Martes, 21 de octubre de 2008

Artículo publicado en Boletín "Misioneros javerianos", número 444/ AGOSTO-SEPTIEMBRE 2008

MISIÓN, VÍCTIMAS Y CRUZ (I)

 

P. Carlos Collantes

 

«Dios de la venganza... resplandece. Levántate, juzga la tierra, paga su merecido a los soberbios. ¿Hasta cuándo, Señor, los culpables, hasta cuán-do triunfarán los culpables?... Trituran, Señor, a tu pueblo, oprimen a tu heredad... y comentan: "Dios no lo ve..."» (S 93). Fragmentos de un salmo, de un grito contra la injusticia. Sabemos que la «venganza» de Dios es su justicia salvadora y que, siendo un grito-oración del Antiguo Testamento, no es una palabra definitiva, ni última; la última es Jesús, justo injustamente ajusticiado y que muere perdonando. Un modo «divino» de vengarse.

 

En el artículo anterior he escrito so­bre las exigencias de la misión en re­lación con la eucaristía —jueves santo—. En este artículo y los siguientes reflexionaremos sobre la misión y la cruz —viernes santo—, dura realidad en la que viven inmersos muchos pue­blos. Ya hemos escrito sobre las rela­ciones entre la misión y la justicia, queremos abordar ahora la relación misión y cruz, misión y víctimas, mi­sión y dolor, asunto delicado. En el credo confesamos que Jesús bajó a los infiernos; ¿a qué infiernos? No preten­demos explicar lo inexplicable, el pro­blema del mal y del sin-sentido, sólo acoger con dolor creyente el escánda­lo del empobrecimiento de los países del Sur; acercarnos a la cruz, expre­sión suprema de realidades fuertes: de la tremenda injusticia humana, de la asombrosa encarnación de Dios, de su descenso a los infiernos del sin-sen­tido, de los pueblos crucificados, del dolor de todas las víctimas, de un amor entregado hasta las últimas con-secuencias, de la vul­nerabilidad e impoten­cia de Dios, impoten­cia que salva.

 

Víctimas

 

Dios ni ha creado ni quiere el sufrimiento. Y nunca podrá querer ni legitimar el sufri­miento provocado por tanta injusticia. Ese Dios que «sufre» dis­tingue entre opresores y oprimidos tomando partido por estos últimos; el testimonio de la Biblia es unánime y no deja lugar a dudas. Conviene no confundir entre verdugos y víctimas, Dios se identifica sólo con las víctimas, con los oprimidos; aunque los verdugos sean tam­bién hijos suyos. Desde las víctimas quiere sal­var también a los ver­dugos. Jesús muere en la cruz para salvar también a quienes le crucifican, su muer­te es en beneficio de todos pero po­niendo a cada uno en su lugar. Nues­tra historia es común, aunque no es la misma para todos, existe la historia de las víctimas, historia contem­plada desde el sufrimiento encajado por ellas, y está la historia de los opresores. Sabemos quien escribe la historia, al menos la historia oficial: los vencedores. Y adivinamos quienes hacen los relatos de lo que sucede hoy en nuestros días: los que tienen y controlan poderosos medios de co­municación para difundir su «ver­sión» de nuestro vivir cotidiano, su versión, sus intereses... y sus mentias. La injusticia y su duro cortejo: empobrecimiento, sufrimiento, opre­sión, malnutrición, hambre... inunda sobre todo los países del Sur conde­nando a millones de personas a mal-vivir, a veces a morir.

 

La misión que es anuncio de bue­na nueva, de vida abundante y plena, de liberación no puede permanecer indiferente y ajena —nunca lo ha he-cho— a realidades tan duras que de­safían con dureza al evangelio que anunciamos y en el que creemos. El empobrecimiento afecta a personas y a pueblos enteros. Los pobres son personas de carne y hueso con quie­nes intentamos ser solidarios, pero la pobreza es también una realidad es­tructural y política, hay mecanismos «perversos» que generan empobreci­miento y sufrimiento y detrás de los mecanismos hay personas y grupos poderosos que deciden en función de sus intereses. Baste pensar en una si­tuación que estamos viviendo estos meses: esa perversa y cruel especulación que, tras la crisis de las hipotecas basuras y buscando ganancias para sus dineros, se «refugia» en los mercados de materias primas hacien­do aumentar el precio del petróleo y de los alimentos. Mercaderes de la muerte que se enriquecen extendien­do la pobreza. ¿Cabe mayor maldad que especular con la comida de los pobres? A nosotros nos cuesta más llenar el depósito del coche o com­prar la leche en el supermercado; a otros les cuesta sobrevivir. Un problema para noso­tros, una tragedia para ellos.

