Artículo semanal del Padre Fernando Lorente, o.h. publicado en EL DÍA el miércoles 22 de Octubre en la sección “Criterios” bajo el epígrafe “Luz en el Camino”
Luz en el Camino Fernando Lorente, o.h.
La tolerancia como valor y como excusa
EL CORRER de los años me viene demostrando que dialogar, aunque sea por escrito, con personas cultas y educadas, en servicio a los demás, con una sana tolerancia, es siempre fuente de enriquecimiento. Ya nos dijo M. Gandhi: "La regla de oro de la conducta humana es la mutua tolerancia, ya que nunca compartimos todos las mismas ideas".
A todas las personas, que les falte esta actitud de comprensión, que es el máximo signo de la verdadera tolerancia, como valor de servicio con los demás, no les bastan la cultura ni la sabiduría por más dotadas que estén de ellas. Fácilmente abordan, sin suficiente argumentación, la relación que hay entre "fundamentalismo" y "tolerancia".
Repasando algunos recortes periodísticos de hace algunos años (1993), me encuentro con una referencia de un político-ministro, activo entonces en el poder , expresada en estos términos, dirigiéndose a los católicos.
"Los que estáis creyendo en la superioridad de la verdad revelada por Cristo tenéis la tentación de querer imponerla a la fuerza". Nuestro político pretende basar tal opinión en comportamientos del pasado, por los cuales ya el propio Juan Pablo II había solicitado reiteradamente perdón. Aquí no es deseable –ni yo lo deseo– entrar en el historicismo, ni siquiera en la miseria en que suelen caer los que creen en él. Debemos conformarnos con pedir que, para analizar el pasado, se estudien el contexto y el comportamiento de todas las partes. En todo caso, hemos de preferir el presente.
Hoy, los que somos creyentes en Cristo, incluso los que somos calificados de integristas por identificarnos con Juan Pablo II, no estamos reclamando la vuelta a un Estado en el que se acose a los no creyentes o a los que viven con arreglo a otros credos. Nuestra lucha no va dirigida a lograr que la policía encarcele a nadie por haber faltado a misa.
Nuestra batalla es la de ahora –y siempre– conseguir que en la sociedad actual se respeten los derechos humanos –nueva versión del antiguo derecho natural–. Si esos derechos pueden ser violados amparándose en el respeto a la ética individual o a lo dictado por las mayorías, estamos ante la corrupción del concepto de tolerancia y ante la degradación de la democracia.
La sociedad más tolerante necesita también límites que no se pueden franquear impunemente, de lo contrario estaremos sometidos a la ley del más fuerte, a la ley de la selva. Esos límites no deben ser los que impongan una ética confesional, sino los que emanan de una ética de consenso, que hoy se resumen en los derechos fundamentales. Y aquí está la situación cívica más contradictoria, emanada del comportamiento de bastantes de nuestros políticos que tanto alardean de sentirse democráticos.
Los que estamos contra una ley abortista –ansiada hasta el tope por el gobierno socialista en España– no es sólo porque se vulnere el quinto mandamiento de la ley de Dios, sino porque se conculca el derecho a la vida. Y aquí no basta ni bastará nunca, con la aplastante mayoría para quitarnos la razón, pues, como dijo el gran escritor Anatole France (1844-1924): "Una necedad sostenida por treinta millones de bocas, no deja de ser una necedad". Pero lo tristemente lamentable es que hoy muchos de los que se las dan de tolerantes utilizan ese noble concepto para justificar la muerte de los inocentes: a unos no dejarles nacer con el aborto; y a otros, tampoco dejarles vivir con la eutanasia.
¿Qué civilización nos están ofreciendo muchos de nuestros políticos al amparo de la democracia y con un rechazo a la misma Constitución? "Todos tenemos derecho a la vida y a su integridad" (art. 15). Pero lo más curioso también es que quienes somos acusados por lo que se hizo en la Edad Media estemos en la vanguardia de la defensa de los derechos humanos. ¿Quiénes son los tolerantes? ¿Quiénes los fundamentalistas?: ¿los que defienden la vida o los que invocan el poder de las mayorías para condenar a muerte a los seres más inocentes y más débiles? ¿Si no se respeta el derecho a nacer, para qué sirven los demás derechos? ¿Cabe mayor crisis moral-política y con mayor urgencia de solucionarla, además de la crisis económica, que tanto se está cuestionando?