Información sobre el Siervo de Dios Manuel Aparici enviada por Carlos Peinó Agrelo, peregrino, cursillista, colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus.
LA ENFERMEDAD
PRIMERA ETAPA DE DOLOR
SEGUNDA Y TERCERA ETAPA DE DOLOR
CUARTA ETAPA DE DOLOR
Año 1959: Aun sin poder celebrar la Santa Misa, vive y siente
la paternidad espiritual del Sacerdocio de Cristo,
que en su infinita bondad le participó.
«Es en la primavera de 1959 cuando le dan permiso para celebrar en su casa, dos veces en semana solamente […]» [1]. Tiene permiso para celebrar, pero no fuerzas.
En febrero escribe a Sor Carmen y le dice:
«Estimada hija en el Señor:
»Ya ves, que aun sin poder celebrar la Santa Misa, desde el 15 de marzo del 1957 estoy impedido, vivo y siento la paternidad espiritual del sacerdocio de Cristo que en su infinita bondad me participó. Tal vez este pensamiento, aún en ese hondón del alma que nada tiene que ver con la sensibilidad, es el que me ha mantenido en esta Misa de veinte meses en la que yo era la hostia victimal; como cuando celebraba sentía que cooperaba con Él a que fuerais reengendradas para Él todo el Cuerpo Místico Suyo, así ahora que Él era el único celebrante y yo la hostia, sentía también esta mística cooperación.
»Me ha hecho ahondar en el conocimiento de Su Bondad manifestada en fidelidad y amor; me vio tan cobarde y ruin, tan poco decidido a hacer yo, pese a haberle pedido tanto la cruz, que hizo Él: me la envió, y como tanto la había pedido, por decencia, no podía protestar y acepté y di gracias; y su Amor, ¡Ah su Amor ...! Ya había alguna vez vivido como en relámpago aquella expresión de Antonio [hermano de Sor Carmen] : “Yo Dios mío me noto muy mal, pero a ti te noto muy bien”; pero ahora, por Su Bondad, han sido meses y meses en los que, como un día le dije a Pepe [hermano de Sor Carmen], recordaba el “no tengo parte del cuerpo que no me duela” y unido a esto la impotencia para rezar, sequedad, sensación de abandono y tentaciones de creerme rechazado por Él; sólo la fe, oscura, gélidamente fría y la comunión diaria, de la que nunca me privó su Amor, era mi sostén y el director espiritual.
»Todo esto terrible, pero magnífico, porque en la fe conocía que Cristo retornaba a vivir en mí una parte infinitamente pequeña de los terribles dolores, oscuridades, abandonos y desamparos a los que gozosa y libremente se entregó por amarnos. Y como vivía su dolor en mí, también vivió, aunque la sensibilidad no se enterara de la noticia de su Amor. Y al notarlo, al conocerlo, no salía de mi asombro: ¡Cómo Tú amas así ... a esta piltrafa, toda llagas en el cuerpo y en el alma ...! Y entonces, entonces (y esta es la correspondencia a ti y a tus hijas tan amadas todas de Cristo) ahondaba más en la vivencia de aquellas palabras previas a la Consagración del pan: “Qui pridie quam pateretur, accepit panem in sanctas ac venerabilis manus suas ... deditque discipulis suis ac venerabiles manus suas et elevatis oculis in coelum ad te Deum Patrem suum omnipotenten tibi gratias agens benedixit, fregit”, que Él me hizo desear fueran el esquema de mi vivir en Él.
