Ideas para la homilía en la Navidad 2008 sacada del guión litúrgico para esa celebración enviado junto a los matiariales enviados por Caritas.
1. Niño Divino, enséñanos a ser humanos
Dios no se hizo hombre para destruir nuestra naturaleza, sino para curarla y enriquecerla. Dios no quiere deshumanizar al hombre, sino humanizarlo más. Él mismo se nos manifestará como el hombre perfecto, no como superhombre, sino como humano del todo.
Cuando hablamos de ser «humano», estamos refiriéndonos a una realidad buena. Quiere decir, según el diccionario, ser: afable, afectuoso, agradable, benévolo, benigno, caritativo, compasivo, comprensivo, comunicable, condescendiente, considerado, cordial, humanitario, indulgente, liberal, magnánimo, misericordioso, propicio, sensible...
Son hermosos calificativos. Este conjunto de cualidades es lo que nos hace iconos de Dios, pues estamos hechos a su imagen y semejanza. Nace Jesús para que esta imagen y semejanza resplandezca en toda su gloria y su esplendor.
En el hombre hay también tinieblas. Ser hombre es peligroso. La historia nos muestra los lados oscuros del co-razón humano, que pueden llegar a profundidades abismales. Nace Jesús para vencer estas tinieblas y liberar-nos de nuestras terribles esclavitudes. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande.
2. Niño Divino, enséñanos a ser dioses
Jesús se revistió de la naturaleza humana. Nosotros le enseñamos a ser hombre. Él quiere enseñarnos a ser dioses. ¿Y qué es ser Dios?
Dios tiene muchos nombres y muchas cualidades. Los atributos humanos los tiene en grado infinito y misterioso. Dios es afable, afectuoso, benévolo... Pero hay algunos que le definen mejor, como la caridad, la compasión, la misericordia (cf. Ex 34, 6; 1 Jn 4, 8.16). Enseñaba recientemente Benedicto XVI: «Misericordia es sinónimo de amor, de gracia. En esto consiste la esencia del cristianismo, pues es la esencia del mis-mo Dios. Dios (...) porque es Amor es apertura, acogida, diálogo; y su relación con nosotros, hombres pecadores, es misericordia, compasión, gracia, perdón». Dios es comunicación, comunidad, comunión. Dios no es solitario o individualista. Dios es familia. Dios es Trinidad.
Por eso, lo más esencial del hombre es su capacidad de apertura y común unión. El hombre, para ser verdaderamente humano, necesita del otro, de los otros. Sin el otro yo no sabría nada de mí mismo, ni siquiera mi nombre. El otro me vacía y me plenifica. El otro rompe mi curvatura y me abre a nuevos horizontes. El otro me estimula y me agranda. El otro me da muerte y me da vida.
Jesús nace para multiplicar los iconos trinitarios. Quiere unir a todos los hombres en un abrazo. «Él es nuestra Paz (...) dando en sí mismo muerte a la enemistad» (Ef 2, 14.16). Él consagró la familia humana, fuente de amor y de vida, y quiso hacer de todos los pueblos una gran familia.
El que cree en Jesús, el que comulga a Jesús, debe luchar contra toda división e individualismo, y debe crear e intensificar lazos familiares y sociales, amistosos y solidarios.
3. Niño Divino, enséñanos a ser niños
Nosotros queremos ser mayores. Queremos cosas grandes. Nos encanta construir torres elevadas hasta el cielo. Que-remos ser dioses, pero a nuestro modo, escalando a costa de lo que sea peldaños de gloria y de poder.
Pero el Dios verdadero bajó hasta nosotros despojándose de gloria y de poder. Se hizo niño. Nos enseñó los caminos de la humildad y del servicio, de la esperanza y del amor. Son los caminos que nos divinizan, nos llevan directamente a Dios.
Si quieres ser Dios, fíjate en el modelo navideño. Encontrarás, como decía el ángel, un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. También encontrarás a María y a José, sus padres. Son como un retrato de la familia divina. Y son el fermento de una humanidad nueva, entrañable y solidaria, gozosa y liberada, abierta y acogedora. Ya puedes empezar a soñar.
«Al ser humano le constituye esencial-mente su capacidad de apertura a los demás, al mundo, al ser. Pues bien, en Jesús esa apertura al Ser de Dios habría sido (...) tan total que en ella se habría dado la absoluta identificación de Jesús con Dios» (Zubiri).