Domingo, 23 de noviembre de 2008

Presentación que se realizará por todas las vicarías de la evaluación pastoral del Sínodo. Ponencia para poder leerla, criticarla, enriquecerla y exponer a los consejos parroquiales en la forma que creamos más conveniente.

 

0.- OBERTURA

“El primer Sínodo de la Diócesis Nivariense celebrado en 1998, fue convocado en 1995 por el Obispo Felipe Fernández. Antes de la convocatoria oficial del mismo, el Obispo realizó una amplia consulta a todos los sectores sobre la conveniencia de celebrarlo, exponiendo algunas razones que lo hacían aconsejable: adecuada recepción del Concilio Vaticano II de un modo global y sistemático, entrar en el tercer milenio desde la renovación de la vida de la Iglesia en la Diócesis y dar respuesta a los profundos cambios sociales, políticos y culturales que repercuten en la vida religiosa. De las respuestas individuales a la consulta, 7751 fueron favorables y 470 desfavorables. Por su parte, el Consejo Presbiteral dio el voto afirmativo a su celebración por 18 votos frente a 5. Así, el 15 de agosto de 1995, el Obispo anunció oficialmente en Candelaria la convocatoria del primer Sínodo Diocesano Nivariense. 

En la mente del Obispo estará presente la eclesialidad del Sínodo, entendido como un acontecimiento vivido y realizado con la mayor participación del pueblo de Dios.

En la fase preparatoria participaron casi trece mil personas y se constituyeron 1.054 grupos. La Asamblea se formó con 414 sinodales. Se estudiaron los problemas actuales y la realidad diocesana a la luz del Concilio. Las claves de los documentos aprobados son renovación, comunión y misión. Los documentos que se refieren a temas coyunturales son familia, juventud, piedad popular y sectas. Los temas permanentes y sustanciales son los siguientes: la identidad del cristiano; Iglesia Comunión; el anuncio misionero de la Iglesia; Iglesia que celebra; Iglesia que comparte y se hace presente en el mundo y estructuras eclesiales al servicio de una Iglesia Comunión para la Misión”. 

De este modo resume Julio Sánchez, en su obra sobre la Iglesia en las islas Canarias, nuestro Sínodo. A este respecto, desde estas primeras afirmaciones quisiera compartir con ustedes una convicción de fe sin la cual todo esto carecería de sentido eclesial. Lo escribía hace ya trece años don Felipe: “El Sínodo que nos disponemos a vivir (y nosotros a evaluar) no es una iniciativa de unos y de otros, sino del Señor que se ha manifestado a través de todos”. No en vano, como dijera Juan Pablo II, el Concilio Vaticano II ha impulsado una nueva época sinodal en la Iglesia… Yo estoy convencido- decía el Papa- de que es necesario volver a esa experiencia sinodal en la Iglesia.

Por ello, quiero hacer esta presentación desde la máxima gratitud a las personas que, durante tres años y tres meses de intensos trabajos llevados a cabo en toda la Diócesis, trataron de secundar lo que el Espíritu pedía y pide a la Iglesia de S. Cristóbal de La Laguna. Cuánto tiempo, oración, trabajo, ilusiones y esperanzas fueron necesarios para que en ese breve espacio de tiempo se editaran y trabajaran 66 documentos con más de dos millones y medio de ejemplares editados. Loado sea Jesucristo. 

Ahora bien, cuando nos aprestamos a conmemorar el décimo aniversario de la clausura de este acontecimiento eclesial, hemos de volver a partir de una pregunta fundamental. Nos referimos a la misma cuestión que hace más de treinta años se hacía el papa Pablo VI en la excelente exhortación apostólica Evangelii nuntiandi: en este momento de la historia «la Iglesia, ¿es más o menos apta para anunciar el Evangelio y para inserirlo en el corazón del hombre con convicción, libertad de espíritu y eficacia?» (EN 4). Y ello porque «evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14). 

Cada Iglesia local se siente unida en «una misma comunión para la misión». Dentro de la comunidad cada uno de sus miembros pone los dones al servicio común; es decir, los distintos ministerios, carismas y servicios sirven a la única misión de la Iglesia.