»¿Comprendes ...? Antes de padecer –accepit panem in sanctas, ac venerabiles manus suas–: Getsemaní, toma a peso a toda la humanidad, tú y yo y todos, que ve “masa perdotionis” dirá el Apóstol: Tedio, pavor, hastío, repugnancia. “Si es posible que pase de mí este Cáliz”; pero Cristo no se para aquí –como por desgracia tanto apóstol de ahora que sólo piensa en la salvación de los hombres– “elevatis oculis in coelum ad te Deum Patrem” y ve que el Padre nos ama tanto, tanto “ut sic Deum dilexit mundum ut Unigenitum Filium suum daret” ... ¿Comprendes?, ¿Comprendes ...? Es de locura que el Padre ame así, deslumbra su Bondad; y entonces “benedixit”, vuestro vivir y el mío, complementándose: Bendiciendo y alabando al Señor y voceando y predicando sus Caridades y Bondades; la glorificación de Dios y sólo después de esto: de haber empezado a conocer en la fe y la luz de los dones el Corazón de Dios, puede venir lo otro: la alabanza y la predicación concrucificado con Cristo, “deditque discípulos” dándose así, inmolado, a los hombres.
»Sigamos viviendo así: contemplando toda la miseria humana, la nuestra y la de todos, pero no nos paremos aquí, esto desalienta y enciende en enemistad hacia los hombres, levantemos por Cristo nuestra mirada al Padre y entonces después de haber subido con Cristo al Padre para emborracharnos con el Amor del Padre y del Hijo, dejémonos retornar por el Espíritu Santo a los hombres hechos fuego de amor para Bien decir: a Dios con su alabanza y a los hombre, que Dios es nuestro Padre.
»Creo que van contestadas unas cuantas preguntas; hasta hace pocos días no podía casi escribir, todo me producía una fuerte fatiga respiratoria y cardíaca. Desde hace quince días con un cambio providencial de médico, que vio que estaba intoxicado a fuerza de medicinas y me las suprimió casi todas, empecé a mejorar; y ya ves que escribo una larga carta.
»Contento con lo de Córdoba [José Manuel, sacerdote]; pero ... viene poco; y de Pepe [hermano de Sor Carmen], pues le escribí al Sr. Cardenal por si al finalizar el curso pudiera concedérmelo como un futuro sucesor, importante es lo que hace en Salamanca; pero el treinta por ciento de los filósofos y teólogos de los Seminarios de España llegó a ellos por la gracia que Dios les concedió a través del apostolado del Consejo Superior de la Juventud a quien orienta y ayuda; pero además los sacerdotes se van hermanando en equipos a través de la vocación de Consiliarios y hay muchos hogares santos ...; orad para que se haga la voluntad de Dios.
»De mi archivo, no sé dónde para; cuando me estaba muriendo me trasladaron a lo que era mi despacho, amontonaron papeles no sé dónde y algunos tiraron; y en los breves intervalos de mejoría no tuve fuerzas para buscar y menos para ordenar.
»Y nada más, pues me fatigo. Sólo que en los dos años y nueve meses de enfermedad nunca me sentí defraudado, Él me dio la paz de confiar en su Amor. Seguir orando amadas hijas del Carmelo y en espera de poderos bendecir pronto en la Santa Misa, aunque sea sentado, cuyo permiso ya tengo, aunque no fuerzas, os bendice a la Priora y a toda la Comunidad vuestro siervo en el Señor y Capellán» [2].
En abril le escribe, desde León, su buen amigo, el
Rvdo. D. Librado Callejo Callejo, Magistral de la S.I.C.
«Mi buen amigo y hermano Manolo:
»Años de silencio, y, sin embargo, viviendo tan cerca. De verdad. El número extraordinario de SIGNO (Núm. 1.000) con tu fotografía en la primera plana interior me ha hecho sentir remordimiento. Y sé que sólo puedo acallarlo, escribiéndote. Ha sido hoy mismo cuando me han entregado el número, pues he estado fuera de León más de una quincena de este mes. Como ves, el dolor es sincero, puesto que el propósito de enmienda ha sido eficaz. Vamos a charlar un rato. Nos aliviará a los dos.
