Comentario a las lecturas del domingo 23 del tiempo ordinario – A publicado en Diario de Avisos el 1 de Septiembre de 2008 bajo el epígrafe “el domingo, fiesta de los cristianos”.
Corregir al que yerra
DANIEL PADILLA
Nos gusta que nos alaben, mire usted. Nos solemos poner muy "hinchados". En cambio, no nos agrada que nos corrijan. Aunque la intención del que corrija sea i la de ayudarnos, una secreta rebeldía interior nos nace contra aquél que nos "advierte" algo. Sin embargo, en otro orden de cosas, consideramos la "corrección" como algo imprescindible para la mecánica normal de la vida. Así, pedimos corregir trajes, carreteras, tratamientos médicos, la audición o la visión de nuestro televisor, las erratas de imprenta. Mandamos corregir todo. ¿Por qué entonces, de tan difícil manera, aceptamos que alguien nos diga un día: "Amigo, eso habría que hacerlo así"? Aunque sean nuestros padres, nuestros educadores o los seres mayores ascendientes para nosotros, no nos gusta que nos corrijan. Pues, bien, Jesús habla de eso en el evangelio de hoy: "Si tu hermano peca, repréndelo a solas. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos". Para entender bien este texto, hace falta, como siempre, analizar su contexto. Jesús había hablado de la "dignidad de todos", incluidos los niños, resaltando que el Padre quiere que "no se pierda ni uno solo de estos pequeños". Es decir, salvar, sea como sea, a todos. Y contó al respecto lo de "las 99 ovejas y la que se perdió". Ese era el contexto. Para que no se pierda, por tanto, ninguno, es conveniente acudir a la "corrección fraterna". Lo que ocurre es que esta corrección deberá contemplar las dos vertientes. La del "corregido". No se trata, creo yo, de una obsesiva, minuciosa, repelente y castrante vigilancia sobre la conducta del hermano. "En muchas cosas faltamos todos", dice la carta de Santiago. Y es seguro que muchas caídas del hombre parten de su inexperiencia, o de su precipitación, o de su debilidad. Acaso no necesiten corrección, sino "comprensión", quizá un poquito de "vista gorda", ya que él mismo, con su deseo de superación y con la gracia que Dios le ha dado, irá salvando etapas y ganando batallas. Se trata de aquellos casos y situaciones en los que mi silencio y mi inhibición estarían poniendo en evidencia mi falta de responsabilidad y mi falta de amor. Porque amor al prójimo no es sólo darle dinero, o visitarle cuando está enfermo. Nuestra participación en el "profetismo de Cristo" nos obligará a "corregir al que yerra". Por mucho que hoy no esté de moda y, al revés, por mucho que se diga por ahí alegremente que "allá cada cual con su rollo", la verdad es que sí: "Debemos ser guardianes de nuestro hermano". Habrá personas, además, a las que corresponda de una manera más urgente y directa esta delicada tarea. La vertiente del "corregidor". El que corrige no es el poseedor de la verdad, ni de la santidad. El que corrige es "vasija tan frágil" como todos los demás. Han de darse en él, por tanto, algunas condiciones. la. Que él sea el primer "receptivo" a la corrección. El corregidor, corregido. Dice Cabodevilla: "Quien tiene el don de profecía que se haga merecedor del don de consejo". No vaya a ser que se le tenga que aplicar lo de Jesús a los fariseos: "Hagan lo que dicen, pero no hagan lo que hacen". Y 2a. Que corrija sufriendo, doliéndole de verdad en el alma aquello que trata de corregir. Es lo que rezaba la poetisa Gabriela Mistral, en su "escuela de ladrillos", en su "Oración de la maestra": "Aligérame la mano en el castigo, Señor, y suavízamela en la caricia. Que reprenda con dolor, para saber que he corregido amando". Peor me ronda aún una consideración. Y es ésta. Que cuando uno no se responsabiliza de esta invitación de Jesús a "corregir al que yerra", existe el riesgo de caer en el defecto contrario: andar por ahí comentando primero, exagerando después y criticando en cualquier caso, lo que debíamos haber cuidado. ¿Quién corregirá entonces nuestro yerro? "Si la sal se vuelve sosa ¿con qué la salarán?", dijo Jesús.