SEGUNDO TRIMESTRE
Extracto de escrito sobre Manuel Aparici enviado por Carlos Peinó Agrelo bajo el título "Vocación, Seminario, Ordenación Sacerdotal y Salamanca". Según su Diario Espiritual y otros escrito y testimonios
(1941-1950)
Días antes de ingresar interno en el Seminario, el 4 de enero de 1943, escribe en su Diario:
«¡Perdóname Jesús! Ya sé que me perdonas; mas aún me amas hasta el fin de tu capacidad de amar.
»Yo, el Judas, el que te azotó y escupió y coronó de espinas y te clavó en la cruz centenares y centenares de veces, abrazado por ti desde el primer momento de tu ser humano-divino. ¡Tú, oh tierno Niño de Belén, me metiste a mí en tu Corazoncito! ¡A mí tan vil y miserable! ¡Y me preparaste esa comunidad de almas puras y enamoradas de ti para que, entrando en ella, acabe de ser tuyo!
»Y tú me dices que sentiste angustias y tristezas de muerte por esas almas mis hermanas que también metiste en tu Corazón; por esas almas del Asia, del África. de la Rusia atea, de la Alemania neopagana, de la Inglaterra protestante, por esos dos mil millones de almas que viven, sin vivir en ti, y, sin embargo, no te cumplo mis promesas de ser llaga de amor por ellas y por ti. ¡Oh Jesús! a tu caridad me entrego, ponme en tu cruz. Amén».
Y el 7 de enero de 1943, día en que cumplía 40 años de su nacimiento en Él por el Bautismo, ingresa interno «[...] dejándolo todo y dependiendo de una beca para sus estudios eclesiásticos ... » [1]. El día 11 anota en su Diario: «¡Pobre madre mía!»
Y cuatro días después, el 11 de enero, anota de nuevo:
«¡Al fin interno en el Seminario!
»¡Pobre madre!
»Señor, que no sea para venderte este nuevo signo de amistad contigo. Dame tu gracia para que empiece a vivir escondido en tu Corazón, crucificado contigo por todas las almas».
«Y aquel hombre de cuarenta años –escribe en “Ecclesia” el Rvdo. D. Miguel Benzo con fecha 5 de septiembre de 1964– emprendió alegremente la trabajosa subida de las declinaciones latinas, los razonamientos escolásticos y los textos teológicos. De la habitación helada, y los largos pasillos recorridos en dos filas. De las escaleras trabajosamente barridas, y de los grasientos mandiles en el servicio del comedor. De la silenciosa hora en la Capilla y de los ingratos exámenes, que a sus compañeros, en plena edad de estudios, les eran más fácil superar con brillantez» .
«Cuando Manolo entró en el Seminario [...] hablamos frecuentemente de las dificultades que encontraba en los estudios en latín», dice el Rvdo. D. Antonio Garrigós Meseguer [2], hecho éste que confirma Mons. Mauro Rubio [3] «Como entró ya cerca de los 40 años, encontró –dice– gran dificultad de memoria, de asimilación de los textos, sobre todo los teológicos». De esas dificultades habla también Ana María Rivera, hermana de Sor Carmen, del Rvdo. D. José Rivera y de Antonio, «El Ángel del Alcázar» y de cómo la superó. «Sé por mi hermano José que la Teología la estudió Aparici de rodillas» [4].
«Pero su inteligencia y su formación superaron todos los obstáculos –asegura Mons. José Cerviño–, pero, sobre todo, le ayudó su vivencia de la fe, su confianza en Dios» [5].
A pesar de todo, aprobó todas las asignaturas con la calificación de sobresaliente, salvo la Teología Moral 1º, que sacó notable. Se facilita Certificación de Estudios en el primer anexo.
Se le consideraba –dice José Luis López Mosteiro, testigo– «como un superdotado y con grandes conocimientos […] sobre las diversas ramas de la Teología; nos impresionaba su comentario de la dificultad que suponía para él el lograr culminar los estudios [...]» [6].
«[...] Tuvo un conocimiento profundo de la Teología y demás Ciencias Sagradas, con una preocupación de conocer y profundizar cada vez más [...]», dice por su parte José Ángel Ayala Galán, también testigo [7].
Dominó exhaustivamente las Sagradas Escrituras, principalmente los Evangelios y los escritos de San Pablo. Los vivía, no sólo con interés, recurriendo a ellos para zanjar cualquier cuestión que se suscitase, sino con verdadera pasión. Tenía devoción, admiración y pasión por la Palabra de Dios.
