Extracto de DOSSIER FIDES “El encuentro con Jesús de Nazaret – improvisación o fidelidad “creativa” a la tradición” publicado por Agencia Fides el 30 de Agosto de 2008.
La participación con la música sacra
Sobre la música sacra se ha difundido la idea de que mientras los cantos están más a la mano de todos, será mayor y más activa la participación de los fieles en la sagrada liturgia. En el intento legítimo de involucrar a las jóvenes generaciones se ha incrementado el uso de diversos instrumentos musicales para la animación litúrgica. En realidad estas estrategias no han producido mayor participación sino que han aumentado el número de actores que realizan algún rol durante las celebraciones. También en este caso una mala interpretación del dictamen conciliar ha oscurecido completamente lo que el Concilio sancionaba.
No es una casualidad el que la Sacrosanctum Concilium dedique a la música sacra todo un capítulo, que al leerlo resulta claro el no estar autorizados a cancelar el patrimonio musical de la tradición. Justamente al inicio se reafirma que: “La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne.” (Sacrosanctum Concilium 112).
Un patrimonio inestimable frente al cual tal vez no se tiene el debido respeto, imaginando que cuanto es fruto de la creatividad extemporánea es por sí mismo capaz de involucrar mayormente a los fieles. Probablemente es este el fin que ha hecho desaparecer el canto gregoriano que es definido por la Constitución conciliar “como un canto propio de la liturgia romana” y para el cual se establece sea reservado “el lugar principal” ( Sacrosanctum Conciluim, 116). En realidad el canto gregoriano es el gran ausente de la liturgia porque, según los liturgistas más “actualizados”, serían protagonistas solamente los componentes de la scholae cantorum, mientras los otros fieles serían espectadores pasivos.
Lo que sucede es que se ha difundido la idea de que el fiel participa en la medida en que comprende todo. Se olvida que el aspecto fundamental es que el fiel no debe descuidar el encontrarse frente al Misterio presente que exige adoración. Las palabras del entonces Cardenal Ratzinger en el libro-entrevista son absolutamente iluminadoras: “la música sagrada es ella misma liturgia, no es un simple embellecimiento accesorio; el abandono de la belleza ha demostrado ser una derrota pastoral. Se ha vuelto cada vez más evidente el terrible empobrecimiento que se manifiesta cuando se elimina la belleza y se apega solamente a lo útil. La experiencia ha mostrado el apego a la única categoría del ‘comprensible para todos’ sin lograr que las liturgias sean verdaderamente más comprensibles, más abiertas, sino solamente más pobres. Liturgia ‘simple’ no significa pobre o de buen mercado: existe la simplicidad que proviene del banal y aquella que deriva de la riqueza espiritual, cultural e histórica. Se ha separado la música en nombre de la ‘participación activa’: ¿pero esta ‘participación’ no puede acaso también significar el percibir con el espíritu, con los sentidos? ¿No existe nada de ‘activo’ en el escuchar, en el intuir, en el conmoverse? ¿No es esto un empequeñecer al hombre, un reducirlo a la sola expresión oral justamente cuando sabemos que aquello que existe en nosotros de racionalmente consiente y que emerge a la superficie es solamente la punta de un iceberg respecto a nuestra totalidad? Preguntarse esto no significa ciertamente oponerse al esfuerzo por hacer cantar a todo el pueblo, o a la ‘música en uso’: significa oponerse a un exclusivismo (solo aquella música) que no es justificado ni por el Concilio ni por las necesidades pastorales”. Es más: “Una Iglesia que se reduce solamente a hacer música corriente cae en la ineptitud y se vuelve a sí misma inepta. La Iglesia tiene el deber de ser ‘ciudad de la gloria’, lugar donde son recogidas y llevadas al oído de Dios las voces más profundas de la humanidad. La Iglesia que no puede quedarse en lo ordinario, en lo usual, debe despertar la voz del Cosmos, glorificando al Creador y desvelando al Cosmos mismo su magnificencia, haciéndolo bello, habitable, humano” (Informe sobre la fe…pp. 132, 133).
Pienso que un test eficaz para evaluar el grado de compromiso de los fieles en el Misterio presente, celebrado y adorado durante la Santa Misa es justamente el observar el modo como los fieles salen tras la bendición final. En muchos casos pareciera asistir a una verdadera y propia fuga, al punto que la estrategia adoptada por algunos sacerdotes es el pronunciar la fórmula final después del canto final o incluso tras haber hecho la enésima mini homilía en la que se recuerda que la Santa Misa termina con el canto final en cuanto parte de la oración. No pongo en duda el que estas recomendaciones sean realizadas con buena fe. Sin embargo tal vez sería más eficaz preguntarse si los fieles que han participado en la santa liturgia, cuya duración promedio es una hora, han tenido la percepción de estar frente al drama, en la forma sacramental, de Cristo que nace, muere y resucita por nuestra salvación.
¿Qué sentido tiene detener físicamente a las personas en la iglesia por algunos minutos si es un hecho que mentalmente están en otro lugar? Para lograr esto, el sacerdote debe apelar a las normas de buena educación provocando una suerte de control recíproco entre los presentes que se preocupan más del no hacer un papelón frente a los demás que del separarse da Aquel que abraza nuestra vida, con sus alegrías y con sus dolores. Gracias a Dios, como los fieles que conservan el sentido de cuanto se ha celebrado son más de cuanto se imagina, y sería oportuno evitar de molestarlos con ulteriores llamadas de atención, dejad que sean ellos mismos con su testimonio y con su el celo con el que están frente al Misterio los que llamen la atención a los otros.