»Por dos veces he estado en Madrid “hospitalizado”. Operado las dos veces de oído. Me hubiera gustado verte, pero no me podía valer por mí mismo, y tan pronto como me dieron el alta hube de venir a León, porque me urgía regresar. Las otras veces que he pasado por ahí, siempre ha sido con rapidez, a veces horas solamente, o haciendo noche para salir de madrugada. Y hace tantos años que perdimos el contacto epistolar que he perdido la pista de tu vida (quiero decir de cerca), aunque jamás ha dejado de interesarme de manera particular, pues para algo el Señor nos puso cerca en la vida. Y tan cerca que nos puso. Sabes bien, Manolo, que no es tan fácil lograr una compenetración íntima con muchos, aun siendo sacerdotes. Pero entre nosotros la hubo, y la sigue habiendo, porque en el fondo buscábamos apoyo mutuo para una mejor santificación. Y pese a que a lo largo de estos años no ha habido manifestaciones externas de acercamiento, interiormente jamás podré olvidar, y nunca agradeceré bastante al Señor, el bien que me hizo con aquel paso por Salamanca. Creo que vivo todavía de aquellas reservas.
»Barreiro [Manuel Pérez Barreiro, sacerdote] me habló de ti, y que te había visitado. Gálvez, también. Pero ninguno de los dos, ni otros a los que he preguntado por ti, me han dado muchos detalles de tu vida y de tu enfermedad. Quizá basten esos pocos detalles para saber que Dios te ha acercado más a Él, por aquello del salmo: “Estoy con él en la tribulación. Le libraré de ella, y le glorificaré después”. Y, claro, Dios hace todas las cosas bien. Lo que quiere decir que también cuando nos hiere. Bien convencido estoy que, como fuerte, soportarás valientemente la cruz. Muchas veces dijiste, hablando de los mártires, que Dios escogió lo mejor. ¿No será esa siempre su táctica? Y con ese criterio debemos situarte entre los mejores. Entre los “más amados del Señor”, los que hacen el bien de la manera más eficaz (en silencio), los miembros más valiosos del Cuerpo Místico, los que sobreabundan en méritos para liquidar cuentas ajenas, los que suben al cielo rápidamente y escalan los puestos cimeros, los que Cristo abraza en los brazos de su cruz. Si para animar a los otros, por verdaderas valen estas ideas, ¿por qué no también para reanimar el espíritu propio cuando gime abrumado por tantas cosas que en tropel le oprimen y desalientan? Supongo que tu mayor cruz será carecer de la Misa o de la comunión, si lo primero no es factible. Me tocó una cuaresma (40 días) sin poder celebrar con motivo de la fractura de un brazo, y se me hacía insoportable la vida cuando carecía del Señor. En cambio, cuando podía comulgar, sentía renacer la fortaleza, y me parece que han sido esas comuniones de las que guardo mejor recuerdo en mi vida. También algunos días me celebraron en casa. Es tan buena medicina la comunión hasta para el cuerpo.
»Bueno, Manolo, te harás cargo que casi no sé por donde seguir el hilo de la conversación, después de tanto tiempo, y, sobre todo, desconociendo detalles tuyos, que me sirvieran para comentar y dialogar. Te agradeceré que cuando puedas, y como puedas, sirviéndote de alguien (confío que no te faltarán amigos que te visiten) mándame unas letras, diciéndome muchas cosas, pues por ser tuyas todas tienen interés particular para mí. La carta te la envío a SIGNO, por si diera la casualidad que hubieras cambiado de domicilio y se extraviara. Lo lamentaría de veras. En cambio, desde SIGNO te la remitirán rápidamente.
»Un abrazo muy fuerte. Pese a mi silencio, ten la seguridad de que vivo muy cerca de ti y muy interesado en todo lo suyo. Te encomiendo y me encomiendo. Siempre buen amigo y hermano en Cristo que te abraza nuevamente» [3].
Al mes siguiente, le escribe, desde Don Benito, José Blázquez Cidoncha
«Mi querido D. Manuel:
»Desde luego que no hay derecho y que no merezco la consideración y el afecto que Vd. nos tiene. Sigo siendo -¡siempre lo fui!- el tío más calamidad que vino al mundo. No tengo nada más que dos cosas buenas: contar con el cariño de unos amigos, que no merezco, y un corazón en el que a todos los llevo y precisamente Vd. en el trono más alto.
