Extracto de DOSSIER FIDES “El encuentro con Jesús de Nazaret – improvisación o fidelidad “creativa” a la tradición” publicado por Agencia Fides el 30 de Agosto de 2008.
¿Dar la espalda al pueblo o dirigirse hacia el Señor?
Si la primera de las posibilidades no hubiese sido introducida “solapadamente” en el debate, sin duda alguna habría mayor serenidad en afrontar una cuestión tan delicada como ésta. En efecto, presentar la cuestión como un regresar al pasado responde a la misma preocupación ideológica que hemos tratado anteriormente. En realidad la cuestión es, sin duda, más compleja al modo como ha sido presentada, haciendo parecer a aquellos que se ocupan de esto un grupo de nostálgicos preconciliares. En realidad es una cuestión que ha sido afrontada por notables liturgistas, como Jungmann, Bouyer y Gamber, que contribuyeron al debate sobre la Liturgia durante el Concilio Vaticano II. A ese nivel son consideradas las intervenciones del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, en el interesante y documentado estudio de Uwe Michael Lang (Cfr. Uwe Michael Lang, Rivolti al Signore. L’orientamento nella preghiera liturgica, Cantagalli editori, Siena 2006) y del teólogo don Nicola Bux (Cfr. Nicola Bux, Dove egli dimora. Il senso dell’adorazione nella vita cristiana, Edizioni san Paolo, Cinisello Balsamo, 2005. El teólogo don Nicola Bux, docente en la facultad teológica pugliese tiene actualmente diversos ensayos sobre temas litúrgicos) por citar algunos escritos sobre la orientación de la oración.
En el volumen mencionado, “El espíritu de la liturgia”, el entonces Cardenal Ratzinger, refiriéndose a la orientación de la oración en la liturgia, al denunciar la superficialidad con la que frecuentemente se trata el asunto, tras haber individuado una continuidad y considerando su evolución ante la novedad del Evangelio, entre los lugares de culto hebreos y aquellos cristianos encuentra una constante y afirma: “Más allá de todos los cambios, una cosa ha permanecido clara para toda la cristiandad hasta nuestros días: la oración dirigida al oriente es una tradición que se remonta a los orígenes y es expresión fundamental de la síntesis cristiana entre cosmos e historia, de un apego a la unicidad de la historia de la salvación y un camino hacia el Señor que viene” (El espíritu de la liturgia, pp. 70, 71). Sobre todo en una época en la que en Occidente existe la preocupación por encontrar el modo para acoger a tantos que quieren ser a título pleno, incluido el religioso, parte de nuestras sociedades y ante los cuales permanecemos admirados por la precisión con que practican sus ritos. Sin embargo permanecemos indiferentes, hasta hostiles, ante el tener que conformarse a determinados cánones que son fruto de milenios de historia.
De este modo, “mientras para el judaísmo y el Islam sigue siendo obvio que se debe rezar dirigidos hacia el lugar central de la Revelación, en el mundo occidental se ha convertido en un pensamiento abstracto dominante que es en algunos aspectos fruto de la misma evolución de la cultura cristiana. Dios es espíritu, y Dios está por todas partes. ¿Acaso esto no significa que la oración no está ligada a ningún lugar o dirección?” (El espíritu de la liturgia, p. 71). En efecto podemos rezar en cualquier lugar y en cualquier momento, justamente a razón del carácter universal de la religión cristiana. La conciencia de la universalidad de nuestra fe no es fruto del caso o una invención de las filosofías contemporáneas, sino de la auto comunicación del Verbo encarnado en un tiempo y lugar bien precisos.
Por lo tanto dirigirse hacia Oriente significa dirigir la mirada hacia el Señor, sol que no se oculta, que ha venido y “vendrá nuevamente” del Oriente. Frecuentemente se da una doble motivación para la innovación en la orientación del sacerdote hacia el pueblo: en primer lugar, representaría a Cristo en la última cena sentado frente a los apóstoles; en segundo lugar, las grandes basílicas romanas, san Pedro a la cabeza, están dirigidas hacia el Occidente: si el celebrante quería dirigirse hacia oriente durante la oración tenía que mirar hacia el ingreso, y por lo tanto hacia el pueblo. Naturalmente tal orientación se realizaba en la medida de lo posible pues había lugares en los que se tenía que tener en cuenta la tumba de un mártir para construir el altar, como se da en la basílica de san Pedro en Roma.
En el texto citado, el Cardenal Ratzinger al citar al liturgista Louis Bouyer afirma: “es evidente que de este modo se ha malentendido el sentido de la basílica romana y de la disposición del altar en su interior. […] Cito una vez más a Bouyer: «Anteriormente (es decir antes del siglo XVI) nunca habíamos tenido la mínima indicación sobre el atribuir alguna importancia o un mínimo de atención a que el presbítero celebre con el pueblo frente a sí o tras de sí. Como ha demostrado Cyrille Vogel, la única cosa sobre la cual se insistía verdaderamente, y que ha sido mencionada, es que este tenía que decir la oración eucarística, como con todas las otras oraciones, dirigido hacia el oriente… Incluso cuando la orientación de la Iglesia permitía al celebrante el rezar dirigido hacia el pueblo mientras estaba en el altar, no era solo el presbítero quien tenía que dirigirse hacia el oriente: era toda la asamblea la que lo hacía junto a él»”. Refiriéndose a la Última Cena y citando a Bouyer: “«En ninguna comida del inicio de la era cristiana el presidente de una asamblea de comensales estaba frente a los otros participantes. Todos estaban sentados o dispuestos en el lado convexo de la mesa en forma de sigma. En ninguna parte en la antigüedad cristiana hubiera podido surgir la idea de ponerse frente al pueblo para presidir una comida. Es más, el carácter comunitario de la comida era resaltado justamente por la disposición contraria, es decir por el hecho de que todos los participantes se encontrasen en el mismo lado de la mesa» (El espíritu de la liturgia pp. 74, 75).