Comentario al las lecturas del domingo treinta y cuatro del tiempo ordinario – A, publicado en el Diario de Avisos el domingo 23 de Noviembre de 2008 bajo el epígrafe “el domingo, fiesta de los cristianos”.
Baraja de
un solo rey
DANIEL PADILLA
El hombre es una extraña mezcla de "quiero y no quiero". Reniega de cosas que, luego, busca y anhela. Defiende teorías que, más tarde, rebate con su misma vida. En una palabra, es una constante contradicción.
Así, por ejemplo, en su relación con los demás. En su interior, el hombre dice que no quiere ser ni más ni menos que nadie. Defiende la igualdad de todos. Y, teóricamente, al menos, condena viejas épocas en las que unos llegaban a "reyes absolutos", mientras otros se quedaban en "mendigos absolutos", esto es, en absolutamente nada. Por eso hoy no caen bien las monarquías totalitarias. Y a todos se nos ensancha el pecho diciendo que somos "demócratas".
Pero, vean la contradicción. En un mundo así concebido, resulta que luego no sabemos vivir sin fomentar "reinados", más o menos efímeros, en éste o el otro campo. Ahí están, para empezar, los que "reinan" desde su físico. Se multiplican los concursos de "misses" y "mister", en los que el "sex-appel" y la "musculatura" priman por encima de todo. Ellas y ellos ocupan el trono de las portadas des-de la opulencia de su anatomía. Ahí están también, los reprentantes increíbles de la canción moderna. Son los reyes del histerismo, los decibelios, las luminotecnias y los gritos. Se sientan en tronos de vídeoclips y discos y atontan a las multitudes. Ahí están, en fin, los ases del deporte y de los millones. "Sus majestades Maradona, Alonso o Nadal". Fans y devotos les adoran en los estadios, circuitos y pistas. Y, aunque tengan sus increíbles caprichos, todo se les disimula por sus "genialidades". Son ¡los "reyes"!
Sí, amigos, en la baraja de la Humanidad, que presume de igualitaria, existen estos "reyes": De oros, de copas, de espadas y de bastos. Reinan desde el dinero, el relumbrón, la violencia o las veleidades. Y los ciudadanos de a pie les rendimos vasallaje. Pero, sépanlo. La liturgia de hoy nos habla de "otro" Rey. No de "oros" ya que, naciendo en una cueva, dijo que "de los pobres es el reino...". No de "copas", ya que la única que bebió fue la de "su propia sangre". No de "espadas", pues afirmó que "el que a espada mata...". Y no de "bastos", porque era tan luminoso, que "el que le seguía, no andaba en tinieblas".
¿Van ustedes perfilando "su reino"? "No es de este mundo". "No tendrá fin". Y, por supuesto, es mayor que el de David y Salomón juntos. Se parece, tal como El lo dijo, a "una red de pescar en la que caben toda clase de peces", a "una viña, a la que el dueño llama a todas las horas del día", y a "un banquete, al que todos son invitados". No se trata de un rey que dice: "Del rey abajo, ninguno", sino, al revés: "Del rey para arriba todos", ya que a todos quiere salvar. Mucho menos es "el rey que rabió". Es, más bien -"El Rey que amó". Tanto amó, que "murió de amor". Y ese es precisamente su legado: "Que se amen los unos a los otros como yo les he amado".
Resumiendo: En la baraja del mundo, con la que se nos invita a jugar, unas veces pintan "oros", otras "copas", otras "espadas". (Hagan ustedes la lectura que quieran de estas expresiones). En la baraja de Jesús, sólo pinta ¡el amor!: "Cualquier cosa que hagan a uno de estos hermanos...". Por eso, San Juan de la Cruz decía hermosamente: Al atardecer de la vida seremos juzgados en el amor".
No le den vueltas. Este Rey tiene una corona de espinas. Y las espinas, aceptadas como corona, no tienen más explicación que una. La misma que los clavos. La misma que la cruz: ¡El amor!