Viernes, 12 de septiembre de 2008

Extracto de escrito sobre Manuel Aparici enviado por Carlos Peinó Agrelo  bajo el título "Vocación, Seminario, Ordenación Sacerdotal y Salamanca".  Según su Diario Espiritual y otros escrito y testimonios

(1941-1950)

 

 

 

 

         Testigos todos ellos en la Causa de Canonización del Siervo de Dios.

 

1.      Mons. Mauro Rubio Repullés

 

         Conoció a Manuel Aparici en 1939 recién terminada la guerra. Tenía 20 años y el Siervo de Dios, Presidente Nacional, 37. Lo trató desde ese momento hasta su muerte en 1964. El trato fue asiduo e incluso espiritual. Nunca se debilitó. Dos años después de conocerse, ingresaron los dos en el Seminario Mayor de Madrid. Fueron condiscípulos durante seis años. Se ordenó un año después que Manuel Aparici.

         El Siervo de Dios promovió su nombramiento para las Juventudes Obreras, quien, años más tarde, en 1960, le sucedería en la Consiliaría Nacional de los Jóvenes de Acción Católica.

Fue uno de los Obispos consultados por el entonces Cardenal Arzobispo de Madrid D. Ángel Suquía Goicoechea.

«Por supuesto –le dice en su contestación al señor Cardenal–, estoy plenamente de acuerdo con la iniciación de esta Causa. Aparici, como sabes, fue un laico ejemplar, que en sus años de Presidente de la Juventud de Acción Católica de España dio un impulso definitivo a la Acción Católica juvenil comprometiéndola a fondo con Jesucristo y su Iglesia. Su ejemplo personal supuso no sólo el avance definitivo del apostolado seglar en España, sino que influyó en la aparición de numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas en todo el país, y entre ellas la mía.

         »De su testimonio cristiano y apostólico yo subrayaría el valor que dio siempre a la oración, practicada diariamente por él durante varias horas, su servicio a la Iglesia, a la que quería apasionadamente, y su espíritu jerárquico, que tanto bien hizo a seglares y sacerdotes.

         »La Peregrinación al Pilar de Zaragoza, recién terminada la guerra española [1], y a Santiago de Compostela posteriormente [2], para cumplir la consigna de Pío XI de instaurarlo todo en Cristo, expresan muy bien lo que acabo de decir.

         »Mi opinión es, por tanto, plenamente favorable a la introducción de su Causa de Canonización. Su trámite y su prevista conclusión favorable harán un gran bien al pueblo cristiano y a tantas personas que conocieron a Aparici y se animaron a seguir sus pasos» [3].

 

         «Su influencia en la juventud de aquella época en toda España fue muy decisiva para crear la nueva mentalidad cristiana entre los jóvenes de todo el país.

         »[...] Fue siempre un hombre profundamente religioso y por tanto con un interés extraordinario por todo lo que se refería a profundizar en el estudio de la fe católica. Él se ordenó un año antes que yo [...].

         »Él hablaba muy frecuentemente de la importancia de la santidad de los sacerdotes Consiliarios de la Acción Católica y ponía, sobre todo, el acento en la importancia de la oración mental. Él fue siempre muy respetuoso con todos.

         »Era una persona de mucha oración y preocupación cristiana profunda [...]. Él creó una nueva mentalidad o manera de entender lo que debía ser el apostolado seglar. Inició el camino de la colaboración del laico como miembro activo de la Iglesia e hizo que miles de jóvenes de toda España se comprometieran directamente en un trabajo apostólico. Él tenía un gran respeto a la Jerarquía de la Iglesia. Mantenía un contacto muy frecuente con los Obispos, entre ellos con mi antecesor en el cargo Fray Barbado Viejo, a quien estimaba mucho. Él influyó en la creación de una nueva mentalidad sacerdotal en relación a los Consiliarios y la importancia de la relación de éstos con los seglares. Él fue un precursor del Vaticano II, en lo que respecta a la presencia en la Iglesia de un laicado militante. En lo que antes había dicho sobre la espiritualidad sacerdotal y la nueva mentalidad del laico en la Iglesia.