»Y yo me atrevo a hacer esta invocación y apelar a ese corazón sacerdotal de padre y amigo que Vd. tiene para arrancarle el perdón que no merezco, pero que necesariamente me tiene Vd. que otorgar, más aún, aspiro no sólo a eso, sino a rehabilitarme plenamente en su campo afectivo, pues pese a todo no me resigno a perder ni un solo palmo de lo ganado, aunque lo sea inmerecidamente.
»Si el hombre ha sido la chifladura de Dios y cuanto más miserable más le chifló –Encar-nación, Pasión y Eucaristía– ¿por qué no puedo yo aspirar, por muy calamidad que sea –el más calamidad de cuantos han pasado por el Consejo– a seguir ocupando mi puesto de amor en el corazón sacerdotal más grande que yo he conocido? ¿Qué no lo merezco ya lo sé? ¡Pero Vd. suple mis deficiencias con su superabundancia de caridad!
»Dentro de la vergüenza que para mis adentros me produjeron, no puede Vd. figurarse la emoción y alegría que sus cartas me reportaron; y si antes no he correspondido a ellas, por Dios, no lo atribuya Vd. a menosprecio, sino a la cantidad y variedad del trabajo que sobre mí pesa [era abogado] y a la falta de capacidad y orden para afrontar tantas cosas.
»Y como, por otra parte, mi afán de escribirle con tranquilidad y extensión me hacían esperar un momento propicio y éste no llegaba, los días se me han pasado sin darme cuenta.
»Hoy, mientras yo iba a Santa Amalia (un pueblo próximo) con otro abogado, Josefina ha tomado la iniciativa de escribirle, bendigo a Dios por tal idea, y la que secundo con gusto, sin esperar a más, aunque es de noche, bastante tarde y tengo que irme andando al campo, donde tengo mi tesoro: mi mujer (que ya se fue anochecido) y las dos niñas más ricas y más encantadoras que Dios nos pudo regalar. ¡Una maravilla!
»Tuve pretensiones de ir a Madrid por marzo, pero no cuajó el plan. Abrigo la esperanza de ir quizás en junio. Y cuando a Madrid va Pepe Blázquez, la primera visita es a D. Manuel; ¿eso no me lo pondrá Vd. en duda, que ya lo tengo acreditado, eh?
»¡Cuánto celebramos su mejoría, D. Manuel! En nuestros momentos mejores ante el Señor pedimos por Vd. y todos confiamos en verle recuperado. Mi Pilar, cuya gracia estoy seguro que hace reír y enternecerse a la Santísima Trinidad en pleno, pide a “Jezucito” por nuestro D. Manuel.
»No necesito que en todo y para todo y en cualquier momento soy plenamente suyo.
»Un abrazo muy fuerte en el Señor» [4].
Este mismo mes de mayo recibe otra carta, esta vez escrita desde Toledo,
de José Díaz Rincón, su dirigido durante algo más de quince años y testigo
en su Causa de Canonización
«Venerable y querido Padre:
»Tenía proyectado haber ido ayer a Madrid, con mi señora y mi nena, para hacerle a Vd. una visita, pero resulta que la niña nos amaneció con mucha fiebre, por una infección de garganta, y ya nos impidió salir. El primer sábado o domingo que pueda de éste mes voy a verle otra vez. Ya sabe Vd. que yo le quiero mucho y nunca le podré olvidar. Ya le tengo dicho a Ana María Rivera [hermana de Sor Carmen] y a su familia que le atiendan y que cuenten conmigo para todo, tengo poquísimo dinero porque con mi sueldo tengo que mantener también a mi familia de Romeral, pero que mi esposa y yo estamos dispuestos a mantenernos de pan y agua con tal de que a Vd. no le falte nada. Tenga Vd. confianza conmigo y pida lo que quiera.
»La visita que el otro día le hicimos fue provechosísima, tanto los Consiliarios como los dirigentes salimos edificados en grado extremo y cada palabra y gesto de Vd. fue para todos un mensaje de Dios; ya le contaré, hubo cosas buenísimas.