Con motivo de su ingreso escribe [8]:
«Ingreso interno, yo no pido nada; pero mi hermano pide por mi madre y se me da permiso tres domingos seguidos para que vaya a comer a mi casa.
»Ante la posible reacción que estos permisos puedan producir en los superiores y la comunidad, se me aconseja: Que sea yo, precisamente, quien decida y diga que renuncio a los permisos y no quiero ir a ver a mi madre.
»Esto, yo no lo puedo hacer, pues entiendo que Dios no lo puede querer:
»1º Porque Dios no quiere que yo, directa y libremente, acorte los días de vida de mi madre, y darle a entender a mi madre que es su hijo precisamente quien no quiere ir a verla, sería para ella mucho más cruel que decirla que a su hijo le prohíben salir y que su hijo obedece. Tanto más cuando me consta, porque así me lo dijo el médico de mi madre, que este verme cada ocho días es la mejor medicina para ella y que la tristeza que le causaría no verme podía repercutir fatalmente en su salud ya quebrantada por sus padecimientos y sus 69 años.
»2º Porque yo renuncié a mi libertad. Cuando entré hice abdicación de ella, no sólo en esto, sino en todo lo demás. Y así, no teniendo libertad, mal puedo usar de ella para decidir. Yo prometí, y con la gracia del Señor espero poder cumplirla, obedecer.
»3º Porque sólo obedeciendo podré tener paz en punto tan importante como el de la salud y vida de una madre, la única que da Dios en la tierra. Pues desde el día que entré en el Seminario el Señor me dio fe para verle a Él en los superiores y la voluntad suya en las Órdenes emanadas de ellos. Y como sé que nuestro Padre celestial tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza y que ni uno sólo caerá sin que Él lo consienta, y que no consentirá que seamos probados ni un ápice más de lo que permitan nuestras fuerzas (las de mi madre y las mías) por eso exijo que se me exprese la voluntad de Dios, pues haciéndola tengo plena certeza que sólo bienes pueden seguirse para mi madre y para mí.
»Máxime cuando en este punto concreto (la madre), admito y creo que “hinc et nunc” la voluntad del superior expresa la voluntad de Dios, pero también creo que en el orden objetivo puede ser, el que la vea y consuele, si se me permite, la voluntad de Dios. Puesto que además de las palabras del Arzobispo de Valencia: “Hijo piénsalo mucho, una madre es una madre y madre no da Dios más que una, y qué angustia sería para ti el día de mañana si pudieras creer que tu decisión habría abreviado sus días”, y las de otro Prelado de la Iglesia parecidas a éstas, están las de mi Obispo que, como lo es de la madre y del hijo, son más conciliadoras, “el cariño de una madre es mucho más santo que el de una hija y si a García Morente se le concedieron permisos con mucha más razón a usted; ingrese interno que ya suavizaremos la cruz de su madre dándole permisos los jueves para que vaya a verla y los domingos para que coma y pase unas horas con ella”, y también las del Sr. Vicario de Madrid que, como yo le expusiera mis temores de que mi familia, al ver enfermar a mi madre, recurriera al Sr. Obispo y que éste al fin hiciera que se me concediera los permisos y esto pudiera parecer en mí una ficción y una deslealtad, me dijo: “No te preocupes, tú ingresa dispuesto a obedecer aunque sea a costa de tu madre, y si luego el Sr. Obispo hace que te den los permisos, dale gracias a Dios que no quiso que consumaras el sacrificio que le ofreciste”.
»Por lo tanto, yo no puedo querer esto. Si el Señor me lo manda me dará gracia para cumplirlo y entonces lo sufriré por Él con alegría.
»No creo que el voto de víctima me obligue a otra cosa sino a aceptar lo que Dios me envíe de sufrimiento o de cruz, incluso a buscar los que sólo repercutan en mí.
»Pero Dios manda amar a los padres; luego no puede querer que mi madre sufra y menos que pierda la salud. Si esto viene como consecuencia de una obediencia que he prometido, bendito sea el Señor, pero yo seguiré queriendo, como Dios quiere, honrar y consolar a mi madre».
