Reflexión teológico-pastoral publicada en la revista ILUMINARE, número 374 – Octubre 2008 recibida con motivo de la campaña del DOMUND 2008 entre los materiales para su celebración.
Jorge Juan Fernández Sangrador
Director de la Biblioteca de Autores Cristianos
PABLO, apóstol por vocación
El pasado 28 de junio se inauguró, en la Iglesia universal, un Año Santo Paulino, convocado por el papa Benedicto XVI. Para la Iglesia en España, lo concerniente al apóstol Pablo nunca puede ser indiferente, ya que él mismo escribió, probablemente desde Corinto, a los romanos, esto: “Cuando vaya de paso para España, espero veros y ser enviado allí por vosotros”. Poco antes, había dicho: “Llevo a gala no haber proclamado el evangelio en donde Cristo ya era conocido y así no edificar sobre el fundamento puesto por otro” (Rom 15,24 y 20). De estas palabras podría deducirse que, en el año 56, el cristianismo no había llegado aún a nuestro país o, al menos, así se lo parecía a Pablo.
No se sabe con certeza si la visita de Pablo a España llegó a efectuarse alguna vez, aunque el recuerdo de la noticia ha pervivido en 1 Clemente, Fragmento de Muratori, Hechos de Pedro; también en Atanasio de Alejandría, Cirilo de Jerusalén, Epifanio de Salamina, Juan Crisóstomo, Jerónimo, Teodoreto de Ciro, Gregorio Magno e Isidoro de Sevilla. Sin embargo, las opiniones de los investigadores acerca del posible viaje del apóstol Pablo a España se hallan divididas, como era de esperar, entre quienes consideran que dicha visita tuvo lugar realmente y quienes estiman que no cabe pronunciarse ante tal asunto ya que, en Romanos, sólo se expresa una intención, un propósito, el de visitar el suelo hispano, sin que haya ningún dato atendible que pueda acreditar que tal iniciativa hubiera sido llevada a efecto.
1. Pablo, llamado, por gracia, a ser apóstol
En este Año Santo Paulino, con motivo de la celebración de la Jornada Misionera Mundial 2008, el papa Benedicto XVI ha dirigido un mensaje a toda la Iglesia, en el que invita a reflexionar sobre la necesidad y urgencia de que se anuncie el evangelio y a que se conozca mejor la figura del apóstol Pablo, llamado por Dios a proclamar la buena nueva a todos los pueblos. Por ello, la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias de la Conferencia Episcopal Española y las Obras Misionales Pontificias en nuestro país, adhiriéndose a la iniciativa del Santo Padre, han propuesto para este año el lema “Como Pablo, misionero por vocación”.
En efecto, cuando el apóstol de la gentes se presenta a sí mismo, al inicio de las cartas, manifiesta una clara autoconciencia de vocacionado al apostolado: “Pablo, esclavo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, escogido para el evangelio de Dios” (Rom 1,1-2; también en 1Cor 1,1; 2 Cor 1,1; Gal 1,1; Ef 1,1; Col 1,1 ). “Vocatus apostolus”, traduce la Vulgata. Y al leerlo, el pensamiento vuela inmediatamente a los dos relatos de Hechos de los Apóstoles en que se refiere la experiencia tumbativa de su encuentro con Cristo en el camino de Damasco (9,1-29; 26,4-23). En el segundo se dice: “Levántate y tente sobre tus pies; pues para esto me manifesté a ti, para constituirte ministro y testigo, así de las cosas que de mí viste como de las que de mí verás; sacándote de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío, para abrirles los ojos a fin de que se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, a fin de que reciban la remisión de los pecados y la herencia entre los santificados por la fe en mí” (26,16-18).
Las semejanzas de este segundo pasaje con los relatos de vocación profética (Jer 1,4-10; Ez 2,1-8; también Is 35,5; 42,7.16; 49,1; 61,1) han llevado a un buen número de exegetas a decir que la experiencia del camino de Damasco fue una vocación antes que una conversión; una vocación singular, porque lo ha sido para el apostolado, y que recuerda a la de Jeremías, llamado “a edificar, no a destruir” (Jer 1,10): “la potestad que me dio el Señor, para edificación y no para destrucción”, escribe Pablo (2Cor 13,10), quien equipara esa experiencia a la de aquellos que, años antes, vieron al Señor resucitado, hecho por el cual fueron constituidos testigos primordiales de la fe cristiana: “Fue visto por Cefas, luego por los Doce … Por más de quinientos hermanos … Después fue visto por Santiago, luego por todos los apóstoles; últimamente, después de todos, siendo como soy el abortivo, fue visto también por mí. Porque soy el menor de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, pues que perseguí a la Iglesia de Dios. Mas por gracia de Dios soy eso que soy, y su gracia, que recayó en mí, no resultó vana; antes me afané más que todos ellos; bien que no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (2Cor 15,5-10).
La vocación apostólica de Pablo fue pura gracia: “Viendo que me ha sido confiado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión -pues el que infundió fuerza a Pedro para el apostolado de la circuncisión, me la infundió también a mí para el de los gentiles-, y reconociendo la gracia que me ha sido dada, Santiago, Cefas y Juan, los que eran considerados columnas, nos dieron la mano en prenda de comunión a mí y a Bernabé” (Gal 2,7-9; véase Rom 1,5). Pablo ha recibido la misma gracia que Pedro para el apostolado: éste para los judíos; aquél para los gentiles. En otro momento, Pablo hablará de aquélla en términos de vocación profética: “Mas cuando plugo a Dios, que me reservó para sí desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia (qui me segregavit de utero matris meae et vocavit per gratiam suam), revelar en mí a su Hijo, para que lo predicase entre los hombres” (Gal 1,15-16).
2. La autoridad apostólica de Pablo
Sin embargo, la naturaleza de la vocación apostólica, tal como la entendía Pablo, no fue aceptada por todos. Los oponentes trataron de minar, en las comunidades paulinas, cuanto concernía al apóstol y su misión. Ante ese permamente ejercicio de descalificación de su vocación y cualificación apostólicas, en 2Cor 10-13 se ofrece una visión sucinta pero sumamente expresiva de cuál era el problema y cómo lo vivió Pablo. Se trata probablemente de un escrito independiente, en el origen, del resto de la carta, tal vez aquel que el apóstol redactó entre lágrimas, al decir de 2Cor 2,4, previendo una próxima visita a Corinto. Pablo se defiende, en él, ante aquellos que impugan su autoridad apostólica.
¿Qué es lo que se anda diciendo por ahí del apóstol? Que “actúa según la carne” (2Cor 10,2), es decir, que vive como uno que no ha sido regenerado aún plenamente en el Espíritu. Tiene, además, dos caras: se muestra de una manera cuando está lejos -“se atreve sólo en las cartas”- y de otra cuando está cerca -“cara a cara es apocado”- (2Cor 10,1.10-11). En persona, “es débil y su palabra merece poco aprecio” (2Cor 10,10). Ya lo dice el nombre: paulus, o sea, poca cosa.
A los que lo acusan de carnal, Pablo responde con una metáfora militar: “Las armas de nuestra milicia no son carnales” (2Cor 10,4), que sirve al apóstol para explicar lo que ha sucedido en él: de prisionero ha pasado a ser soldado. Enemigo en otro tiempo de Cristo, fue incorporado a su cortejo triunfal, no en calidad de vencedor sino de vencido, y ahora, constituido apóstol, participa en el combate, “con palabra de verdad, con fuerza de Dios; manejando las armas de la justicia” (2Cor 6,7), para hacer que Cristo sea obedecido y obre, en otros, lo que en él.
Ante los que lo ningunean al considerarlo poca cosa, Pablo presume de sus padecimientos apostólicos: cárceles, golpes y peligro de muerte; cinco veces recibió los treinta y nueve golpes de mano de los judíos; tres veces apaleado, una apedreado, tres naufragios; innumerables viajes, con peligros en ríos, peligros de atracos, peligros de judíos y de gentiles; peligros en ciudad, en despoblado, en mar; peligros de falsos cristianos; fatigas y trabajos, noches de insomnio, hambre, sed, frío, desnudez; preocupación por las iglesias (2Cor 11,23-29). Pablo, en vez de ocultar la aflicción que le han producido estos padecimientos, se gloría de ellos, pues ha sido la fuerza de Dios, no la suya, la que le ha permitido resistir (2Cor 12,9-10). Para no desesperarse en la debilidad, dice: “Me agrado en las flaquezas, en las afrentas, en las necesidades, en las persecuciones, en los aprietos, por el nombre de Cristo. Porque, cuando flaqueo, entonces soy fuerte” (2Cor 12,10). Ha entendido, además, que uno de los motivos de sus sufrimientos es que, experimentando la consolación de Dios en éstos, se halla en grado de consolar también él a otros (2Cor 1,3-7), de modo que la consolación, que luce en la debilidad y en el sufrimiento, es impulso para la misión.
Se entiende entonces mejor a qué viene el relato de la experiencia descrita en 2Cor 12,2-4 (“sé de un hombre en Cristo que catorce años atrás –si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo … y oyó palabras inefables que no es concedido al hombre hablar"), que tuvo lugar catorce años atrás y que Pablo trae a colación ahora tal vez porque se lo acusa de no poseer una espiritualidad suficiente. A revelaciones no le gana nadie; a signos, prodigios y milagros, tampoco (2Cor 12,12; véanse Hch 13,4-12; 14,8-18; 16,16-18; 19,11-12; 20,7-12; 28,7-10). A Pablo no le faltan motivos para gloriarse, pero no radica ahí la ventaja que él saca a los llamados superapóstoles, adornados de dones semejantes e incluso más llamativos cuando se trata de presumir de autoridad apostólica, sino de aquella flaqueza suya en la que se manifiesta la fuerza de Dios.
En la literatura paulina, el término asthéneia -“debilidad”- desempeña un papel importante. Pablo se ha visto descalificado cuando se lo ha tildado de ser poca cosa (2Cor 10,10), reaccionando, al principio, con timidez; después con contundencia. El despliegue que ha hecho para alardear de lo mucho que se ha callado en su ministerio apostólico, si lo que se trataba era de presumir, es como para dejar fuera de combate a cualquiera. Pero la última palabra la tiene asthéneia. Dios se ha valido de esa poquedad para manifestar su poder (2Cor 12,9). Pero hay más: si la debilidad es el signo más elocuente de un apostolado auténtico, lo es porque identifica al ministro del evangelio con Cristo crucificado, quien, por su muerte, ha mostrado que la debilidad de Dios es más fuerte que la capacidad humana.
3. Como fue Dios con Pablo así también será con nosotros
Pablo, llamado, por gracia de Dios, a ser apóstol, no halló, en todos los sectores del cristianismo primitivo, el reconocimiento de su condición de apóstol vocacionado. De ahí que se viera constreñido a explicar por qué podía hacer uso de este título en las comunidades fundadas por él. Aduce varias razones, pero hay una que es particularmente significativa para cuantos, en las generaciones posteriores, han tratado de compulsar su identidad y labores apostólicas con las de Pablo: la debilidad. Éste, consciente de sus limitaciones, preocupaciones y tribulaciones, se ha hecho aquella misma pregunta que un día los discípulos a la hora del reparto: “¿Qué es tan poco para tantos?” (Jn 6,9). Y Jesús le ha respondido: “Te basta mi gracia, porque la fuerza culmina en la debilidad” (2Cor 12,9). En efecto, el poder de Dios, que de Pablo, perseguidor en otro tiempo, ha hecho fortaleza allanada, sofisma desbaratado, altivez abajada, inteligencia sojuzgada, le ha dado autoridad (exousía) para ser ministro del evangelio no sólo con muchos trabajos, cárceles, golpes (2Cor 11,23) sino también con una espina (skólops), “que se me dio en mi carne, emisario de Satanás, para que me abofetee” (2Cor 12,7). Es así, no con visiones y revelaciones, como se acredita la autoridad apostólica, gracia que proviene de Dios y no de las propias fuerzas.
Benedicto XVI ha convocado a toda la Iglesia para que profundice en la figura del apóstol Pablo y, como él, se empleen a fondo en la tarea de anunciar el evangelio a toda la humanidad, lo que no es, en absoluto, imposible, como, a propósito de Pablo, escribió Juan Crisóstomo: “Ya que Dios ennobleció tanto al género humano como para permitir que un solo hombre fuera causa de tantos bienes, esforcémonos en llegar a ser semejantes a él. No lo veamos como algo imposible, puesto que –lo digo con frecuencia y no ceso de repetirlo- como fue Dios con Pablo así también será con nosotros. Nadie desconfíe, nadie desespere; por obra de la misma gracia, si te lo propones, podrás recibir tú también esos dones. Dios no hace acepción de personas; el mismo Dios os formó a él y a ti; y como fue Dios suyo, así también es Dios tuyo”.