         »Practicó la fe en grado sumo con sus obras y sus palabras. Esto que él solía repetir que hasta los veinticinco años tuvo una conducta bastante alejada de la Iglesia viviendo una vida disipada, hasta que le vino la conversión a la fe y a la Iglesia, y desde ese día empezó a comprometerse en el trabajo apostólico de la Iglesia. Sí, él vivió con gran interés el conocimiento de la Teología y de las demás Ciencias Sagradas. Él recorrió prácticamente España entera muchas veces para extender el Movimiento de Acción Católica como un medio de renovación cristiana en la juventud, tanto en su tiempo de seglar, como después siendo sacerdote. Él, como hombre que era de oración muy profunda, hablaba con frecuencia de temas espirituales y sobre todo de la Santísima Trinidad.

         »Vivía la virtud de la fe con absoluta normalidad y se preocupaba de profundizar en ella a través de sus lecturas, que eran muy frecuentes, y a través de su actividad en la vida cristiana. Observé esa especial devoción a la palabra de Dios. Él tenía un contacto muy frecuente con la Sagrada Escritura y su oración estaba basada especialmente en el Evangelio. Sí, especialmente por la constancia y naturalidad como la vivió. Sobre todo, lo característico de él era la oración a la que dedicaba a lo largo del día largos ratos. En las circunstancias en que yo le conocí no resultaba fácil vivir la fe, porque al término de la Guerra, con todas sus consecuencias negativas había creado nuevas mentalidades y posturas ante el hecho religioso [...].

         »Él influyó mucho en mí en la necesidad de la oración como medio de conservar y acrecentar la fe.

         »Mantenía una serenidad de espíritu constante en la vida. Él hablaba frecuentemente de la misericordia de Dios. Para mí su influencia, en este aspecto, fue radical [...].

         »Además de su espíritu de oración y de su preocupación por cumplir este deber, él hablaba frecuentemente de la aceptación de la voluntad de Dios. Él era un hombre muy penitente y concebía la vida cristiana como un ejercicio ascético personal y permanente. Él tenía en este sentido la actitud propia de un cristiano comprometido con el deber de reparar los pecados y faltas de los demás. Era una persona que impactaba muy positivamente cuando celebraba la Misa o cuando hacía oración, en la administración de los Sacramentos siendo ya sacerdote. A mí me impresionaba cuando él contaba sus experiencias religiosas. He tenido un influjo muy positivo en este sentido.

»Creo que toda su concepción de su vida cristiana tenía como base el servicio a los demás. A mí me parece que él tenía muy claro sus deberes religiosos y su vida cristiana que debía girar en torno a Cristo y a su precepto de caridad para con los demás. Por su experiencia anterior de su vida seglar él se mostraba muy comprensivo con los defectos y las limitaciones de las personas que lo rodeaban. Una de las obras que animó y apoyó al final de la Guerra fue la visita a las cárceles y el trabajo apostólico con los encarcelados, la cercanía a las personas que pensaban de manera diferente, la tolerancia con personas con ideas distintas, y, como expresión de todo ello, de la caridad para con el prójimo. Sí, ha tenido un influjo muy positivo en mi vida su ejemplo en esta virtud.

         »Él tenía relación con muchas instituciones, personas muy diversas y situaciones a veces contradictorias propias de aquel tiempo. Y supo llevarlo todo como Presidente que era de la Juventud de Acción Católica con verdadero tacto y prudencia, que no dudo que a veces podía ser verdaderamente heroica. Yo fui testigo de una prudencia verdaderamente extraordinaria en las decisiones de su cargo tanto como Consiliario como Presidente de la Juventud de Acción Católica Española, dada la dificultad que en aquella época presentaba la mentalidad de los distintos ambientes donde tenía que intervenir. Constantemente él pedía ayuda espiritual antes de tomar decisiones importantes, por ejemplo yo recuerdo que tenía relación con algunas monjas de clausura a las que pedía ayuda espiritual para las responsabilidades y tareas propias de su cargo. Él tenía una relación muy estrecha […] tanto conmigo como con D. Miguel Benzo. Esta relación estaba muy fundada, aparte del aspecto humano, por razones de carácter espiritual en las que no faltaban consejos y orientaciones de tipo espiritual. Nunca puso en peligro el respeto debido a los demás, a la Iglesia o al estado sacerdotal en sus actitudes. Pienso que, por su vida sobrenatural, se justifica el que obrase con prudencia sobrenatural en las responsabilidades de los cargos que desempeñó [...]. Me ha ayudado y me ayuda personalmente su ejemplo para ser prudente en mis actuaciones.