«No podré olvidar –declara Blas Piñar López [9]– aquella sonrisa, que expresaba humildad y gozo, a un tiempo». «[...] Una tarde –añade–, al salir del Colegio, sito en la Ciudad Universitaria [Madrid] [10], me encontré con un numeroso grupo de seminaristas. Iban de paseo, en filas de dos. Uno de ellos era Manuel Aparici. Desentonaba, por sus años, de los demás. Caminaba como uno de tantos. Me acerqué. Le saludé. Sonreía. No podré olvidar aquella sonrisa, que expresaba humildad y gozo, a un tiempo ... ».
En nota manuscrita escribe:
«Todo y nada, pues en el Seminario todo pierde relieve y todo tiene relieve inusitado; los años parecen días y los días años, ya que en él nuestra vida la va transformando Cristo [...]. Pierde relieve, porque superiores, profesores, hermanos y libros no son más que instrumentos de la caridad divina en los que se nos declara y manifiesta, y por eso, porque el alma puede decir como San Juan en el lago de Tiberiades: “Dominus est”, tiene relieve en cuanto vivir en el Seminario es vivir escondido con Jesucristo en Dios».
Y pide a la Virgen que le haga hostia que se ofrezca por sus hermanos:
«¡Oh María!, tú que te hiciste hostia, que se unió a la Hostia Santísima que tu divino Hijo consagró en el Cenáculo, hazme ser hostia que se ofrezca por mis hermanos; tú que en tu oración martirial te hiciste pan de esperanza para todos los pecadores, alcánzame que con mi vivir escondido con Cristo en su cruz alimente a todos los miembros de vida precaria, enfermiza o potencial del Cuerpo Místico de tu divino Hijo a quien amo con el amor que tú misma, Madre Santísima me alcanzaste».
Ya está entre los amados de Jesús y anota en su Diario:
«Estoy entre los amados de Jesús ... y en el Corazoncito de Jesús Niño ... este es el pensamiento que me embarga.
»Todavía no he hecho un plan para el estudio, dentro de lo que se deja a mi libre albedrío.
»Hasta ahora todas mis obras van regidas por la sed de almas, aunque me falta una renovación más continua de la intención de abrazarlas a todas pero especialmente a las que incesantemente se presentan ante ti.
»Hoy c ... todo el día» [11].
»El Señor me ha hecho iniciar amistad con otro hermano de vocación, magnífico muchacho. Lleno de fuego y sed de almas.
»Hoy he llevado por ellos, para que sean más y más santificados, cilicio todo el día.
»Mi pensamiento casi continuamente está en Dios. Anoche en mi dormitorio no sabía como agradecer al Padre tanto amor, le ofrecí la acción de gracias de estos mis amadísimos hermanos de mi madre y mis hermanos en la carne, de toda la Iglesia, de María en el Corazón de Jesús.
»Hoy treinta actos de amor y ofrecimiento y quinientos escalones pidiendo que me suba a su cruz.
»En mi conversación con Romero [Maximino Romero de Lema] y Pozuelo ha salido demasiado mi yo» [12].
Un par de meses antes había presentado la instancia pidiendo la excedencia en el Cuerpo Pericial de Aduanas al que pertenecía.
Lleno de gozo, pero con gran humildad, escribe en su Diario:
«Amor a las almas por quienes hacía penitencia, que el amor verdadero se goza más con el bien que hace al Amado que con el que de Él recibe. Sí, yo no vine al Seminario, aquel yo mío, sensual, vanidoso, egoísta, no podía traerme al Seminario, fue el Espíritu quien me trajo y me trajo para las almas; no sé quienes son ellas, pero son del Padre y tú las rescataste con tu sangre y son las que te hicieron sufrir espantosa sed, amarlas a ellas es amarte a ti y padecer por ellas es gozar en ti.
»No me dejes que pierda ni un momento más. Mañana confesaré y llevaré propósitos concretos para empezar mi crucifixión».
Su primera semana de seminarista interno la resume así en su Diario:
«¡Gracias sean dadas al Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo! Bendita sea la infinita caridad con que me ha amado; antes de la creación del mundo me amó ¡a mí! y pensó en mí y desde su primer “fiat” todo lo ordenó a mi bien.
»¡Oh estos amadísimos hermanos, porción escogida tuya, niña de sus ojos, lo más amado de su Corazón! Él los escogió y los trajo y los santificó y entre los muchos fines que se proponía estaba este de dármelos por compañeros, por hermanos, por ayos que me lleven del todo a Él.
