Ponencia del décimo aniversario del Sínodo Diocesano Nivariense, pronunciado por el Vicario General de Pastoral (Noviembre 2008).
Primera parte
4.- LOS CAMPOS QUE YA BLANQUEAN: INSTAURAR
Cierto es que mucho es lo que queda por hacer. Como vemos, siguen apareciendo asignaturas pendientes que necesitan seguir mejorándose:
5.- ODA FINAL. CORREGIR
El oficio de adivino es siempre aventurado; más aún si se ejerce acerca de una institución tan singular e incalificable como la Iglesia. No en vano confluyen para configurar su futuro el imprevisible factor humano y el indisponible e implanificable factor divino. Por eso, al término de este estudio, puesto en estas páginas, mi impresión es la perplejidad. ¿Cuántos aciertos logrará este pronóstico? ¿Cuántos rasgos del perfil venidero de nuestra Madre la Iglesia que peregrina en nuestra Diócesis, no habrán sido aquí ni siquiera mencionados ni sospechados?
Todos convenimos sin esfuerzo en cómo no queremos que sea; pero nos cuesta más trabajo convenir en cómo debe ser la Iglesia.
Entonces esta Diócesis tendrá el coraje de anunciar que su misión consiste en ser, según se indicó más arriba, la institución significativa de la trascendencia. De una trascendencia encarnada y salvífica, no evanescente y asépticamente desinteresada de la suerte del ser humano. Una Iglesia-sacramento de esa trascendencia deberá-recordémoslo de nuevo -obrar lo que significa-; habrá de implicarse en las situaciones de no-salvación para poder ser salvación creíble de la gracia salvadora.
Esto es, a la postre, lo único que Dios nos está pidiendo; afortunadamente, esto es también lo único que los hombres y mujeres de buena voluntad esperan de ella. Una Iglesia Diocesana así, que se reencuentre con su misión y se exhiba con sus auténticas señas de identidad, no morirá nunca. Estará más bien en trance de permanente y prometedor renacimiento. Ella puede ser (ella será, sin duda) lo que haga llegar a la cultura de este tiempo que nos ha tocado vivir la buena nueva de la salvación.
Después de lo visto, sería pretencioso y falso decir que cada nuevo plan ha superado al otro, y que todo lo propuesto en el Sínodo se ha llevado a cabo. De hecho, en los tres planes diocesanos vemos voces que se repiten y que, una y otra vez, insisten en algún objetivo o realidad que nuestra Iglesia diocesana tiene que potenciar. Esto no significa que los planes hayan sido un fracaso ya que, a través de los planes diocesanos de pastoral, incluso repitiéndose algunas cuestiones y acciones en los mismos, descubrimos que la gran marcha de esta iglesia particular tiene un rumbo fijado, que la Iglesia diocesana está viva y que estamos trabajando juntos en hacer, aquí y ahora, lo que Dios espera de nosotros. De hecho cuando se tiene clara la meta que se quiere alcanzar, se buscará el camino y cuando se tiene claro el "qué" tenemos y queremos hacer, se buscará el "cómo" llevarlo a la práctica.
Desde los orígenes de la Iglesia, en el ejercicio de los ministerios, se han tenido tres referencias fundamentales: la evangelización de los no creyentes, el cuidado de la vida fraterna en las comunidades y el ejercicio de la corresponsabilidad. Llegados a este punto podemos decir que la pregunta que nos ha servido de punto de partida se desdobla en dos interrogantes que engloban toda la acción pastoral: ¿cómo decir con «palabras y gestos» una palabra significativa sobre Dios al ser humano de hoy? ¿cómo dar una respuesta eficaz al problema de la pobreza que afecta a tantos hermanos nuestros? Sólo si logramos dar una buena respuesta a estos retos podemos dar el paso siguiente y preguntarnos: ¿cómo se hace un cristiano y cómo se renueva la comunidad cristiana?
Una pastoral «actual, creíble y eficaz». Esto es lo que nos pidió el papa Juan Pablo II en la encíclica Pastores dabo vobis (n 72). La Conferencia Episcopal Española lo expresó con estas palabras: «Tendríamos que hacer una revisión de muchas de nuestras actividades pastorales ordinarias que, a pesar de los muchos esfuerzos hechos, no consiguen suscitar el vigor religioso cristiano que las nuevas generaciones necesitan para expresar, practicar y mantener la fe a pesar de las presiones ambientales a las que se ven sometidas. Tendríamos también que examinar y valorar los diferentes procedimientos que han ido apareciendo en la Iglesia durante estos últimos años para corregir los que se hayan manifestado defectuosos o insuficientes e impulsar los que están demostrando una mayor capacidad evangelizadora de conversión» (Para que el mundo crea, Plan Pastoral 1994-1997, 6c). Sin duda alguna, en nuestros quehaceres pastorales se solapan modos de hacer rutinarios más propios del pasado y de una sensación no confesada de fracaso y desaliento. Es necesario mirar al futuro sin miedo, con creatividad y guiados por la esperanza que no defrauda.
Como escribió José Antonio Marina, "el pesimismo es un lujo que sólo se puede uno permitir en los buenos momentos. Cuando las cosas se ponen difíciles, el optimismo se convierte casi en un deber moral. El optimismo es la inteligencia decidida a determinar el futuro. No es un sentimiento, sino un modo de actuar". Quizá sea algo así como el "Yes we can" convertido en "Yes we did" que ha recorrido estos días el mundo conjurados por Obama a la "Audacia de la esperanza", o lo dicho por Teresa de Jesús: "no durmáis, no durmáis... iiaventuremos la vida!!, o como dice - y termino - el mensaje final del Sínodo de la Palabra: "Existe, en efecto, también en la moderna ciudad secularizada, en sus plazas, y en sus calles - donde parecen reinar la incredulidad y la indiferencia, donde el mal parece prevalecer sobre el bien, creando la impresión de la victoria de Babilonia sobre Jerusalén - un deseo escondido, una esperanza germinal, una conmoción de esperanza".