Domingo, 19 de octubre de 2008

Comentario a las lecturas del domingo veintinueve del Tiempo Ordinario – A  publicado en Dios de Avisos el domingo 19 de Octubre de 2008 bajo el epígrafe “el domingo Fiesta de las Cristianos

El maniqueísmo

DANIEL PADILLA

 

No sé si por naturaleza, o como consecuencia de la cultura heredada, lo cierto es que todos arrastramos una marcada tendencia al maniqueísmo: por un lado lo relativo al cuerpo, por otro lo del espíritu; a ratos busca­mos as cosas del cielo, a ratos las de la tierra. Y la teórica línea divisoria que queda entre los dos campos nos suele acarrear no pocos quebraderos de cabeza y bastantes dolores de corazón. Eso nos pasa también al escuchar la frase de Jesús en el evangelio de hoy. Ya recuerdan la escena. Los fariseos le tendieron una trampa preguntándole: "¿Es lícito pagar tributo al César, sí o no?" La pregunta echaba chispas por los dos costados. Según fuera la respuesta, podía decla­rarse "rebelde contra Roma" o "traidor contra su propio pueblo". Pero su voz sonó firme y transparente: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".

Parecía que el tema no tenía vuelta de hoja. Sin embar­go, al "llevarlo a la práctica" hemos conseguido hacer, mil veces, guerra y división. Por una elemental razón. Porque agrandamos o achicamos el "campo del César" o el "cam­po de Dios" a nuestra conveniencia. Para muchos hombres, incluidos muchos creyentes, el "campo de Dios" tendría que circunscribirse a estructuras puramente espirituales, ca­si arcangélicas. Se concentraría en que la Iglesia y los curas nos dedicáramos a sacramentalizar a la gente por encima de todo; a practicar la oración y fomentarla entre los fieles; a presidir bodas, funerales y procesiones; a dignificar el cul­to. Ahora bien, eso de condenar el aborto o la eutanasia por­que "creemos que es matar al inocente", eso de ir contra el divorcio porque opinamos que "lo que Dios ha unido no puede separarlo el hombre"; eso de atacar la corrupción rei­nante subrayando que "está manchada de robo e injusticia"; eso de defender el derecho de los padres a la objeción de conciencia, para que no sea el estado quien eduque a sus hi­jos en materias de fe y de moral; eso de protestar contra ciertos aspectos de la reforma educativa por entender que va contra la libertad del individuo y de la familia que tiene derecho a una educación integral, etcétera, todo eso seria meternos en el terreno del César.

Y no, amigos. La Iglesia, a la que Cristo llamaba el "Reino de los Cielos", no puede renunciar a su clara condi­ción de "peregrina en la tierra". Por eso ha de estar plena­mente encarnada. Los cristianos tenemos una doble nacio­nalidad: "ciudadanos del cielo" y "ciudadanos de la tierra". Por eso el Vaticano II, en las primeras líneas de su "Consti­tución sobre la Iglesia en el mundo actual" expuso con transparencia su declaración de principios: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que su­fren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente hu­mano que no encuentre eco en su corazón".

Cuando se preocupa y habla por tanto de todos esos te­mas arriba mencionados, no está invadiendo subrepticia­mente el terreno del César. Está en su propio terreno, ya que tiene que llevar el evangelio "a todas las gentes" y "al mun­do entero". Y ese evangelio, lo mismo que Cristo, tiene una vertiente sobrenatural y una vertiente humana.

Eso sí, también tiene que lamentar y pedir perdón. Porque reconoce que, a lo largo de la historia, perdió la perspectiva. Por eso ahora, no puede añadir, a las calami­dades pasadas, la de la cobardía. Tiene que predicar la verdad, aunque duela, aunque le traiga incomprensiones y cruces. Pero, eso sí, clarificando bien, sin maquetismos peligrosos y deformantes, cuál es el terreno de Dios y cuál el del César.


Publicado por verdenaranja @ 11:27  | Espiritualidad
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