         »[...] Fue fiel en todo momento en la observancia de las obligaciones para con Dios y para con la Iglesia. Era una persona muy ejemplar en el cumplimiento de sus obligaciones tanto en su etapa de seglar como de sacerdote. Influyó en ese sentido en las personas que lo rodeaban. Él ayudó realmente a muchas personas, sobre todo a los jóvenes, en situaciones difíciles en relación con la fe y la vida cristiana con resultado positivo. Y lo demuestra el gran número de vocaciones a la vida religiosa y consagrada que él orientó y alentó. Siempre le vi fiel a la llamada de Dios. Toda su influencia primero como seglar y también después como sacerdote manifiesta la ayuda que me prestó a vivir mejor esta dimensión de mi fe [...].

         »[...] Siempre respetó los derechos de las otras personas […]. Cumplía la palabra dada. […]. Era agradecido.

         »[...] Fue un cumplidor fiel de las obligaciones de sus cargos y oficios. Nunca le vi faltar a la virtud de la justicia. Nunca vi en él hipocresía ni falta de gratitud para con Dios o para con el prójimo. Tampoco le oí proferir juicios temerarios. Respetaba los secretos que le confiaban. No recuerdo que hiciera daño a los demás.

         »Ejercitó la fortaleza en grado heroico en las distintas etapas de su vida. Por su trayectoria estoy seguro que se manifestó con alegría y prontitud en el desempeño de sus responsabilidades. Por todo lo que es el ejemplo de su vida siempre manifestó buscar los valores cristianos en su vida. Él era un hombre de no muy buena salud y, sin embargo, vivió sus situaciones personales con un espíritu de fortaleza cristiana […]. Me parece que lo sobrenatural informaba todos los aspectos de su vida.

         »A pesar de su no buena salud se esforzaba constantemente por el cumplimiento de su trabajo, especialmente todo lo que se refería a su vida espiritual en especial a la oración a la que dedicaba mucho tiempo cada día, al conocimiento de la Sagrada Escritura y a su preparación teológica.

         »[...] Consiguió una verdadera superación en el control de sus inclinaciones naturales y de sus pasiones, ejerció por tanto la virtud de la templanza en grado heroico. Era una persona normalmente sobria tanto en la comida como en la bebida. Era una persona muy mortificada […]. Era una persona que vivía la ascesis cristiana con mucha exigencia en todos los aspectos. Era una persona normal en el cuidado de su salud. Tenía un trato normal con las personas, todos reconocían en él un trato cristiano normal sin que provocase rechazo o retraimiento.

         »Él abandonó su vida profesional como Agente de Aduanas que era para dedicarse a la atención de su cargo de Presidente de la Juventud de Acción Católica y esto le trajo serias dificultades económicas hasta el punto que a veces tenía que pedir ayuda a sus amistades para la atención de su casa y de su madre ya anciana. Estoy seguro que vivía la pobreza consagrada con esforzada austeridad. En todas sus actuaciones como Presidente y Consiliario de la Juventud de Acción Católica Española él insistía constantemente en todas las virtudes cristianas y por supuesto en la pobreza. Destacaba por el trabajo. También era servicial.

