Viernes, 05 de septiembre de 2008

Extracto de DOSSIER FIDES “El encuentro con Jesús de Nazaret – improvisación o fidelidad “creativa” a la tradición” publicado por Agencia Fides el 30 de  Agosto de 2008.

 

 

 El significado sacrificial de la Eucaristía

 

A nadie escapa el hecho de que el seguimiento de Cristo, hasta el momento culminante de su muerte en la Cruz, fue un camino en extremo dramático. Sin embargo, el hecho de que Juan Pablo II haya tenido que dedicar una Encíclica al tema de la Eucaristía, invita a la reflexión. La legítima consideración de la Eucaristía como comida compartida, acompañada por una visión del mensaje evangélico privado de dramatismo, ha insinuado la idea de que vivir la experiencia cristiana pone a relucir la dinámica natural de la vida del hombre. En realidad, como ya hemos afirmado, el encuentro con Jesús introduce un dramatismo que se prolonga en la vida de la Iglesia, alcanzando sacramentalmente su punto culminante en el sacrificio eucarístico.

 

Regresando sobre las afirmaciones que habrían motivado a Juan Pablo II a dedicar una encíclica a la Eucaristía, podríamos identificar al menos dos razones principales. Un primer motivo debe ser buscado ciertamente en la importancia que la Eucaristía reviste para la Iglesia; ella tiene un valor dinámico, se trata de una fuente a la que toda generación humana tiene necesidad de recurrir, a tal punto que lleva al Pontífice a afirmar que “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia” (Juan Pablo II, Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, 1).

 

Un segundo motivo se debe buscar sin lugar a dudas, en el intento de evitar la reducción en que se cae cuando se olvida el carácter sacrificial del misterio eucarístico. No sería inútil, por lo tanto, releer algunos pasajes de la encíclica. Retomando el texto de la institución transmitido a nosotros por San Lucas y haciendo eco del Catecismo de la Iglesia Católica, a propósito del valor salvífico de la Eucaristía, el Pontífice afirma: “Este aspecto de caridad universal del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir « Éste es mi cuerpo », « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre », sino que añadió « entregado por vosotros... derramada por vosotros » (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos. « La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor»” (Ecclesia de Eucaristia, 12).

 

El sacrificio de Cristo y el de la Eucaristía son un único sacrificio. Es la misma víctima ofrecida la que ahora, por medio del ministerio sacerdotal, cambia solamente la modalidad con que es ofrecida. A este respecto el Catecismo de la Iglesia Católica retoma el tradicional pronunciamiento del Concilio de Trento al afirmar: “en este divino sacrificio, que se cumple en la Misa, está contenido y es inmolado de manera incruenta el mismo Cristo, quien se ofreció una vez por todas de manera cruenta sobre el altar de la Cruz” (Concilio de Trento: Denzinger-Schönmetzer, 1740). En esa misma línea el Concilio Vaticano II, que a propósito de la participación en el sacrificio eucarístico del pueblo de Dios, afirma que: “Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella” (Lumen Gentium, 11).

 

Lamentablemente el casi exclusivo acento en la dimensión convivial en desmedro de la sacrificial tiene su causa, continúa el Papa, en aquellos abusos que “contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno”  (Ecclesia de Eucaristia, 10).      

 

La Pascua de Cristo comprende con la pasión y la muerte, la resurrección, que es la culminación del sacrificio. Esto no sería actual si no hubiese tenido lugar la resurrección, que es el abatimiento de la barrera de la muerte que permitió superar los límites a los que los hombres están sometidos: el tiempo y el espacio. La resurrección es lo que permite a Cristo estar presente sacramentalmente en la Eucaristía. Como afirma Juan Pablo II en la ya citada Carta Encíclica: “La representación sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo, coronado por su resurrección, implica una presencia muy especial que –citando las palabras de Pablo VI– «se llama “real”, no por exclusión, como si las otras no fueran “reales”, sino por antonomasia, porque es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro».22 Se recuerda así la doctrina siempre válida del Concilio de Trento: «Por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión, propia y convenientemente, fue llamada transustanciación por la santa Iglesia Católica».23 Verdaderamente la Eucaristía es «mysterium fidei», misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido sólo en la fe, como a menudo recuerdan las catequesis patrísticas sobre este divino Sacramento. «No veas –exhorta san Cirilo de Jerusalén– en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa»” (Ecclesia de Eucharistia, 15).