Conviene, igualmente, refrescar otro hecho que nos recuerda el directorio pastoral de los obispos: “Corresponde al Obispo convocar el Sínodo diocesano, cuando, a su juicio, las circunstancias de la diócesis lo sugieran…El criterio que debe guiar al Obispo en tal decisión son las necesidades de la diócesis y del gobierno diocesano. Entre otros motivos, el Obispo también tendrá en cuenta la necesidad de promover una pastoral de conjunto, de aplicar normas u orientaciones superiores en el ámbito diocesano, los problemas particulares de la diócesis que necesiten de una solución compartida y la necesidad de una mayor comunión eclesial”.

Sirva este marco introductoria para situarnos en la realidad de la sinodalidad de la Iglesia y, en concreto, en la evaluación pastoral de nuestro primer Sínodo Diocesano, la cual consiste en recuperar la “mirada agradecida al pasado, para vivir con pasión el presente y con confianza el futuro”. Se trata, por consiguiente, de “hacer memoria”.

Han pasado ya diez años desde que nuestra diócesis Nivariense celebró un acontecimiento histórico: el Primer Sínodo Diocesano. El mismo supuso un esfuerzo enorme, y podríamos decir una esperanza,  por parte de todo el Pueblo de Dios, de cara a discernir la voluntad de Dios, reflexionar sobre nuestra identidad cristiana, sobre nuestra fe y sobre la marcha de nuestra Iglesia diocesana. Fue un acontecimiento que movió más de trece mil personas entre su etapa preparatoria (grupos de todas la parroquias trabajaron los cuadernillos preparados para la reflexión) y su celebración que, durante un año, convocó a cientos de católicos. 

No fueron pocas las voces que, en aquel entonces, creían innecesaria la convocatoria de un sínodo diocesano, otros afirmaban que no era el momento. También estaban quienes lo vieron como una oportunidad para crear una especie de normativa general o quienes simplemente lo aceptaron, o  lo interpretaron como un signo de los tiempos.

Lo cierto es que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el Sínodo ha sido como un chequeo general o como una brújula para la vida diocesana. Es decir, nos ha servido para ver dónde estamos, qué realidad tenemos, adónde queremos ir, y qué hemos de hacer para llegar a esa meta.

“En el primer Sínodo Diocesano Nivariense, - como bien decía Don Felipe Fernández García (actual Obispo emérito), - podemos escuchar hoy, sin lugar a dudas, y no me cansaré de repetirlo, lo que el Espíritu Santo dice a nuestra Iglesia.”[1][1]

De este sínodo diocesano nacieron unas constituciones sinodales que, lejos de ser un reglamento, son una propuesta del sentir y vivir del pueblo cristiano, con su Obispo a la cabeza. Las 846 constituciones sinodales se presentan como un referente para vicarías, delegaciones, arciprestazgos, parroquias, movimientos, etc. a la hora de trabajar por y para la evangelización de nuestras islas.

Hoy, a diez años vista, surgen también nuevas cuestiones en relación al Sínodo. ¿Se ha llevado a la práctica? ¿Se han tenido suficientemente en cuenta las constituciones sinodales? ¿Ha quedado como un hecho histórico del pasado, o está presente en nuestras programaciones y en nuestras decisiones? No minusvaloro las opiniones de aquellos que piensan que el Sínodo fue innecesario pero sí  me parece poco oportuno no aprovechar todo lo que de “verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito” (Flp 4, 8-9) que el Sínodo nos ha dejado. 

Así, conforme a la constitución 137: “Que se haga periódicamente una programación pastoral diocesana (a medio y a largo plazo) con la elaboración de los órganos de participación correspondientes”[1][2], surge la pertinencia de guiar el caminar de nuestra diócesis con una planificación o proyecto pastoral que pueda favorecer y potenciar  el encuentro de los hombres y mujeres con Cristo y entre sí. 

Con este objetivo, nacen los tres planes pastorales que, desde 1999 hasta el 2011, se proponen en nuestra diócesis. Cada uno, con un período de ejecución de cuatro años, ha intentado hacer presente el sentir de la Iglesia universal y, por supuesto, de la particular, procurando dar respuesta o cauces de trabajo, a las peticiones que el Sínodo Diocesano –y con él, el Pueblo de Dios en general-  hacían en sus constituciones.