»Adjunto le envío el guión que me ha encargado Vd. para que lo revise y corrija.
»Con un hasta luego en la oración, queda suyo affmo. q.b.s.m. sacerdotal» [5].
Su precario estado de salud, se ve afectado por la muerte de su madre, acaecida el 1 de junio de este año.
En el mes de agosto, pese a su delicado estado de salud, intenta hacer
Ejercicios Espirituales y así el 30 de dicho mes anota en su Diario:
«Voy a comenzar un intento de Ejercicios Espirituales. Hace tiempo que el Señor me está haciendo sentir la necesidad. No vivo unido con Dios: ahora que mi salud, gracias a Dios, mejora, con su ayuda tengo que hacer un esfuerzo de oración para ser de verdad la hostia y víctima que incesantemente se inmole en desagravio y oblación “pro eis”.
»La amarga queja de Jesús: “Opprobium fregit cor meum et defecit et expectavi conmiserantem et non fuit et consolantes et non inveni et indiderunt in escam meam fel et in siti mea potaverunt me aceto”, nos traspasa el corazón. No puedo seguir así. Él me urge. Él me ayudará. Con plena confianza en Él comienzo estos mis primeros Ejercicios de enfermo.
»”In te Domini esperavi non confundar in aeternum”.
»Soy en tiempo presente, pues a cada instante Dios me da el ser de hombre, cristiano y sacerdote, pues la conservación es una creación continuada.
»Verme incesantemente como puro e inmenso beneficio de Dios. Mis sentidos, mis potencias, el tiempo que Él me concede, a fin de no emplear nunca el beneficio contra mi Bienhechor.
»Cada día con los 100.000 latidos de mi corazón Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, me está diciendo que me ama. Que me dio este ser de hombre que elevó a la condición de hijo adoptivo suyo haciéndome partícipe del sacerdocio de su Hijo; porque me ama, que conserva este ser y corazón porque me ama; que lo hace latir porque me ama ...
»¡100.000 veces cada día me dices con mi propio corazón que me amas! Haz que con tu gracia también mi corazón te diga 100.000 veces que te amo».
Casi a finales del mes de septiembre escribe a Sor Carmen y le dice:
«Estimada en Cristo Jesús, Madre Carmen Teresa:
»Comienzo hoy esta carta, que no sé cuando la terminaré pues depende de las visitas, de que me canse, de que me llegue el tiempo y Dios sabe.
»En primer lugar felicito a mi abogada, madrina de oraciones o como la llamen, a la Rvda. Comunidad y a sí misma, pues mucho deben poder sus oraciones ante Dios cuando han conseguido que el Señor me fuerce amorosamente a tratar de hacer 18 días de Ejercicios.
»Por experiencias sabes que cuando el alma se deja recoger por el Señor siempre se encuentra bien. ¿Abrasado en amor?, no. ¿Hambriento y sediento de abrazarme?, sí. Por eso mi cielo es la Santa Misa, sólo en Ella y por Ella se satisface mi sed: ofrecer a la Trinidad Santísima la reparación perfectísima de alabanza, oración y obediencia de Cristo Cabeza y miembros, Iglesia triunfante, Purgante, Militante. Porque hermana Carmen Teresa, la herida que debe sangrarnos en el alma, a vosotras hermanas del Carmelo y a nosotros sacerdotes del Altísimo, es la glorificación que hemos robado a Dios con nuestros pecados y nuestros fallos, la glorificación que resta y roba a Dios los pecados de nuestros infelices hermanos de toda la tierra; pero para esta herida el único bálsamo es Cristo; Cristo ofreciéndose en la cruz y en la Misa; pues Él lo reparó todo superabundantemente y uniendo nuestro deseo al suyo, restituiremos a Dios la alabanza, aún mejor que si hubiéramos sido en todo fieles, pues a la adoración perfectísima de Cristo que hacemos nuestra por el amor y deseo de alabanza perfecta de la Trinidad Santísima, se une una mayor humildad en nosotros, ya que ahora ninguna alabanza salida de nosotros nos contenta, si no se cobija en la alabanza perfecta de Cristo y de la Iglesia, porque hemos empezado a descubrir el abismo de nuestra nada y miseria y ese conocernos pecadores pone en nuestra alma aquella “exclamación admirativa con crecido afecto” de que habla San Ignacio en la meditación de los pecados propios.