»Señor Jesús, que tan infinitamente me amas, dame gracia para corresponder a tu amor. Haz que yo viva para ellos, para que ellos y yo no seamos nosotros, sino tú en nosotros.
»Hoy en honor de María y por ellos y las almas todo el día cilicio» [13].
Con motivo de su primer retiro como seminarista interno escribe:
«El Señor ha querido que el Director del retiro lo centrara en la amistad con Jesús.
»Otra vez Jesús me dirige su palabra de amor: ¿Amice ad quid venisti? ¿Enmanuel, osculo Filium hominis tradis?
»Sí, me ha llamado amigo; sí, Jesús me ama y con un amor que jamás podré comprender. Incesantemente me lo dice con mis hermanos de vocación, con su morar en el Sagrario, con la caridad que resplandece en los rostros de los superiores y profesores, con la mole de piedra del Seminario, con los manjares de las comidas; porque todas esas voluntades libres las ha conjugado su amor a mi pobre alma. Sí; Jesús me quiere suyo, quiere que viva sólo y siempre en su Corazón y para adentrarme en Él, para lavarme de todo lo humano, Él me preparó este Seminario y estos sacerdotes suyos como superiores y profesores y estos amadísimos seminaristas como hermanos; Él una vez más por mi amor se viste de siervo con los ropajes de todos los que me rodean para invitarme a que me deje lavar por Él a fin de que pueda morar de verdad en su Corazón.
»Y me pregunta ¿a qué has venido?, ¡acaso a fingirme amistad! Porque, hijo mío, tu entrada como interno en el Seminario, será para todos signo de amistad conmigo; pero tu sabes que la amistad es semejanza. ¿Me dejas que te asemeje a mi? Yo fui varón de deseos, acuérdate de mis palabras “Desiderio desideravi hanc pascha manducare vobiscum antequam patiar”. Y precisamente porque deseé ardientemente que todos fuerais una sola cosa conmigo, os metí en mi Corazón e hice penitencia por vuestros pecados y subí a la cruz; porque fui varón de deseos fui también varón de dolores. ¿Deseas tu de verdad la cruz? ¿Puedo contar contigo para confiarte mis secretas ansias de Redentor? Oficio del amigo es recibir las confidencias del Amado. ¿No te he dicho muchas veces que esas almas que no me conocen fueron la causa de mis angustias y tristezas de muerte?
»Oh Jesús, amigo único y fiel, tu sabes bien que no he venido con propósito de venderte; pero que tal vez sin propósito deliberado te estoy vendiendo. Pero como eres mi amigo, vengo a pedirte ayuda para serte fiel. Sí, Jesús, dame tu gracia y hazme tu confidente y fuérzame a vivir en cruz. Haz que sea perfecto obediente, para que en esa cruz pueda tener abrazadas a todas las almas del universo mundo.
»La amistad contigo me obliga a asemejarme a ti:
»1º En tu amor al Padre y docilidad al Espíritu Santo.
»2º En tu amor a tu Santísima Madre.
»3º En tu amor a la Iglesia, por la que te ofreciste a la cruz, para que fuera sin mancha ni arruga.
»4º En tu amor a las almas, dando mi vida por ellas» [14].
En sendas notas manuscritas [15], en «Puntos a tratar con D. José María » [16], nos da a conocer, una vez más, el amor que arde en su alma de apóstol: sus anhelos, preocupaciones, perplejidades y sueños.
«1º Mi caridad para con Dios
»a) No preocuparme de mi santificación. El amor lleva unida la confianza y ésta el santo abandono. Yo he perdido mi alma en el Corazón de mi Amado y cuando llegue el Esposo la volveré a encontrar enjoyada por Él.
»No preocuparme de mi santificación, pues le he confiado a Jesús la transformación de mi alma y me consta por una fe viva que Él me da, que Él ha venido para poner fuego de amor en la tierra de mi alma, para que tenga vida todos y la tenga en más abundancia; que Él tiene contados no sólo los cabellos de mi cabeza, sino las gracias que necesito; que me tiene siempre presente como miembro de su Cuerpo Místico y me abraza con su Amor salvífico; que desde el Sagrario está incesantemente velando por mí; que cada 1/5 de segundo se ofrece al Padre por mí por manos de algún sacerdote suyo; así, pues, debo decir con el Apóstol ¿quién podrá arrancarme del Corazón de Cristo? No debo, pues, preocuparme, pues confío en su Amor en tanto me olvide, y desconfío en tanto me preocupe y por algo dice la Iglesia que “su Corazón es lugar de descanso para las almas piadosas”.
