Mensaje del Padre Giovanni Salerno, msp para la Navidad 2008. publicado en Boletín número 2 de MISIONEROS SIERVOS DE LOS POBRES DEL TERCER MUNDO – OPUS CHRISI SALVATORIS MUNDI.
Muy queridos amigos:
Laudetur Jesus Christus!
¡Que la paz del Hijo de Dios hecho Hombre colme vuestras casas!
A grandes pasos se acerca también este año la solemnidad de la Navidad y puntualmente nos encontramos frente a los colores, las luces y los sonidos que caracterizan este período.
Pero no siempre estas luces y estos colores nos ayudan a captar el significado profundo, verdadero y único de la Navidad; más aún, diría que a menudo son un obstáculo, cumpliendo una simple función de marco de aquel ritmo frenético al que nuestras ciudades y nuestra vida cotidiana nos han acostumbrado.
Para aquel que suele vivir este tiempo en el silencio y en el ritmo pausado de la Cordillera andina, todo esto se vuelve siempre motivo de profunda reflexión e invita a una inevitable comparación.
En la Cordillera son muchas las tradiciones paganas que han intentado entrometerse y debilitar el mensaje cristiano de la Navidad, pero los pobres, generalmente por su sincera disposición a la verdad, han sabido y saben purificar las tradiciones, transformándolas en válidos instrumentos capaces de hacerles vivir más intensa-mente el misterio siempre nuevo de la Navidad.
También en nuestra sociedad consumista, no faltan las tradiciones no cristianas que diluyen en el folclor el nacimiento del Hijo de Dios, reduciéndolo todo a una simple conmemoración embellecida de luces, imágenes sagradas, algunos villancicos, compras especiales y suculentos banquetes.
En los pueblos pobres de la Cordillera andina del Perú, el día de Navidad es un día de hambre y de duro trabajo, como todos los demás días, pero es también un día de alegría, porque ha nacido Dios.
Dios existe y, donde es acogido, actúa.
Muchas veces, en nuestras grandes ciudades, la celebración de la fiesta de Navidad deja al hombre aún más solo, angustiado, desesperado, en busca de una alegría y una paz que no logra encontrar; con una necesidad de paz que Dios providencialmente ha puesto en el corazón del hombre y que las solas luces navideñas no pueden satisfacer.
Esta rápida comparación no abarca exclusivamente el período navideño que nos preparamos a vivir, sino que puede ser extendida al entero arco del año: la vida frenética no le permite al hombre descubrir en el prójimo la imagen del Niño de Belén; no le permite reconocer en el otro al hermano; no le permite ver, en los Indios necesitados de la alta Cordillera y en los muchos pobres que viven a unos pocos metros de distancia de nosotros, las lágrimas de quien pide urgente ayuda.
No pocos son los jóvenes que, en todos estos años de vida misionera, me han confesado haber encontrado al Cristo del Evangelio, y la paz prometida por Él, en los pobres, los analfabetos, los explota-dos, los oprimidos. ¡Cuántas veces la reflexión de los jóvenes, al concluir su estadía en nuestras Casas, ha sido la siguiente: `Aquí, cada día es Navidad!".
Tal vez el mundo no tiene paz porque no reconoce la presencia del Príncipe de la paz.
Tal vez porque no pocas veces, el hombre, puesto frente al escándalo de la pobreza, trata de acallar su propia con-ciencia dando como limosna alguna cosa que en realidad al otro le corresponde por derecho, y no se dispone a acoger el misterio celosamente escondido por la miseria.
Tal vez porque con mucha dificultad, nosotros los cristianos, logramos comprender que el verdadero don que estamos llamados a ofrecer a los pobres es el de hacer que ellos descubran y vivan su dignidad de hijos de Dios.
Tal vez, mejor dicho, seguramente por-que el egoísmo del hombre traiciona cada día el mensaje del "amor cristiano", mensaje exigente.
También este año el Hijo de Dios nos recuerda que Él no ha venido a "darnos algo", sino a "darse totalmente", y que el hombre puede acogerlo y recibir su paz sólo si está dispuesto a su vez a darse.
La celebración litúrgica de la Navidad exige una participación personal del hombre que se realiza con el nacimiento del Hijo de Dios en su corazón, llamándolo a ser cada día del año un don para los demás.
La Beata Madre Teresa de Calcuta a un interlocutor que le preguntaba "hasta qué punto un cristiano tendría que dar...", contestó: "Hasta que comience a dolerle, y luego... debe seguir dando hasta que no deje de dolerle".
Muchas veces, deteniéndome a reflexionar con la mirada perdida en los infinitos, maravillosos y pobres paisajes andinos, pienso que la incapacidad en reconocer y acoger al Niño Jesús se debe precisamente a la falta de generosidad de los corazones, incapaces de abrir-se para dar y, por ende, también para recibir.
El Santo Padre Benedicto XVI nos recuerda: "Es nuestro 'sí' a Dios lo que hace brotar la fuente de la verdadera felicidad: este 'sí' libera al yo de todo lo que lo encierra en sí mismo. Hace ingresar la pobreza de nuestra vida en la riqueza y la fuerza del proyecto de Dios, sin por ello obstaculizar nuestra libertad y nuestra responsabilidad. Abre nuestro corazón estrecho a las dimensiones de la caridad divina, que son universales. Conforma nuestra vida a la vida misma de Cristo que nos ha marcado durante nuestro Bautismo".
Deseo de todo corazón que esta Navidad pueda encontrar muchos corazones dispuestos generosa y heroicamente a acoger el Misterio del Hijo de Dios hecho Hombre.
La esperanza, la fe y la caridad que cada día el Niño Jesús hecho don eucarístico renueva en mi corazón me impulsan a animar a las comunidades cristianas a que abran cada vez más sus horizontes a las necesidades de los más pobres, me impulsan a sacudir a las familias cristianas para que no se cansen de pedir el don de las vocaciones misione-ras para sus hijos, y me impulsan a encender el corazón de tantos jóvenes para que no tengan miedo de ponerse totalmente al servicio del hermano que sufre.
¡Feliz Navidad!
P. Giovanni Salerno, msp