Artículo semanal del Padre Fernando Lorente, o.h. publicado en EL DÍA el 29 de Octubre de 2008 en la sección CRITERIOS bajo el epígrafe “Luz en el Camino
Luz en el Camino Fernando Lorente, h.o.
Las relaciones de la persona humana
CON EL ORDEN divino, natural y moral. Para comprender mejor este enunciado es preciso querer entender bien que, los principios ordenadores de la vida del ser humano en sociedad nos los da a conocer la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). El ser humano es destinatario principal de la enseñanza social católica. Por eso, esta centralidad de la persona humana se ha reforzado a partir de la época del Papa Juan XXIII y de los textos del Concilio Vaticano II. Conozcamos esta realidad histórica.
Este Papa, tan anciano y tan vivo en lo humano y en lo divino, en su carta encíclica "Mater e Magistra", de 1961, ya pudo proclamar sin reparo alguno que "toda doctrina social se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana". Y Juan Pablo II, en su encíclica "Centesimus agnus", de 1991, reafirmó que "el hombre, comprendido en su realidad histórica concreta, representa el corazón y el alma de la naturaleza social católica. A partir, pues, del Concilio Vaticano II, la doctrina social de la Iglesia ha subrayado, de una manera muy singular, el papel de la persona humana. Pero esto no equivale a antropocentrismo, porque, como bien recuerda, en 1966, la Constitución pastoral "Gaudium et espes", "la exaltación y afirmación del ser humano constituye una forma de ateísmo". Y en l993, en su otra encíclica "Véritas Splendor", afirma también: "El ser humano es ciertamente libre, desde el momento en que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Y posee una libertad muy amplia, porque puede comer de cualquier árbol del jardín. Pero esta libertad no es ilimitada: el ser humano debe detenerse ante el árbol de la ciencia del bien y del mal, por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. En realidad -concluye Juan Pablo II-, la libertad del ser humano encuentra su verdadera y plena libertad y plena realización en esta aceptación".
Por tanto, la persona humana está vinculada, en primer lugar, al orden divino y natural. Juan Pablo II, en esta última encíclica suya de 1993, deja subrayado que "el ejercicio de la libertad implica la referencia a una ley moral natural, de carácter universal, que precede y aúna todos los derechos y deberes". Esta ley natural, según nos dice santo Tomás en su "Suma Teológica", "no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que no se debe evitar. Esta luz o Ley de Dios la ha donado a la creación". En otras palabras, y como nos dice el mismo santo Tomás, la ley natural consiste "en la participación en la ley eterna, que se identifica con Dios mismo".
Esta ley se llama natural porque la razón que la promulga es propia de la naturaleza humana. Y es universal porque se extiende a todos los seres humanos en cuanto establecida por la razón. En sus preceptos principales, el orden divino y natural, está expuesto en el Decálogo "la Ley de Dios".
En segundo término, la persona humana está vinculada a un orden moral, que trae causa de la aplicación del orden divino y natural de la vida del ser humano en sociedad. De este modo, el recto ejercicio de la libertad personal exige unas determinadas condiciones de orden económico, social, jurídico y cultural. Todos estos órdenes no son sino manifestaciones particulares de un único orden moral A ellos, en todo caso, va consagrada buena parte de la doctrina social de la Iglesia.
Terminamos, recogiendo esta luz conciliar: la Iglesia, en virtud de la misión que tiene de iluminar a todo el orbe con el mensaje evangélico y de reunir en un solo espíritu a todos los seres humanos de cualquier nación, raza o cultura, se convierte en señal de la fraternidad que preemite y consolida el diálogo sincero. Esta meta insustituible requiere, en primer lugar, que se promueva en el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo todas las legítimas diversidades, para abrir, con fecundidad siempre creciente, el diálogo entre todos los que integran el único Pueblo de Dios (Constitución "Gaudium et spes", nº 92) y el pueblo político legitimado. En uno y en otro, por parte de seguidores que este presente la gran advertencia pastoral del recordado Papa Juan XXIII (en l959): "Haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo".
* Capellán de la clínica S. Juan de Dios