»Por hoy dejo este tema, me fatigo y emociono; mi salud, gracias a Dios mejor, celebro ya sentado dos veces por semana, he empezado a salir un poco, en coche claro es, el médico me permite dos ratos por semana; pude sacar unas tres horas de meditación, más el Oficio y la Santa Misa en la forma que he dicho, durante los Ejercicios, estar arrodillado en el reclinatorio algún rato; por cierto, envíame, si no la tienes la haces sacar, una foto de vuestro Sagrario, sin recordarlo me he trasladado en espíritu casi todos los días a él para unir mis oraciones a las vuestras; piensa que llevo casi tres años sin poder hacer la Visita.
»Ya ves, trece días interrumpida la escritura [6]; primero unas visitas, luego un pequeño retroceso: Un poco débil el corazón, descenso de tensión, total quietud, supresión de salidas y de celebración de la Santa Misa. Ya gracias a Dios voy rehaciéndome, me permite el médico celebrar mañana y luego Dios dirá.
»Me preguntas sobre la espiritualidad seglar, y creo que pensamos lo mismo; para mí no hay más que una espiritualidad cristiana, porque no hay más que un Espíritu Santo, aunque con matices distintos. Y toda espiritualidad que no sea del Espíritu de Cristo, viviendo en nosotros y dirigiéndonos y conduciéndonos, no es espiritualidad cristiana.
»El tema es inmenso, pero creo que hay equivocaciones por no tener en cuenta que una cosa es la teoría y otra la práctica; en teoría lo propio de todo grado avanzado de espiritualidad es glorificar a Dios a través de todas las criaturas. Y entonces se hace este sofisma: Es así que el seglar es el que está inmerso en todas las criaturas, luego el seglar en vez de alejarle de las criaturas hay que enfrentarle con ellas para que glorifiquen a Dios. Este movimiento de pseudo espiritualidad seglar proviene de los católicos que se consideran a si mismos intelectuales, sin acordarse que el Señor le dijo al maestro de la ley Nicodemus: “En verdad, en verdad te digo que si no renaciereis por el agua y el Espíritu Santo no podréis ver el Reino de Dios”. Esto es lo terrible, que no tienen ojos y pretenden ver y ser guías. Pues el bautismo es morir con Cristo al hombre viejo; es decir, a todos los criterios y modos de ver, y juzgar y actuar humanos, para resucitar con Él a su Vida: viendo con la fe ayudada de los dones de sabiduría, ciencia y entendimiento, juzgando con la prudencia y ciencia infusa y el don de consejo y actuando por la esperanza y la caridad con los dones de piedad, fortaleza y temor de Dios.
»(Reanudo la carta el 22). Dicho con las palabras de San Ignacio, eso que llaman “espiritualidad” sería vivir aquella petición de la contemplación para alcanzar amor “conocimiento interno de tanto bien recibido para que enteramente reconociendo (al reconocer hay que darle su doble valor: de conocer nuevo en la novedad de la Vida resucitada de Cristo, y de gratitud subsiguiente a ese conocimiento) pueda en todo alabar, amar y servir a la Divina Majestad”.
¿Causa de la interrupción? Pues esa pequeña crisis física y una gran crisis espiritual. ¡Qué equivocados estáis los que tan perfecto! No soy más que un alma mezquina, pecadora, cobarde …. Tantos años pidiéndole al Señor que me hiciera partícipe de su Getsemaní y su Cruz ... que cuando me lo participa me echo atrás. Ya sé que me recordarás la oración de Jesús: “Si es posible que pase de mi este Cáliz …”. Sí, a Jesús le repugnó, pero hizo la voluntad del Padre; pero yo no la hago. Me hurto ratos, días y semanas a la cruz con lecturas frívolas.