         »[...] Sus relaciones con las Autoridades eclesiásticas fue siempre muy ejemplar a pesar de las dificultades de aquel tiempo. Por su edad y sus circunstancias y sus intervenciones tenía muchas amistades con personalidades de la política con las que se llevó siempre bien. El Cardenal D. Ángel Herrera le calificó de “Coloso de Cristo, de la Iglesia y del Papa”. Estaba muy acostumbrado a no hacer nada sin contar con la consulta previa a sus colaboradores. Creo que estaba siempre dispuesto a modificar su propio criterio cuando veía razones fundadas para ello en los demás [...].

         «Observó la castidad en grado heroico a lo largo de las diversas etapas de su vida. Usaba de los medios tradicionales de la Iglesia como el cilicio y las penitencias corporales. Se manifestó como persona modesta en sus conversaciones. [...].Todos coincidíamos en su ejemplaridad en la castidad.

         »Él se manifestaba como una persona humilde. Sabía reconocer sus culpas y sus errores. Nunca le vi deseoso de cargos públicos y de honores. Se mostraba sencillo en su trato.

         »La oración era una característica muy particular suya, no solamente se dedicaba a la oración en los ratos del día sino que influyó poderosamente en ese sentido en la creación de hábito de oración en muchos de sus colaboradores [...]. Era una persona contemplativa aunque desconozco si tuvo experiencias extraordinarias. Él tuvo grandes facilidades para la oración. No me consta que tuviera dones carismáticos especiales ni que experimentara fenómenos preternaturales ni sé de nadie que los observara en él.

         »Si no como santo, sí como una persona muy ejemplar en la vida cristiana. Esta fama de persona destacada en las virtudes y la vida cristiana era unánime, continua y espontánea. Sobre todas sus virtudes destacaba su oración, su servicio a la Jerarquía eclesiástica de su tiempo y su devoción por el Papa. Puedo dar el dato de que muchas Encíclicas las sabía en gran parte de memoria, las estudiaba con mucho detenimiento y hablaba de ellas en todos sus actos de propaganda. Recuerdo, muy en especial, cuando salió la Encíclica de Pío XI sobre el nazismo, cómo hablaba de ella y repetía párrafos enteros. Para él, como para los hombres apostólicos de su tiempo, el Magisterio Pontificio adquiría una relevancia especial en su formación y en su propaganda […].

         »Estuve en el entierro en el cementerio de la Almudena. No asistieron muchas de las personas que podían haber estado, por la fecha en que sucedió la muerte, el mes de agosto, aunque le acompañamos un grupo bastante numerosos de amigos cercanos [...].

         »Con el tiempo esta fama de santidad de su vida ha ido en aumento […]. Hay muchos dirigentes de la antigua Acción Católica Diocesanas y Parroquiales que se encomiendan a su intercesión» [4].

 

2.      Rvdo. D. Demetrio Pérez Ocaña

 

         Conoció a Manuel Aparici cuando éste ingresó en el Seminario y lo trató hasta el año de su Ordenación Sacerdotal en 1947. Fueron ordenados el mismo día, si bien después, al tener distintos servicios en la Diócesis, se interrumpió el trato directo.

«Quizá no era muy inteligente [5] , pero era muy constante y asiduo en el estudio. La dificultad para él era el latín [...], luego ya se defendía. La disciplina del Seminario [...] era dura para todos; debería de serla más para él dada su edad y el haber vivido en el mundo con independencia y libertad en el actuar, en el trabajo; sin embargo, se adaptó muy bien a la vida y la disciplina del Seminario, y era verdaderamente ejemplar en el cumplimiento de sus deberes como seminarista.

»Deseaba prepararse lo más completamente posible en su formación espiritual y en su formación doctrinal. Se preparó con la ilusión con que todos los seminaristas nos preparamos para ese momento tan deseado de la Ordenación Sacerdotal y la primera Misa.

»Era un hombre de fe evangélica, manifestada en sus palabras y en sus obras. Yo le vi siempre, en el Seminario, un hombre muy equilibrado, sin cambios, siempre buscando la santidad y la perfección, y esto movido por su espíritu de fe [...]. Además, proyectaba su fe en los demás, y ayudó a seminaristas en crisis, con su oración y con su testimonio de fe.