No cabe duda, de que los planes pastorales no se han cumplido en su integridad. Sería pretencioso sostener que cada nuevo plan ha superado al otro, y que todo lo propuesto se ha llevado a cabo. De hecho, en los tres planes diocesanos, hay cuestiones que se repiten y que, una y otra vez, insisten en algún tema o realidad que nuestra Iglesia diocesana tiene que potenciar. Esto no significa que los planes hayan sido un fracaso ya que, a través de los mismos, incluso repitiéndose algunos objetivos y acciones, descubrimos que la Iglesia diocesana está viva y que estamos trabajando juntos en hacer aquí y ahora lo que Dios espera de nosotros. 

Algunos dirán que los planes no han sido viables porque sus objetivos y líneas de acción han sido algo etéreos o que tal vez no han sido capaces de aterrizar lo suficiente en la realidad. Pero ¿la misión de un Plan Diocesano es sin más tomar tierra en la realidad de cada arciprestazgo y parroquia? o ¿debe marcar la pauta a seguir para que cada arciprestazgo y parroquia la concreten en su territorio específico, en su realidad concreta, en su ámbito? Haciendo balance de cada uno de los planes, hay que reconocer que los logros, aciertos y desaciertos, no sólo dependen de si los objetivos, los pasos a seguir han sido los adecuados en este momento de la vida diocesana, sino también de la respuesta libre de las personas, de la realidad socio-cultural y del trabajo y el esfuerzo de cada uno en concretarlos allí donde realiza su misión, y lograrlos con los medios que están a su alcance.

1.- AQUELLA PRIMAVERA ECLESIAL: EL SINODO DIOCESANO

Comenzaremos examinando el Sínodo para descubrir cómo las cuatro mediaciones eclesiales: comunión, servicio, anuncio y celebración (koinonía, diaconía, kerigma y liturgía), se hacen presentes en sus constituciones que darán luego pie para su concreción en los planes pastorales.

La Comunión:

El Sínodo toma como modelo y fundamento de la llamada a la comunión el misterio Trinitario, que es comunidad de vida y amor: “que todos sean uno como tu y yo lo somos”. 

El trabajo realizado dio como resultado un total de sesenta y dos constituciones sinodales (105-167), entre criterios, actitudes y líneas de acción. 

De este “seamos uno” se deriva que: se potencien los movimientos apostólicos y los grupos de fieles, la revalorización de la parroquia y del arciprestazgo como lugares idóneos de comunión y de fraternidad, la importancia de la vida diocesana y de sus celebraciones, creación de un periódico que tenga informado a todos los fieles de la vida de la Diócesis, elaboración de los planes de pastoral, constitución de los consejos pastorales que ayuden en la vivencia de la comunión eclesial,  crecer en la espiritualidad cristiana, coordinarnos más en el trabajo realizando una pastoral de conjunto, acrecentar los vínculos fraternos entre el Obispo y su presbiterio, entre ellos y los laicos, fomentar en las comunidades parroquiales valores evangélicos como la acogida, la empatía, la corrección fraterna, la corresponsabilidad, fomentar un cristianismo de misión, etc.

Todo ello en aras de ir creando un estilo, un talante, una horma de ser y vivir en cristiano que sea el modo de vida que impulse a los seres humanos de hoy a convertirse y a adherirse a Cristo (“para que el mundo crea”), como lo fue en la primera hora de la Iglesia (“mirad cómo se aman”).

La Caridad.

El tema de la caridad fue abordado en el Sínodo Diocesano desde dos grandes vertientes: una en relación a los pobres y la otra en relación a la actividad y compromiso público de los cristianos en el mundo (caridad política). El trabajo se realizó desde las tres claves: ver, juzgar y actuar. Su estudio y reflexión dio como fruto la elaboración de 135 constituciones sinodales (CS nº 268-403). 

Sobre esta mediación se nos propone, entre otras opciones y criterios: la opción preferencial por los pobres y la defensa de su dignidad; vivir con sencillez y austeridad; potenciar la comunidad cristiana de bienes; la coherencia Fe-Vida de los agentes de pastoral y consagrados; la instauración en todas las parroquias del grupo de Cáritas y la potenciación de colectas de los primeros domingos de mes; la formación sobre doctrina social; la corresponsabilidad en la transformación de la realidad y en la lucha frente a los contra-valores; la divulgación de las necesidades sociales y situaciones de pobreza; atención eclesial a los mayores; la coordinación entre las áreas de atención social de la diócesis, la potenciación y revisión de los programas y proyectos de Cáritas; potenciar el área de pastoral de la salud para la mejor atención humana al enfermo y mejor preparación de los visitadores de enfermos; el acompañamiento a los presos y sus familias facilitándoles la reinserción a la sociedad; acompañar el mundo del trabajo para favorecer la justicia y el derecho, etc.