»Soledad, abandono, inutilidad para quien tuvo vocación a vida activa, es tan extraño y nuevo que desconcierta.
»Ya sé, ya sé que Él me llama a esta nueva vocación de mayor intimidad con Él, pero este sabor me deja tan árido y seco como antes. Calibro y mido un poco lo que debieron suponer para Jesús mis olvidos y abandonos, por lo que a mí me duele. Treinta años tratando de vivir para los amados de Jesús y ahora no tendría quien me ayudara a Misa (dos veces por semana) si no fuera por el conserje del Consejo que me envía a su sobrino.
»Y como soy cobarde, en vez de abrazarme gallarda, apasionada y alegremente a la cruz en la que Cristo está expirando de amor e invitándome a amar: Pies clavados, la cabeza inclinada, brazos y manos extendidos y el pecho abierto; me hurto a Ella.
»Lo único que aún queda, por la misericordia del Señor, en mi alma es una confianza inconmovible en su Amor; Él me la conserve.
»En fin Hermana Carmen Teresa, termino. Envíame la foto que te pido y seguir orando por mí y sigue escribiendo porque tus cartas rompen, de cuando en cuando, mi soledad.
»Encomendándome a las fervorosas oraciones de esa Venerable Comunidad, las bendice con todo afecto en el Señor» [7].
«Eso era –dice el Rvdo. D. José Manuel de Córdoba– lo que Manuel Aparici quería para su predicación de sacerdote y apóstol: “Predicar concrucificado con Cristo y dándome así inmolado a los hombres”. Y esto es lo que me mueve a trasmitir su testimonio» [8].
Al mes siguiente escribe de nuevo a Sor Carmen y le dice:
«En Cristo Jesús estimada Madre Carmen:
»Unas líneas para dar las gracias a la Rvda. Comunidad por su bondad al querer ser instrumento de Dios para acariciar mi alma; cuando me revestía se realizaron sus palabras: “Mi yugo es suave y ligero el peso mío” pues vosotras, amadas hermanas en el Señor, representando al Cuerpo Místico de Cristo, me ayudáis y me ayudaréis a llevar el peso de este admirable Sacerdocio de Cristo que Él, en su inefable bondad, se dignó participarme, y así por vuestra ayuda y la de todos los santos hará que lleve de tal forma ese yugo bendito que consiga su gracia.
»Aún no he visto las casullas, tienen que hacerme hueco en una cómoda y he preferido no deshacer el paquete; pero así cuando las vea volveré a escribir.
»Mis crisis, tristezas, tedios, soledades empiezan, por la bondad de Dios, a no ser sólo mías, sino de Cristo en mí, que vuelve a pasarlas para enamorarme más y más de su Amor infinito. Yo no sé si amo a Dios, creo que sí, pues, mis tristezas nacen de ser ingrato, inconstante y cicatero con Él; pero cada día me maravillo y asombro más de lo que el Padre nos ama y con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y le doy gracias porque me eligiera sacerdote y me permita celebrar la Santa Misa dos veces por semana, una vez superado el último bache en la salud. Por cierto que los domingos viene el bueno de Agustín Losada con un par de amigos a ayudarme; ¡no saben el consuelo que me dan!, pues me hacen más presente a la Juventud bien amada de Cristo, a la que amé y serví, hasta enfermar, durante 30 años de mi vida y me sirven, como aquellos dos mancebos que sujetaban los brazos de Moisés, para tratar de mantener la postura de cruz que Él me pide, ya que fue ese amor de Cristo a los jóvenes que Él empezó a revelarme un día de la Inmaculada de 1927, lo que me fue clavando a su cruz. Pedir hermanas para que Él me dé valentía y generosidad para perfeccionar esta crucifixión, a fin de que por mi culpa no dejen de conocer su Amor los jóvenes de España.