»La tónica dominante de toda su vida fue un acto de fe continuo. Podríamos aplicarle las palabras de San Pablo: “El justo vive de la fe”.

»Dio testimonio de [...] esperanza con palabras y obras; para él su vida era llegar al ministerio sacerdotal, y su esperanza la tenía puesta en la posesión de Dios, como fruto de la pasión y muerte de Jesús [...]. Era un hombre de gran ilusión, de gran esperanza.

»Si destaco la fe y la esperanza [...], de forma especial tengo que destacar la virtud de la caridad: amaba a Dios con todo su ser y con todas sus fuerzas. Estoy convencido de que él trabajó para que toda su vida fuera un acto de amor de Dios, que se manifestaba en su vida interior, su vida de oración; vivía esa presencia de Dios y era ejemplar por su vida y espíritu de oración, por el recogimiento que se veía en su expresión, recogimiento de sentidos, y le gustaba meditar, sobre todo, la Sagrada Escritura [...]; se alimentaba con la lectura espiritual, sobre todo de Santa Teresa, de San Juan de la Cruz y de San Juan de Ávila, al que tenía una gran devoción.

»Lo que más destacaría de D. Manuel Aparici es su amor a Dios y su amor a la Santísima Virgen.

»Vivía los problemas de los demás seminaristas. Por su edad y por su madurez se ganó la confianza de muchos seminaristas, que acudían a él para expresarle o manifestarle sus problemas vocacionales y recibir de él su ayuda y consejo. Recuerdo el comentario de alguno de sus compañeros que decían: “Hace competencia al director espiritual del Seminario, D. José María García Lahiguera”, de quien actualmente está abierto el proceso de beatificación; pero puedo asegurar que no estaba en su mente invadir el campo de D. José María.

»Puedo decir que en el Seminario era prudente en sus juicios [...]. Cuando en el curso había alguna decisión de los Superiores que no nos agradaba o no entendíamos, él siempre puso su nota y consejo prudentes [...].

»Fue ejemplar en el cumplimiento del Reglamento del Seminario; por su edad, y debido a los cargos tenidos, pudo tener algún privilegio en el Seminario: de habitación, de horario, y sin embargo él no quiso, y cumplió el Reglamento como un simple seminarista. Cuánto más, los Mandamientos de Dios y de la Iglesia.

»Era un hombre equitativo y justo, siempre sabía quitar importancia a las faltas que pudiéramos cometer los seminaristas, manifestando con esto su caridad y también su justicia.

»Aunque físicamente no podemos decir [...] que era un hombre fuerte, espiritualmente tenía la virtud de la fortaleza, y sabía afrontar los problemas propios de la vida de comunidad con un tono de alegría cristiana; no se amedrentaba ante los problemas, era un hombre fuerte ante las dificultades que se le presentaban en el estudio, en la salud y en el trato con la vida de comunidad. Hay que tener en cuenta que, quizás, a los “revalidistas” (vocaciones tardías) no se les acogió con caridad y espíritu abierto pensando que ellos por su edad, por sus estudios, iban a eclipsar la vida de los seminaristas que a corta edad habíamos ingresado en los Seminarios; sin embargo, Manuel Aparici supo ser paciente y fuerte y nos hizo cambiar esta mentalidad, aceptándoles en plenitud, y supo granjearse la estima y admiración de los seminaristas jóvenes.

»Por su edad y por su formación había temas que, podríamos decir, que Manuel Aparici tenía superados, logrando un dominio de las propias inclinaciones naturales, de sus pasiones. Era parco y austero en la comida y en el descanso y seguía el régimen de alimentación que teníamos en el Seminario, que por las circunstancias de la época, final de nuestra Guerra Civil y años de la segunda guerra mundial, fueron más bien escasos, hasta el punto de que los Superiores permitían que los familiares enviasen a los seminaristas bolsas con alimentos. No recuerdo que [...] que hubiera recibido bolsa alguna [...].

»Tenía espíritu de pobreza, y no manifestaba apego a las cosas.

