mirarlas con gran respeto y a acogerlas con ternura. Basta sólo pensar a su comportamiento en relación con la Samaritana, con la viuda de Nain –para quien la frase “Mujer, no llores” (Lc 7,13) expresa una infinita ternura y comprensión del dolor–, con la adúltera, para poder entender el valor inmenso que daba a la profundidad del alma femenina.

 

El pensamiento de Juan Pablo II va, por ello, hacia todas aquellas mujeres cuyas potencialidades y riquezas, tanto en el pasado como en el presente, no han sido totalmente comprendidas o han sido juzgadas –fruto de la era consumista– desde el aspecto físico, más que por su competencia o inteligencia; el Papa se preocupa por todas las mujeres que tienen dificultades para salir adelante; por todas aquellas que no pocas veces son castigadas porque acogen o desean el don de la maternidad; por todas aquellas mujeres que, sobretodo en los lugares donde hay guerra o donde se lucha por la diaria supervivencia, son víctimas de la violencia y de los abusos en la esfera sexual. Basta mencionar el triste fenómeno de la trata de esclavas, que involucra anualmente a entre 700 mil y 2 millones de personas en el mundo, de las cuales, casi la totalidad son mujeres o niñas.

 

Pero la violencia contra las mujeres es un fenómeno sin fronteras, que se expande tanto en el norte como en el sur, tanto entre países y personas con bienestar como entre los más pobres. La intensa carta de Juan Pablo II continúa siendo una llamada para que, sobretodo por parte de instituciones internacionales, se pase de una situación de denuncia de las dificultades y de carencias que afectan a las mujeres, a un verdadero y propio “proyecto de promoción”, como lo define el Pontífice, para todos los ámbitos de la vida de las mujeres, a partir de una “renovada y universal toma de conciencia de la dignidad de la mujer”. Un reconocimiento que no es sólo descubrimiento de la razón humana, sino también inspiración de la Palabra de Dios, para la cual el designio de Dios incluye la presencia de la mujer y la importancia de su dignidad.

 

El libro del Génesis lo describe de manera emblemática: hombre y mujer creados a imagen y semejanza de Dios, singulares y complementarios entre ellos. La mujer es creada para ‘ayudar’ al hombre, no para una ayuda material, en el quehacer, sino para una ayuda ontológica, que tiene que ver con el ser mismo. Feminidad y masculinidad se complementan mutuamente. Frente a la tarea que Dios encarga al hombre y a la mujer, confiándoles la tierra, ambos tienen desde el inicio la misma responsabilidad. La unidad entre el hombre y la mujer responde al designio de Dios, que les confía la tarea de procrear, de cuidar la vida de la familia y construir, al mismo tiempo, la historia misma. Aunque es difícil hacer un balance equilibrado del peso, en el progreso de la humanidad, que han tenido las mujeres, el Papa recuerda sobretodo la gran capacidad y fuerza educativa, declarando que, donde hay una exigencia formativa, las mujeres se hacen presentes en gran número, impulsadas por una fuerza de “maternidad afectiva, cultural y espiritual”, como la define el Santo Padre, que hace de ellas seres privilegiados en el gran reto de las relaciones humanas e interpersonales.

 

 

La carta del Card. Ratzinger a los Obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo

 

El 31 de mayo del 2004, con ocasión de la fiesta de la Visitación de la Virgen María, por mano del entonces Card. Joseph Ratzinger, vio la luz otro fundamental documento que, no solo restituye dignidad al rol de la mujer, sino que lo hace mediante una aguda lectura de la Biblia, y poniendo el acento en la necesidad de colaboración del hombre y de la mujer, en la Iglesia y en el mundo. La carta inicia con una espléndida definición de la Iglesia como “experta en humanidad”.

 

El análisis del futuro Pontífice Benedicto XVI inicia de las causas que en tiempos recientes llevan a afrontar en modo incompleto la problemática de la cuestión femenina: destacar la condición de subordinación de la mujer en muchísimas circunstancias, da vida a actitudes de oposición frente al hombre, y a iniciativas dirigidas al predominio y la búsqueda del poder sobre el otro. Un proceso que lleva a la agudísima rivalidad entre los sexos, evidente en las relaciones personales y en la confusión y ruina en la que vive la institución de la familia.

 

El otro lado de la moneda contrapone a la rivalidad entre sexos, una anulación de las diferencias entre hombre y mujer. Un proceso que hubiera querido dar a la mujer iguales derechos que al hombre, pero que en cambio ha obtenido confusión sobre el sentido de la familia, de la sexualidad, de la maternidad y de la paternidad; una confusión que encuentra sus raíces en la idea de que cada uno puede ser lo que quiera, sin considerar y respetar sus principios biológicos. Esta definición lleva consigo una suerte de crítica a las Sagradas Escrituras y a un Dios demasiado patriarcal.