 

Cerca de un año después, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos emanó, por mandato de Juan Pablo II, una Instrucción (Redemptoris Sacramentum, 25 de marzo de 2004) sobre algunas cosas que se deben observar y evitar en relación a la Santísima Eucaristía. Este documento, acogiendo las enseñanzas doctrinales de la Encíclica, en realidad antiguas, sobre la liturgia en general y sobre la Eucaristía en particular, ofreció indicaciones sobre la celebración de la sagrada liturgia, no dejando de condenar una serie de abusos. La Instrucción se compone de ocho capítulos, precedidos por un proemio y seguidos por una conclusión: el primero sobre la reglamentación de la sagrada liturgia; el segundo sobre la participación de los fieles laicos; el tercero sobre la recta celebración del misterio eucarístico; el cuarto sobre la santa comunión; el quinto sobre algunos aspectos relacionados con la Eucaristía; el sexto sobre la conservación de la Eucaristía y su culto fuera de la Santa Misa; el séptimo sobre los roles extraordinarios de los fieles laicos; el octavo sobre los remedios.

 

El hecho de que haya habido necesidad de promulgar un documentos sobre este tema se puede interpretar en un doble sentido: por un lado la cantidad y la naturaleza de los abusos litúrgicos son evidentemente notables, a tal punto que se pide a todos los fieles que tengan una actitud de vigilancia sobre la manera recta de celebrar la Santa Eucaristía, y se exige que los mismos puedan dirigirse, “con espíritu de verdad y caridad” al Obispo para señalar dichos abusos, con el fin de que todos “procuren, según sus medios, que el santísimo sacramento de la Eucaristía sea defendido de toda irreverencia y deformación, y todos los abusos sean completamente corregidos” (Redemptionis Sacramentum n° 183); por otra parte, la Iglesia, como Madre, no se cansa nunca de advertir a sus fieles cuando algunos de ellos, por una idea errada de libertad, olvidan que la tarea de todo cristiano, sobre todo si cumple un rol ministerial, es transmitir fielmente lo que ha recibido.

 

El mismo prof. Joseph Ratizinger, ahora Papa Benedicto XVI, en el desarrollo de su actividad académica y luego como Cardenal, muchas veces ha recordado que la especificidad del misterio eucarístico está constituida por su carácter sacrificial. Según la doctrina católica la imagen de “la comida” y del “banquete” es insuficiente para determinar la naturaleza de la Celebración Eucarística. Es lo que afirma en el libro “Introducción al Espíritu de la Liturgia” (Ed. San Pablo, 2001): al análisis de la “«forma de banquete» se debe necesariamente agregar que la Eucaristía no puede de ningún modo ser descrita con precisión por términos como «comida» o «banquete». El Señor indudablemente instituyó la novedad del culto cristiano en el ámbito de un banquete pascual hebreo, pero es esa novedad lo que nos mandó repetir, no el banquete como tal” (Introducción al Espíritu de la Liturgia, p. 74).

 

Es importante subrayar que el valor sacrificial de la Eucaristía respecto del de la cena convivial, además de hacer referencia a la concepción de la liturgia presente en los textos conciliares, quiere hacer contrapeso al denominado “espíritu del Concilio” del que muchos ambientes eclesiales han hecho un “dogma” intocable. El entonces Cardenal Ratzinger hace referencia a esa misma concepción en otro libro en que respondiendo al periodista escritor Vittorio Messori, afirma: “La Misa es el sacrificio común de la Iglesia, en el cual el Señor ora con nosotros y para nosotros y a nosotros s eentrega. Es la renovación sacramental del sacrificio de Cristo; por consiguiente, su eficacia salvífica se extiende a todos los hombres, presentes y ausentes, vivos y muertos. Debemos hacernos de nuevo conscientes de que la eucaristía no pierde su valor cuando no se recibe la Comunión; desde esta toma de conciencia, problemas dramáticamente urgentes, como la admisión al sacramento de los divorciados que se han vuelto a casar, perderían mucho de su peso agobiante”. No escapaba al entrevistador, como supongo que no escapará a ninguno, la aparente ausencia de nexo entre la cuestión del valor sacrificial de la Misa con cuestiones que podemos llamar ‘pastorales’. No es, pues, sentirse identificado con el pedido del periodista: “quisiera entender mejor”. El entonces Cardenal Ratzinger responde: “Si la eucaristía se vive sólo como el banquete de una comunidad de amigos, quien se halla excluido de aquel pan y de aquel vino se encuentra realmente separado de la unión fraterna. Pero si recupera la visión completa de la Misa (comida fraterna y, al mismo tiempo, sacrificio del Señor que tiene fuerza y eficacia en sí mismo para quien se une a él en la fe), entonces también el que no come de aquel pan participa igualmente, a su medida, de os dones ofrecidos a todos los demás” (Joseph Ratzinger, Informe sobre la fe, Biblioteca de Autores Cristianos 1985, pp. 145-146).

 

Es interesante la perspectiva abierta por una afirmación de este tipo: cuanto más se pone la atención en soluciones a problemas ‘pastorales’, tanto más los problemas permanecen sin solución. Poniendo, en cambio, la atención en los fundamentos de la doctrina y tratando de profundizar en sus implicaciones filosóficas y teológicas, muchas cuestiones podrían encontrar solución.


Publicado por verdenaranja @ 0:07  | Art?culos de inter?s
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios