Comentario a las lecturas del domingo veintiocho del Tiempo Ordinario, publicado en el Diario de Avisos el domingo 12 de Octubre de 2008 bajo el epígrafe “el domingo, fiesta de los cristianos”.
Gato por liebre
DANIEL PADILLA
El evangelio de hoy nos produce, cuando menos, asombro. "¿Cómo es posible -nos preguntamos-que este hombre que envía las invitaciones para la boda de su hijo se sienta, así, tan abrumadoramente desairado?" Nadie quiso ir al banquete, nadie.
Vivimos en una época en la que, por el mínimo motivo, se multiplican los banquetes: bodas, bautizos, primeras comuniones... Y es tal el atractivo de estas expansiones que, el que más y el que menos, dejan cualquier otro compromiso para no perderse el festejo.
Pues, ya saben. El Señor habla de unos hombres "invitados" que menospreciaron "lo que era más" por preferir "lo que era menos", es decir, esas otras cosas que parece que "podían esperar".
Y esa es la intención de la parábola de hoy: poner de relieve nuestras desconcertadas "preferencias". Suele decirse que "sobre gustos, no hay nada escrito". Pero está claro que el saber discernir en las diferentes opciones de la vida, tener bien organizada una sabia jerarquía de valores, de más necesarios a menos, distinguir lo "auténtico" de lo "efímero", no pertenece al terreno de los "gustos", sino a la más elemental y necesaria sabiduría del hombre.
Eso es lo que planteó Ignacio de Loyola a Francisco de Javier: ¿Qué te importa ganar todo el mundo si...? Es decir, ¿cómo puedes rechazar "el gran banquete" por otras aventuras más o menos subordinadas? Francisco Javier se convenció de que "no es oro todo lo que reluce". Y, a continuación, puso en juego dos cualidades que deberíamos imitar: la listeza y la decisión.
Porque es ahí donde nos atolondramos tanto los hombres de hoy. Una serie de "antivalores" están atrayendo a muchas gentes, con un abandono alarmante de los "valores" fundamentales y eternos. El consumismo, la droga, la diversión, el placer físico, incluso la violencia, se han impuesto de tal manera en nuestro vivir moderno que, por seguir sus dictados, hemos vuelto la espalda al sueño de Dios, que quiso que fuéramos su imagen: Creó Dios al hombre y a la mujer: a imagen de Dios los creó.
Ya sé que cada caso es cada caso. Y no se pueden hacer análisis globales. Y sólo Dios verá desde su omnipresencia los vericuetos, ramificaciones y revueltas que han llevado a este hombre determinado a su "opción" decidida por la droga, la violencia, el hedonismo o el atractivo consumista, olvidando otras llamadas superiores.
Por eso justamente hay que subrayar ese toque de atención de la parábola de hoy. Es como si Jesús nos dijera: "¡Ojo con los espejismos! ¡Ojo con las engañosas visiones del desierto! ¡Ojo, sobre todo, con aquel que quiera ofrecerles "gato por liebre"!
Y para que nadie piense, por otra parte, que esa invitación al banquete del Reino está destinada a una especie de jet-set de cristianos, la segunda parte de la parábola pinta bien claramente esa llamada impresionante que hizo a continuación aquel señor: Salgan por las calles y plazas; y, a cuantos encuentren, háganles entrar. Dándonos a entender que la llamada de lo alto es para todos.
Pero eso sí, todos han de presentarse con el vestido nupcial, con la marca de origen, con nuestro carné de identidad, que no es otro que nuestra estima y aprecio de la divina gracia. Lo contrario lleva a las tinieblas exteriores.