»b) Preocuparme sólo de sus almas: le confío mis cuidados y tomo los suyos.
»[...] Pues, al dejar mi cuidado en el Corazón de mi Amado, me encuentro que los cuidados suyos son las almas y, como toda vida y amor reclaman un fin, un objeto y un cuidado, ese nuevo vivir, escondido en Él, toma los cuidados suyos como propios. Sólo lo que interesa a mi Amado, me interesa porque mi vivir es Él.
»c) Mi oración, un abrir los ojos del alma dentro del Corazón de mi Amado para conocer en los “pensamientos suyos” a toda esta humanidad a la cual también tiene abrazada en su Amor salvífico. Él me ha hecho conocer la realidad de sus palabras: “Yo estoy en mi Padre, vosotros estáis en mí y yo en vosotros”.
»Mi oración, que es un adentrarme por la fe en el Corazón de mi Amado, es un abrir los ojos del alma dentro de ese Corazón para conocer en Él, en los pensamientos de su Corazón, a toda esta humanidad que Él ha redimido y renovado en su Sangre y a la que también incesantemente abraza en su Amor salvífico; y al conocer el amor con que el Amado los ama, a fin de cumplir su voluntad [...] le pido su Corazón para amarlos, y me lo da y empiezo a amar con Él.
»Así me ha hecho conocer aquello que prometió a su Iglesia en las personas de sus Apóstoles cuando su última cena: “Entonces conoceréis que yo estoy en mi Padre; que vosotros estáis en mí y yo en vosotros”. De aquí nace toda mi con-fianza: de que Él me ha hecho conocer que Él se abajó desde los cielos y se encarnó y vivió sufriendo y sufriendo murió por mí, para liberarme de la esclavitud del pecado y meterme en su Corazón, y subió a los cielos conmigo pues “uno solo ha subido a los cielos, el que bajó de los cielos” y bajó para “llevarse cautiva a la cautividad” y así yo, que antes era cautivo del pecado, soy ahora cautivo de Cristo. Primero me cautivó con temores, eres siervo; pero después con amores; me ha cautivado tanto amor conque me amó y ahora mi gozo mayor es ser su cautivo. Pero Él ha subido a los cielos y ha puesto como el águila el nido de sus polluelos junto al Sol: Él está en su Padre y yo estoy en Él y el Padre me envuelve en la misma mirada de amor infinito con que mira a su Hijo y porque me ve en su Hijo me envía el Espíritu de Amor que de entrambos procede y siento que ese Divino Espíritu me baña y me urge y me hace amar; porque yo, el pecador, el alma manchada que despreciaba a Dios y a su Cristo no podría amar y como siento que amo, vengo a conocer que Él, que está en mí, es el que me hace amar.
»d) Mi vida: cruz. Por doble motivo: porque tengo a mi cabeza coronada de espinas (Mystici Corporis Christi) y porque su Cuerpo Místico exige de mi crucifixión para sanar de sus llagas, pues sólo con mi vivir en cruz podrá dar a entender algo a las almas el amor infinito que las tiene Cristo y que Él me ésta dando a entender.
»Pero al par que veo así mi alma: abrazada por Cristo y en Él hecha objeto de las complacencias infinitas del Padre y convertida por el fuego de Amor vivo del Espíritu Santo, veo también a las demás almas a quienes encontré en el pecho de mi Amado al abrir los ojos de mi alma en Él.
»Pero como siento que el Espíritu –como dice el Apocalipsis– está a su puerta y llama y no le abren; por eso para que el Espíritu les penetre y puedan amar, Él me hace querer entregarme puesto en cruz para que mi libertad supla a la de ellos y ante empujón más fuerte del Santo y Divino Espíritu se abran a Él y amen. Por esto, y para poder anunciar su amor a las almas, quiero sufrir, porque no pudiendo traducir al mísero lenguaje humano el amor que siento que Él las tiene, se lo haga intuir un vivir puesto en cruz. Esos fueron, aunque entonces no discernía bien, los sentimientos de mi alma. Mis siete años de Presidente Él hizo que yo quisiera decirle a la Juventud de mi Patria que Jesús les amaba y como no pude, aunque los dos últimos años Él me dejó casi habitualmente su Corazón para amarles, ansiaba entregarme del todo en el sacerdocio suyo a fin de que algún día mi vivir de sacerdote concrucificado les diga que todo eso lo hizo el amor con que Él les amaba en mí.
