Reflexión publicada en el Boletín Bimestral "Misioneros de la tercera edad", número 26 - ENERO/FEBRERO 2009.
SABER ENVEJECER
Vivir largo tiempo es el deseo de cualquiera que se siente feliz en medio de sus bienes; pero la vejez puede resultar también pesada para el pobre o el enfermo que va perdiendo la paciencia. La Biblia abunda en ejemplos en uno y otro sentido.
Una larga vida, aunque amenazada por la muerte, es un don de Dios prometido al justo:
"El temor de Yahvé prolonga los días, los años de los malos son acortados" (Proverbios 10,27).
"Cabellos blancos son corona de honor, y en el camino de la justicia se la encuentra" (Proverbios 16,31).
Todos los pueblos han vinculado la autoridad y la experiencia a la edad. Por eso, la Biblia presenta frecuentemente a los ancianos o presbíteros a la cabeza de las comunidades:
"Los discípulos acordaron enviar un subsidio, según los recursos de cada uno, a los hermanos que vivían en Judea. Así lo hicieron y se lo enviaron a los presbíteros por medio de Bernabé y de Saulo" (Hechos 11,30).
El anciano, por su sabiduría (Eclesiástico 25,4), y como testigo de la tradición, puede hablar con autoridad, aunque también con discreción:
"Tú, anciano, habla cuando te corresponda, pero refrena tu talento y no interrumpas el canto; en el momento de brindar no sueltes un discurso, y aunque no haya música, no exhibas tu sabiduría" (Eclesiástico 32,3).
Pero la sabiduría puede ser también patrimonio de la juventud.
El justo, aunque muera prematuramente, halla el descanso. La ancianidad venerable no es la de los muchos días, ni se mide por el número de años; las canas del hombre son la prudencia, y la edad avanzada, una vida sin tacha" (Sabiduría 4, 7-9).