»Era [...] obediente al Reglamento del Seminario y a las normas que los Superiores daban; obedecía los distintos tiempos de estudio, de oración y de recreo. Además, como en él buscaban consejo los seminaristas, siempre influía en nosotros para que viviéramos la obediencia, virtud vivida por el Señor, y recuerdo que citaba la frase de la Escritura: “Fue hecho Jesús obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

»Su vida [...] fue limpia [...]. En esta virtud era ejemplar. Nunca en conversaciones se le oyó una frase o un chiste que pudiera quebrantar la virtud de la castidad.

»Era un hombre muy sencillo.

»En el Seminario, entre los seminaristas que más lo trataron tenía fama de santidad, y esto se oía en comentarios: “Aparici es un santazo”» [6].

 

3.      Rvdo. D. Francisco Méndez Moreno

 

Conoció a Manuel Aparici en el Seminario. Fueron amigos.

«Se ordenó con él esa misma mañana, junto con el resto de compañeros […].

»Manolo, era el mayor de edad de los que componíamos la promoción, y yo el más joven [...]. Casi me duplicaba en edad con mis veintidós años que yo tenía al ordenarme. Esta diferencia de edad hacía que, en el trato conmigo, me llamara familiar y cariñosamente con el nombre de “Paquillo”, y yo, por otra parte, le agradecía por lo que de amistad significaba para mí. [...]. Él era para mí el compañero veterano y amigo mayor, a quien casi reverenciaba dada su historia personal de entrega en el apostolado de la Iglesia y a Cristo.

»En las conversaciones que teníamos en los ratos de recreo pude observar algo que no se me olvida: en los temas serios y graves hablaba con una profunda convicción que traslucía sus sentimientos interiores y el gran conocimiento y dominio de los temas. En los temas más vulgares y ordinarios hablaba siempre con una gran afabilidad y con una continua sonrisa en sus palabras. De cualquier tema que tratase la conversación terminaba él llevándolo por el camino de la fe y refiriéndolo siempre a la voluntad de Dios. En todas sus palabras trascendía su vida interior de trato con Dios.

»[...] Durante su enfermedad, le visité una vez, y le recuerdo inmovilizado en un sillón, pero siempre con el mismo espíritu y más, si cabe, gozoso y alegre por cumplir la voluntad de Dios de aquella manera. Solamente me ha quedado el pesar de no haberle visitado más veces en aquellos últimos años, por la caridad y amistad con él y para mi personal provecho y ejemplo.

»Recuerdo [...] su figura física y espiritual [...]. Pero por encima de todos, uno que no olvidaré: los momentos de oración que hacía en la Capilla. Su profundo recogimiento transparentaba la vida intensa de trato con el Señor. Esto me edificaba mucho siempre que le veía en la Capilla y era para mí motivo de admiración y santa envidia.

»La dedicatoria que me puso en el libro que me regaló un final de curso en vísperas de marchar de vacaciones […] refleja toda su gran personalidad espiritual. También me dedicó una estampa-tarjeta de la Virgen, en la que refleja su devoción y amor a la Virgen María.

»Ojalá que el Proceso vaya adelante con rapidez, y que la Iglesia pueda gozarse pública y oficialmente de la santidad de este hombre excepcional, mi amigo y compañero» [7].

 

4.      Rvdo. D. Manuel López Vega

 

         Conoció a Manuel Aparici a principios del curso 1944-45 en el Seminario Conciliar de Madrid. Él procedía del Seminario de Sevilla. Por razones del Servicio Militar se trasladó a la Capital y por benevolencia de los Jefes del Cuerpo de Sanidad vivía en el Seminario. Se matriculó en primero de Teología en su mismo curso. Sólo lo trató ese curso porque al año siguiente volvió a Sevilla. Mantuvo con él alguna relación epistolar así como alguna que otra visita.

         «Desde el principio –dice– recibí una cordial acogida por parte de todos y en especial de Manolo como cariñosamente se le conocía. Dada su edad yo le hablaba de usted hasta que con seriedad me obligó a tutearle.