La Liturgia:

 Las cuestiones relativas a la Liturgia, como mediación eclesial, fueron abordadas por nuestro Sínodo bajo el epígrafe “La Celebración del Misterio de Cristo: Fuente y Cumbre de la existencia cristiana”.  Atendiendo a esa centralidad de la liturgia, a la necesidad de re-descubrir el Domingo como “día del Señor” y a la ministerialidad de la Asamblea litúrgica, fueron elaboradas 94 constituciones sinodales: sobre aspectos generales, sobre los tiempos litúrgicos, el cuidado de los lugares celebrativos, las celebraciones litúrgicas (CS nº 404-490).

El Kerigma:

La Iglesia existe para evangelizar, por eso el Sínodo recoge en numerosos momentos y en muchas constituciones su preocupación por el anuncio del mensaje cristiano.

Las podemos dividir en:

Las constituciones 39-104, referidas a la “Identidad cristiana: quién es un fiel cristiano y forma de existencia cristiana”.

Las constituciones 168-267, referidas a “El anuncio de Jesucristo y de su Mensaje”.

Las constituciones 574-684, referidas a “La familia, comunidad evangelizada y evangelizadora”.

Las constituciones 685-740, referidas a “La Iglesia y los jóvenes”.

Las constituciones sinodales referidas al Kerigma, son un completo abanico de sugerencias y acciones que traducen, en la práctica, lo que supone la labor kerigmática-profética de la Iglesia. Si se leen detenidamente, se descubrirá que difícilmente quedará algún aspecto sin tocar.

Así, tales constituciones se refieren a: las dimensiones de la identidad cristiana (nn. 39-51), la vocación común a la santidad y las vocaciones en la Iglesia (nn. 52-61), diferentes formas de existencia cristiana: laicos, consagrados y ministros ordenados (nn. 62-65), los fieles cristianos laicos y su participación en la misión de la Iglesia (nn. 66-84), los fieles cristianos en la vida consagrada (nn. 85-90), vocación y misión de los ministros ordenados en la Iglesia (nn. 91-104), el primer anuncio (nn. 168-182), la catequesis (nn, 183-206), la enseñanza religiosa escolar (nn. 207-226), la formación cristiana (nn. 227-237), las homilías (nn. 238-246), fe-cultura y medios de comunicación (nn. 247-259), el testimonio cristiano (nn. 260-267), el matrimonio y la familia en una sociedad de cambio (nn. 574-578), la Buena Noticia de Jesús sobre la familia (nn. 579-583), el sacramento del matrimonio y la familia (nn. 584-610), espiritualidad conyugal (nn. 611-619), la familia, Iglesia doméstica (nn. 620-626), la familia, comunidad educativa (nn. 627-640), la familia, célula primera y vital de la sociedad (nn. 641-654), la pastoral familiar, una tarea urgente en la Iglesia de hoy (nn. 655-684), acercamiento a la realidad de los jóvenes (nn. 685-698), la Iglesia y los jóvenes (nn. 699-710), lo que debemos de hacer (nn. 711-740).

2.- BALANCE: PARECE QUE FUE AYER

El Papa Pablo VI, en su alocución de la penúltima sesión del Concilio Vaticano II, decía: “a Nosotros baste en este momento volver nuestro pensamiento sobre algunas consecuencias relativas a la culminación de este Concilio Ecuménico, pues  ¡este fin es, sin embargo, principio de tantas cosas!”

Así pues, a diez años del primer Sínodo Diocesano y con tres planes diocesanos de pastoral, es preciso que valoremos la implementación de las propuestas y constituciones sinodales en los PDP y en la realidad de nuestra Iglesia diocesana.

No debemos partir en nuestra reflexión de esta sensación de crisis-fracaso que, a veces, tenemos hoy, para no caer ni en un victimismo que nos lleve a la queja permanente, ni en la agresividad que nos lleve a cerrar filas y a condenar todo cambio, toda novedad. 

Vivimos un fascinante pero arduo momento histórico. No podemos olvidar que siempre es posible abrir caminos nuevos al evangelio, porque Dios sigue actuando y sigue ofreciéndose y comunicándose a cada persona como Salvador por caminos que  están más allá de las crisis. A lo largo de la historia podemos comprobar que las crisis – por ejemplo, el exilio del pueblo de Israel- son una oportunidad para crecer, una posibilidad para releer la historia y renacer de nuevo, con más fuerza, con más ardor y caridad a una misión más incisiva.

Por consiguiente, aparte de la ya tan sabida «crisis social»: en la economía, la sociedad, la cultura… que “obligan” a los agentes sociales ha hacer revisiones y cuestionamientos nuevos; también en el ámbito de la fe, podríamos decir que hemos entrado en crisis. Pero no sólo porque la realidad lo exija, sino porque lo exige Cristo, que, a través de estas mediaciones eclesiales que han sido el primer Sínodo Diocesano de nuestra historia, los distintos planes pastorales llevados a cabo durante estos diez años, y las distintas acciones realizadas en este tiempo, nos invitan a que demos comienzo a “tantas cosas nuevas” que sólo desde una evangélica revisión de nuestra misión, escrutando a fondo  los signos de los tiempos podremos realizar efectivamente. 

Con todo, no cabe duda que cualquier análisis que se haga sobre la aplicación del primer sínodo diocesano en los planes pastorales y en la vida de la diócesis es una tarea compleja y subjetiva, por algunas razones ya expuestas y, además porque:

a) probablemente en todos los ámbitos pastorales no ha sido aceptado efectiva y afectivamente el Sínodo como guía y referencia para el caminar de nuestras diócesis, reconociendo en Él la voz del Espíritu y el querer del pueblo cristiano;

b) la sociedad en la que vivimos evoluciona muy rápidamente, creando nuevas preguntas, nuevos retos y nuevas tareas que hacen que haya que ir respondiendo sobre la marcha (cuando encontramos las respuestas, nos cambiaron las preguntas) y

c) sobre la implementación o no de los planes pastorales hay muchas opiniones. 

Muchas son, por tanto, las afirmaciones –positivas, negativas, indiferentes-, que se han hecho sobre el Sínodo y sobre los planes diocesanos sucesivos, poniendo en cuestión, incluso su necesidad, dejando en entredicho la validez de estas mediaciones a la hora escudriñar los signos de los tiempos en nuestras Islas.

Pero, por otro lado, y antes de analizar los logros y los retos, es preciso recordar que la planificación pastoral ya se venía realizando en la diócesis antes del Sínodo y que ahora resurge, entre otras cosas, como respuesta a una petición del mismo, a un nuevo modelo eclesiológico conciliar y a una nueva realidad socio-cultural.

Como ya dijimos, la programación pastoral, responde, por consiguiente, al modelo de Iglesia que surge del Concilio Vaticano II y en el que estamos insertos. No se trata de buscar una solución que de forma inmediata con nuevos y más refinados métodos atraiga a las grandes masas de alejados. Sino que se busca un modelo dinamizador, de avance continuo en el que todos y cada uno somos necesarios, y donde la pastoral de conjunto, la corresponsabilidad y la colegialidad deben ser el estandarte de nuestra labor. Un modelo que plasme que Dios habla en el mundo, entre los seres humanos, que escucha la historia y la vida, que dialoga para salvar a la persona real y concreta y que precisa renovar o redimensionar las estructuras. 

Así pues, debemos tener presente que para no hacer que nuestros planes condicionen el Plan Salvífico de Dios, sino que se confronten continuamente las acciones pastorales (criterio teándrico) para que estén al servicio de la comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí mediante la acción sacramental-visible (criterio sacramental), es necesario una renovación continua y una purificación permanente (criterio de conversión) que haga que la Iglesia no se estanque en un momento histórico concreto, sintiéndose ya realizada, sino que madure progresivamente (criterio de historicidad) abriéndose a los signos de los tiempos, haciendo una lectura creyente de la realidad y confrontando la misma con el evangelio, para dar respuesta a los interrogantes más profundos de la humanidad (criterio de apertura a los signos de los tiempos).

(Continuación de en una SEGUNDA PARTE)

[1] BOO Noviembre – Diciembre 1999, Producciones Gráficas (S/C de Tenerife), pág. 759

[2] I SINODO DIOCESANO NIVARIENSE, Constituciones y documentos, Obispado de Tenerife, ed. Producciones Gráficas S.L., 1999, pág. 117.

 


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