Comentario a las lecturas del domingo tercero de Cuaresma – B, publicado en Diario de Avisos el domingo 15 de Marzo de 2009 bajo el epígrafe “el domingo, fiesta de los cristianos”.
El gran templo del mundo
DANIEL PADILLA
Desde mi niñez aprendí a amar tu templo, Señor. Cuando apenas, sabía distinguir las cosas, mi madre me enseñó a diferenciar "tu casa", que es "casa de oración", de las otras casas del barrio, a pesar que la iglesia era una bajera de un edificio de viviendas. Con esa admiración hacia tu templo he vivido. Y cuando un compañero, hace unos días, me mostraba la nueva iglesia del barrio, las mejoras realizadas en el equipamiento religioso de la parroquia en la que me confirmaron, los dos vibrábamos en silencio. Sí. "Tu casa es casa de oración". Y cuando veo que las gentes entran en ella frívolamente, "como Pedro por tu casa", y hacen pintadas groseras, y cometen vandalismos en sus fachadas o vidrieras, comprendo el "celo que te devoró" y te llevó a empuñar el látigo. Pero cualquiera de los evangelios que nos propone la liturgia de hoy nos advierte una cosa. Que haya "otros" templos, igualmente sagrados, que es necesario reconocer, admirar y venerar. Primero. El templo de "tu" cuerpo. "Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré", dijiste tras la expulsión de los mercaderes. Te referías a Ti, mismo. Pero nadie se dio cuenta de que "en Ti habitaba la plenitud de la divinidad" y de que Tú "eras la Palabra, y que la Palabra era Dios, y que la Palabra está en Dios". Nadie. Ni los judíos, ni los apóstoles. Ni la Magdalena "que te lavó los pies y te los ungió para la sepultura". Ni las gentes "se quitaban las sandalias al acercarse a Ti", porque no se daban cuenta de que eras "tierra sagrada". Ni tampoco los que "taladraron tus manos y tus pies" se dieron cuenta que destruían "tu templo". Segundo. El templo de "mi" cuerpo. Porque ésa es otra. Yo también soy templo de Dios. No son hipérboles de poeta calenturiento. Un día realizaste en todos los hombres una inconmensurable transustanciación: "Lo que hagan a uno de mis hermanos, a mí me lo hacen". Desde entonces, yo sé que "quien a mí me desprecia, a Ti te desprecia", etc. Pero, además, los que por el amor te hemos aceptado, somos "casa de Dios": "Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos una morada en él". Por eso, Pablo se extrañaba: "¿No saben que son Templos de Dios?" (Tengo miedo, Señor, de que el mundo no quiera enterarse de estas cosas y no quiera comprender que todas las violencias contra el hombre -todas-, incluso aquellas contra el hombre no nacido, son profanaciones de "tu templo santo"). Y otro templo más: el del mundo. Las bóvedas son el firmamento. El sol, la luna y las estrellas son el sistema de iluminación. Las naves están formadas por la inmensa y variada geografía terrestre. Y el habitante invisible y omnipresente de este templo eres Tú, "Señor, Dios de los ejércitos. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Y me pregunto: ¿Por qué destruimos también este templo del mundo? ¿Por qué lo desertizamos con nuestros inventos científicos, con nuestras guerras absurdas, con nuestras contaminaciones increíbles, con nuestra despreocupación por la naturaleza, con nuestro no entender que "cuando algo se quema, algo tuyo, Señor, se quema"? ¿Por qué no pensamos que todos nuestros desmanes contra la ecología son profanaciones de un "gran templo del mundo"?