Domingo, 21 de septiembre de 2008

El Delegado Diocesano de Catequesis de la Diócesis de Tenerife envía a los catquistas escrito animándoles a comenzar el curso y comentando el lema de este añor: ...hasta alcanzar a Cristo.

…hasta alcanzar a Cristo


Un curso más, ponemos en manos de todos los catequistas nuestra propuesta de formación gracias a la gentileza de la Comisión Regional de Catequesis de Aragón. Nunca insistiremos suficientemente sobre la importancia que para nosotros, y para nuestro servicio educativo y evangelizador, tiene la formación continua. Gracias, por tanto, por el cariño y empeño que ponemos en esta tarea que nos capacita mejor para nuestra tarea catequética.


Nada hay más hermoso, nos dice Benedicto XVI, que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por ello, nuestro lema catequético de este curso, en comunión con el Plan Diocesano de Pastoral es: “…hasta alcanzar a Cristo”.


El Señor nos envía y acompaña en esta preciosa misión: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo… Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.28, 19-20) Qué maravilla: Alguien, Él está siempre con nosotros.


Durante los cursos pastorales 2008/09 y 2009/10, vamos a formarnos en una cuestión capital: la Iniciación Cristiana. Por ello, editaremos este folleto, y otro material el venidero año, para capacitarnos mejor en esta tarea en la que la catequesis es el elemento central: ayudar a engendrar y a llevar a una mínima madurez a nuevos hijos e hijas de Dios.


Al cumplirse diez años de la conclusión de nuestro primer sínodo diocesano, no hemos dado cumplimiento del todo a una de sus constituciones que pide la realización de un directorio diocesano para la iniciación cristiana. El vigente Plan Pastoral retoma esta cuestión y prevé, además, dedicar el curso 2009/10 a este importante desafío.


La iniciación cristiana, efectivamente, es el gran desafío de esta hora. En los últimos años el tema de la iniciación cristiana, considerada a la vez como un proceso catequético, vital y litúrgico, ha sido objeto de atención recurrente y objeto de múltiples reflexiones y orientaciones. Pocas cosas pueden compararse en nuestra misión con la tarea de ayudar a que del seno de la Iglesia nazcan y crezcan nuevos hijos de Dios. La Iglesia, decía S. Agustín, «es la única madre verdadera de todas las gentes, que ofrece su regazo a los no regenerados y amamanta a los regenerados». Esta maternidad la ejercita en la iniciación cristiana, mediante el anuncio del Evangelio con palabras, obras y a través de los sacramentos. Por eso mismo, pocas cosas pueden compararse en importancia a esa unidad inseparable e inquebrantable de sacramentos y catequesis que constituye, en su conjunto, la iniciación cristiana.


 

Hablamos, por lo tanto, de una cuestión capital. En ella se juega el ser cristiano; se inicia en la fe a una persona, es decir, se le bautiza, confirma y participa en la Eucaristía, se le educa básicamente en la fe, vida y misión de la Iglesia, para hacerlo cristiano, esto es, para ser y vivir en Cristo. Esto es muy serio y decisivo. La urgencia de la IC viene determinada por la «obediencia al mandato misionero del Resucitado y la fidelidad a la condición maternal de la Iglesia».


La fatiga de la noche y el peso de nuestras deficiencias puede ser grande.1 No obstante, siempre es posible abrir caminos nuevos para el Evangelio. Parafraseando a Martín concluyamos diciendo: ninguna nostalgia, ningún llanto, ninguna evasión de las urgencias del momento presente: dejémonos, en cambio, animar por una ardiente esperanza, de una profunda pasión por el Reino que nos haga capaces de desarrollar en el presente de la humanidad, la belleza de la promesa de Dios para el futuro. Alentados por el soplo del Espíritu, es tiempo de recomenzar, de reemprender la marcha. Nuestra andadura ha de hacerse más rápida en este nuevo milenio, nuestra vista conviene que se agudice, nuestra contemplación debiera ser más frecuente, nuestra escucha de la Palabra cotidiana y nuestro ardor apostólico y misionero, irrefrenable, pues nos empuja el que no defrauda, el Señor del Cosmos y de la Historia. Todo pasa; el amor permanece. Es siempre la hora de la esperanza. La Virgen del Sábado Santo sabrá hacernos compañía en la certeza de que no seremos defraudados, en esta tarde del tiempo y en la aurora de los días que vendrán. La gran aventura de la evangelización continúa… hasta que alcancemos a Cristo (Flp 3,7-8)

1 Cf. Lc. 5, 5.8.

 


Publicado por verdenaranja @ 19:24  | Catequesis
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