 

La Iglesia, frente al surgimiento de definiciones que crean confusión e inestabilidad, propone una “colaboración activa, en el reconocimiento de la misma diferencia, entre hombre y mujer”, como escribe el Card. Ratzinger, que continua su carta con una iluminada lectura de la Biblia, con que nos hace redescubrir la base de la antropología cristiana. Además del Génesis, el estudio del Card. Ratzinger se dirige también a las palabras de Juan Pablo II. Es importante reconfirmar la distinción entre hombre y mujer y sus diferencias sexuales, claras desde el inicio del libro del Génesis: diferencias que no alejan o dividen al hombre de la mujer, sino que se convierten en el medio de una reala comunión y compartir entre ambos.

 

El hombre y la mujer no existen solamente juntos, existen uno para el otro, existen recíprocamente el uno para el otro. En esta comunión interpersonal se manifiesta el designio de Dios, la integración en la misma humanidad de aquello que es masculino y aquello que es femenino. El pecado original desnaturaliza y corrompe la relación que hombre y mujer tienen con el Creador así como el modo de concebir y vivir sus diferencias sexuales. Ver a Dios como enemigo lleva a una corrupción de la relación entre hombre y mujer. Cuando una relación está corrompida puede ser más difícil anhelar a Dios. Cuanto es descrito por Génesis está en la base de la deterioración de las relaciones en la época contemporánea, causadas por la poca importancia del respeto, del amor y de la igualdad que están en la base necesaria de la relación entre el hombre y la mujer.

 

La lectura de la Biblia sugiere superar la visión de la relación entre el hombre y la mujer como algo basado en la rivalidad, y mirarlo basándose en una lógica del tipo relacional. “La criatura humana en su unidad de alma y cuerpo está calificada desde el inicio por la relación con el otro-de-sí”, escribe el Card. Ratzinger; esto quiere decir que la alteración del pecado original no dice la verdad ni sobre el proyecto de Dios sobre el hombre y la mujer, ni sobre la relación entre ambos. El pecado lleva un morbo a la relación entre hombre y mujer, enfermedad que puede ser curada como afirman algunos pasos bíblicos que el cardenal toma en consideración: la historia de Noé que logra salvarse con su familia y salva así su descendencia y más aún la promesa de salvación de la que Abraham es objeto.

 

La revelación de Dios a su pueblo, en el Antiguo Testamento, con frecuencia se avala a la metáfora hombre/mujer: Dios es descrito como un esposo que ama a su mujer, Israel; uno de los testimonios más célebres y fascinantes de esta revelación de Dios se encuentra en el Cántico de los Cánticos. La metáfora del hombre y de la mujer, de la alianza entre ambos, está plenamente unida a la idea de la salvación. En el Nuevo Testamento las figuras de Jesús y María encarnan metáforas del Antiguo Testamento y las realizan en modo definitivo.

 

El hombre y la mujer, distintos pero insertados en el Misterio Pascual de Cristo no viven su diversidad como un obstáculo, mas basan su relación en una colaboración fundada en el respeto recíproco de la distinción. De este modo, como afirma y demuestra el Card. Ratzinger en su carta a los Obispos, el rol de la mujer en la Iglesia y en la sociedad puede ser objeto de mayor dignidad y comprensión por parte de todos.

 

La característica con mayor significado en la relación entre mujer y sociedad es ciertamente la llamada ‘capacidad del otro’, propia de las mujeres. Una característica plenamente ligada a su posibilidad de dar el don de la vida, y que va más allá de la procreación biológica, porque la maternidad –como la paternidad- supera le generación puramente física. La mujer resulta fundamental ahí donde existe una relación humana, donde existe la necesidad del cuidado, de ocuparse del prójimo. Por ello es necesario que las mujeres tengan un rol activo en el mundo del trabajo y en la familia, porque la mujer consigue llevar, en estos ámbitos, toda su capacidad y experiencia de donación y atención al prójimo; la donación es una característica propia del género humano, con la cual la mujer se encuentra en sintonía, al punto que la utiliza como signo privilegiado del donarse y de cuidar de otros.

 

Estas peculiaridades son llevadas por la mujer en su pertenencia a la Iglesia, donde cuenta con un ejemplo: María, cuyos dones de escucha, de abrazo, de fidelidad y humildad son luces que guían la fe de toda la humanidad, y particular ejemplo para las mujeres. El servicio, el don, la centralidad de la vida y de la familia son conceptos claramente presentes en el mensaje de la Conferencia Episcopal permanente con ocasión de la XXX Jornada nacional por la vida, durante la cual fue afirmado que “Cuan civil es un pueblo se mide por su capacidad de servir a la vida”.


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