»De aquí proviene el hambre de cruz que siento en mí, de este amor de misericordia conque Él, en su Corazón, me hace ver a las almas: porque las veo en su miseria actual y siento la agonía de su posible muerte eterna al par que veo el infinito amor conque el Padre las ama en su Hijo en el que quiere colmarles de todo género de bendiciones del cielo.
»e) De este amor que me arde en el alma, provino y proviene mi hambre de esa Vanguardia de Cristiandad [17]. No me basta ni mi boca, ni mi alma, ni mi cuerpo para alabarle y predicarle y por eso quieto a toda la juventud de la Hispanidad loca de amores por Cristo, para que lo alabe y anuncie su Amor al mundo.
»Yo, físicamente, no puedo llegar a toda la humanidad, aunque espiritualmente la abrace en el Corazón de Cristo, y quiero que toda la juventud de mi Patria y de los Pueblos Hispánicos sientan ese amor de Cristo a las almas que las obligaría a ponerse en cruz para ser instrumento suyo de redención. Y lo quiero porque en la bendición y deseo de dos Pontífices siento que es Él quien lo quiere, porque les ama tanto que quiere darles a conocer su amor a las almas a fin de que puedan anunciarlo al mundo.
»Por eso el pensamiento de volver a contemplar esa historia de la Iglesia, la de deseo y promesa del Pueblo de Israel y la Católica en la que responden los admirables mundos del amor misericordioso de Dios según puso en ejecución por Jesucristo (omnia per Ipsum facta sunt) a fin de penetrar más y más en la andura y longura, alteza y profundidad de esa Caridad de Dios hacia las almas que sobrepuja a todo conocimiento.
»2º Mi caridad para con el prójimo
»Contemplarle en los pensamientos de su Corazón y después ver su situación actual para así, por esta comparación, encenderme en amores de misericordia.
»a) Madre y hermanos: Los he confiado a Jesús. El cuerpo y el alma de mi madre están en manos de un buen médico, mi mejor amigo seglar, y de un sacerdote santo, magnífico amigo también, [a fin de que se realicen los designios de Dios sobre su alma]. Yo procuraré suavizarle todas sus penas.
»Sin embargo, a mi madre y hermanos es a quienes menos he contemplado en el Corazón de Cristo y por eso mi amor hacia ellos no es plenamente espiritual.
»b) Mis superiores: Contemplarles también en el Corazón de Cristo y como amados por Él a fin de amarlos como Él.
»Mas éste es el capítulo más difícil.
»Porque Él quiere que les ame, reverencie y obedezca como a Él mismo. Pero también quiere que le entregue mi nada para contribuir a renovar con ella toda una época.
»Porque no pretendamos engañarnos.
»Si el Señor me ha hecho conocer, amar y servir de rodillas a la juventud de mi Patria durante doce años ha sido para algo. Y porque vi que a esa juventud no la conocía, y como consecuencia no podía amarla y servirla, la inmensa mayoría del sacerdocio español, decidí, por la gracia de Dios, dar mi vida por ella; por eso he venido al Seminario y en público lo dije: en mi corazón os llevo.
»¿Amo sólo a la Juventud de España? No; amo a todas las almas; pero a éstas las amo como el medio precioso que ha de permitir ganar para Cristo a todas las de la tierra.
»¿Los seminaristas y sacerdotes? me dirá Vd. Ciertamente que sí; son medio más precioso todavía y por eso les amo más; pero en relación al fin y precisamente de esto provienen todas mis perplejidades.
»He aquí, pues, que yo he venido al Seminario no sólo, sino trayendo en mi alma todo un mundo juvenil. Yo dejé la Presidencia de la Juventud de Acción Católica; pero lo que no podía dejar era la caridad hacia la Juventud de España con la que el Señor me enriqueció durante los siete años en que le serví a Él en ella.
»Por eso el bien en Cristo de esa alma moderna es la razón de ser de mi oración, mi penitencia, mis estudios y mi obediencia. Ese bien de ella mi regla crítica también.
»Determinada ya mi personalidad, examinemos las reacciones que pueden producirse en mi alma ante los superiores y la Comunidad.