Escrito publicado en el Baletín Bimestral, número 27 - MARZO/MAYO/2009, de "Misioneros de la Terce Edad".
LA HUMILDAD, PRINCIPIO DE CONVERSIÓN
A la mayoría de nosotros, los cornbonianos, nos parece que Daniel Comboni era un tipo duro, exigente, orgulloso. Posiblemente es cierto en todo aquello que concernía la verdad y la justicia, y cuando él veía claramente el camino a seguir en la difícil tarea de la evangelización de Africa.
Pero reconocía sus límites, sus errores, sabía disculparse e incluso achacarse a sí mismo los problemas de los demás.
Me parece que Vuestra Eminencia me trata con cierta severidad. Yo merezco más que esto, porque soy gran pecador y tengo con Dios deudas que pagar; de modo que le doy las gracias de todo corazón, porque Vuestra Eminencia —que en otras circunstancias ha sido bueno conmigo– como responsable de todas las Misiones, está asistido y guiado por Dios.
Dios le otorgará las gracias necesarias; y si algo le toca sufrir, será sólo por mis pecados, y no por los de usted. Así que man-téngase alegre y rece a Jesús por mí.
Para mí nada vale el humo de la gloria del mundo, que se es-fuma y disipa... y quien se deleita con el incienso de unos aplausos pasajeros y fugaces es digno de compasión. Y encontrándome a menudo con los grandes del siglo, tengo siempre nuevos argumentos para convencerme cada vez más de que nada vale el humo del mundo, de las alabanzas y de la gloria, y de que lo único importante es servir a Dios, sufrir y morir sólo por El.