         »Yo tenía una lejana referencia de su persona y obra siendo Presidente Nacional de la Juventud Masculina de Acción Católica a través del periódico SIGNO. Me encantó su trato familiar, sencillo, serio y ameno a veces chispeante y sobre todo sabiendo llevar habitualmente el tema hacia Jesucristo del que estaba “enamorado”. Paseábamos juntos por los jardines o patio exterior del edificio siempre con charlas interminables. Sus conocimientos y experiencias del Cuerpo Místico me edificaban. También en la capilla estábamos juntos. Pude detectar en todas sus comuniones una profundidad de oración y de intimidad amorosa manifestada con leves quejidos que me llegaron a convencer de experiencias místicas y profundamente contemplativas. Aún después de tantos años las recuerdo y siempre me sirvieron de estímulo y admiración.

         »Sólo le traté ese curso pues volví al año siguiente a Sevilla donde mantuve con él alguna relación epistolar así como alguna que otra visita raras veces.

         »Tengo el convencimiento pleno de que fue un hombre de Dios, místico, apóstol de la juventud y gran devoto de la Virgen» [8].

 

Años más tarde siendo sacerdote, en la Hoja Parroquial de fecha 9 de diciembre de 2001, bajo el título Manuel Aparici, escribió:

«[...] Fue un gran apóstol de la juventud [...]. Llevó más de cien mil jóvenes en peregrinación a Santiago de Compostela en marcha misionera para vitalizar el catolicismo español. Los preparó con Cursillos de Adelantados de Peregrinos, lo que después dio origen a los Cursillos de Cristiandad [...].

»Pude ser testigo de su espíritu apostólico, carácter siempre jovial, mucha espiritualidad y oración mística. Siempre me impresionó su recogimiento en la Misa y fervor en la comunión que transparentaba su amor intenso y constante a Jesucristo [...].

»Que llegue pronto a los Altares el que fue “Capitán de Peregrinos”» [9].

 

         5.      Rvdo. D. Julio Navarro Panadero

 

         Conoció a Manuel Aparici en su estancia en el Seminario. Coincidió con él algunos años. Era de cursos diferentes.

         «Ya de sacerdote, alguna vez charlamos y en día cercano a su muerte, en su lecho de enfermo tuve de él alguna muestra notable de su gran espíritu.

         »Como ambiente creo que vivía en ámbito de fe en sus criterios y obrar. Su conversación era normalmente elevada a un plano sobrenatural y visión de las cosas muy evangélico. Siempre con ansias apostólicas. Así me embarcó y participé una vez con él en aquellos Cursillos parecidos o más bien pioneros de los famosos Cursillos de Cristiandad posteriores y pude verle actuar con aquel fuego de alma que arrastraba.

»Estando ya cercano a su muerte, acompañé a verle con su amigo D. Pedro Álvarez Soler (q. e. p. d.) que iba a celebrar Misa a su lado (no se permitía entonces la concelebración) en su habitación (tenía para ello la licencia oportuna).

         »Acabada la Misa y dado gracias, me dijo: “Julio, ahora sé decir Misa”. Cuando se estaba inmolando en el altar con Cristo Sacerdote» [10].


 

 [1]  Tuvo lugar en 1940.

 [2]  Tuvo lugar en 1948.

 [3]  C.P. pp. 46-47.

 [4]  C.P. pp. 462-482.

 [5]  Según Mons. Maximino Romero de Lema «Manuel Aparici era muy inteligente. Procedía de una carrera técnica, no era lo que entonces se decía un “universitario”» (C.P. pp. 9814-9832).

 [6]  C.P. pp. 668-675.

 [7]  C.P. pp. 421-430

 [8]  C.P. p. 9849.

 [9]  BORDÓN DE PEREGRINO Abril 2002.

 [10]  C.P. 9850.

 

¿CÓMO LE VEÍAN SUS COMPAÑEROS DEL SEMINARIO?
Publicado por verdenaranja @ 23:00  | Espiritualidad
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