 

Empobrecidos

 

Hace tiempo que nuestra forma de mirar la realidad ha dejado de ser ingenua: los pobres no caen llovidos del cielo, la pobre­za de los empobrecidos está provoca-da por causas y decisiones humanas, y la misión —como la cruz de Jeús— pretende desvelar y denunciar esas causas ocultas. Hay muchas personas y asociaciones que lo denun­cian, no es patrimonio nuestro, de los cristianos. No hay pobres sino empobrecidos, personas y pueblos colectivamente despojados de sus ri­quezas. Son los ricos, con sus intere­ses, sus multinacionales, sus leyes —su OMC y su FMI—, su insolidari­dad, quienes crean a los empobreci­dos. La existencia de pobres y ricos no es un fenómeno natural y jamás podemos pensar que responde a no sé que extraña voluntad de Dios. Se-ría una blasfemia afirmarlo o justifi­carlo. Es un fenómeno histórico, pro­ducido por voluntades humanas, por los intereses de unos pocos, disfraza-dos de intereses generales, unos po­cos que se han ido apropiando de las riquezas de todos.

 

Poder y mentiras

 

Algunos son insa­ciables, capaces de provocar guerras para quedarse con el con­trol de los recursos, con el poder real. iCuántas mentiras «conscientes» han ro­deado la guerra de Irak! Después de tanta guerra y tanta muerte, después de una «paz» llena de bombas, hambre y más muerte, Irak va abrir sus enormes re­servas petroleras a la codicia de las multinacionales. iCuán­ta muerte y cuánta cruz! ¡Cuánto gri­to y cuánta blasfemia! ¿Por qué... y hasta cuándo, Dios? ¿No era eso lo que querían? Primero invaden un país, después siembran caos y destrucción y al final se quedan con su petróleo. Y otras guerras más crueles, conscien­te y voluntariamente silenciadas, la guerra del «coltán»... 4 millones de muertos. El Congo. Insaciables y «anónimos», ocultos detrás de multinacionales sin alma.

Y hay quien no duda en utilizar la religión como tapadera legitimadora para ocultar sus intereses y su inhuma­nidad. Mientras Bush y su camarilla in­vadían Irak comenzaban algunas reu­niones —nos cuentan— con un momento de oración ¿para tener hilo di recto con Dios? o ¿para ocultar la verdad de sus intenciones e intentar engañar a media humanidad? ¿Blasfe­mias disfrazadas de oración'? Si la re­ligión fue acusada en tiempos pasados de hacer el juego a los poderosos, de haber sido utilizada para legitimar in-justicias, o para calmar y acallar el deseo legítimo, evangélico de justicia con promesas de un futuro feliz en el cielo para todos los desheredados, es algo que no podemos seguir permi­tiendo.

 

María, Juan y algunas mujeres, lo más valiente de la Iglesia naciente, es-tuvieron junto a la cruz; estamos invi­tados —como Iglesia— a estar solida­riamente junto a los crucificados. La implicación en la transformación de la realidad, en la liberación de los oprimi­dos, responde ala voluntad de Dios que quiere para todos sus hijos e hijas una vida digna. n

 

«¿Hasta dónde, ricos, os dejaréis llevar por vuestro loco egoísmo? ¿Queréis poseer vosotros todo el planeta? Los bienes del mundo per­tenecen a todos: ¿quién os autoriza a monopolizar para vosotros el de­recho de propiedad? La naturaleza nada sabe de ricos; ella nos hace a todos pobres. Cuando salimos del vientre materno estamos desnudos, no tenemos nada. Y cuando bajamos a la fosa es imposible que nos po­damos llevar a ella nuestras propiedades. Sobre el ataúd del rico hay el mismo montón de tierra que sobre el ataúd del pobre. Aquel trozo de tierra, que antes no bastaba para la codicia del rico, ahora es inclu­so demasiado para albergar su cuerpo». (S. Ambrosio de Milán)

 

 

 

          «¿Quién,

quién quiere apagar mi canto, mi canto de música y de piedra —alarido y guijarro?

¿No puedo golpear ahora con él, ahora, ahora mismo en la puerta de la injusticia y del tirano, en el pórtico del silencio

y las tinieblas?

¿No puedo golpear ahora con él en el claustro callado del cielo, en el pecho mismo de Dios... para pedir una rebanada de luz? » (León Felipe, «Ganarás la luz»)


Publicado por verdenaranja @ 23:27  | Misiones
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