»Recordando mi gratitud en Cristo, unido a vuestras oraciones ante ese Sagrario en el que sigo clamando “Sitio”, te bendice y bendice a toda la Rvda. Comunidad con la bendición más fervorosa, su siervo en Cristo y Capellán» [9].
La última carta del año que escribe a Sor Carmen dice así:
«Muy estimada en Cristo Jesús:
»Nueva acción de gracias al Señor y a las hermanitas del Palomar de Fuenterrabía por el delicado obsequio de los ornamentos sagrados; son de un gusto litúrgico exquisito; los bendije con facultad delegada por el Sr. Obispo, D. José María [García Lahiguera], y los estrené: el domingo el verde y hoy el rojo; ya te decía en mi anterior que me ayudarían a conocer la certeza de las palabras de Jesús: “Mi yugo es suave y ligero el peso mío”, y, efectivamente, me ayudan a vencer el miedo a mi indignidad, pues sois para mí, amada Comunidad del Carmelo, como un pequeño sensible al Cuerpo Místico de Cristo, y cuando me revisto para celebrar me parece que no me revisto tan sólo de los sacrificios y oraciones de la Rvda. Comunidad que los cosió y bordó tan primorosamente, sino con el precioso mérito de las virtudes y santidades de Cristo y de su Cuerpo Místico, la Santa Iglesia. Entonces, aunque sigo confuso y avergonzado por mi indignidad, por complacer a la Santísima Trinidad, que se goza de Cristo se ofrezca por Amor de sus sacerdotes, me atrevo a acercarme al altar de Dios, de ese Dios que es nuestra alegría desde la juventud.
»Pero no deben desorientarte mis cartas con relación a mí mismo; soy algo “ni frío ni caliente”; en las cartas como en los discursos sale lo mejor que puso el Señor en nosotros: el ideal de santidad que nos invita a alcanzar, pero ya basta hablar del ideal, sin realizarlo o al menos dejarle a El que lo realice.
»Es verdad que Dios ama divinamente, pero estoy tan poco atento a las manifestaciones de su amor; el vuelo de mi alma se parece al de la perdiz y la codorniz, que dan unas cuantas aletadas rápidas y toman tierra otra vez.
»De lo del Sagrario lo estoy pensando, pues tendría que hacer bastante cambio de habitaciones y como cualquier cosa me produce fuerte fatiga, temo una recaída, por eso me parece mejor esperar a ver si una pequeña mejoría, que ahora se inicia, consolida, y entonces pueda meterme en esos pequeños trotes sin fatigas.
»Reiterando mi gratitud por todas las bondades de esa Rvda. Comunidad para conmigo, las bendice cordialmente en el Señor su siempre affmo. en Cristo y Capellán» [10].
Pese a su ligera mejoría, dentro de su delicado estado de salud, que le impide ejercer con normalidad la Consiliaría Nacional, es sustituido en la misma, a finales de este año, por su buen amigo Mauro Rubio Repullés más tarde Obispo de Salamanca y testigo en su Causa de Canonización.
[1] Rvdo. D. José Manuel de Córdoba (SIGNO de fecha 5 de enero de 1965).
[2] C.P. pp. 1812-1815.
[3] Su carta de fecha 24 de abril de 1959 (C.P. pp. 8611-8612).
[4] Carta de fecha 5 de mayo de 1959 (C.P. pp. 8520-8523).
[5] Su carta de fecha 10 de mayo de 1959 (C.P. pp. 8609-8610).
[6] Empieza la carta el día 28 de septiembre de 1959 y la reanuda el día 10 del mes siguiente.
[7] Su carta de fecha 28 de septiembre de 1959 (C.P. pp. 1816-1821).
[8] SIGNO de fecha 5 de enero de 1965.
[9] Aunque la carta no tiene fecha, puede afirmarse que fue escrita en dicho mes por su concordancia con la que le escribe en el mes de noviembre (C.P. pp. 1810-1811).
[10] Su carta de fecha 25 de noviembre de 1959 (C.P. pp. 1822-1823).