Estracto de DOSSIER FIDES “La virginidad de María y su significado en nuestro tiempo” de Especial FIDES, 25 de Marzo de 2009.
“Bienaventurados los puros de corazón” (Mt 5,8
La virginidad de la fe
San Lucas cuenta de una mujer impresionada por la persona de Jesucristo. Escuchando las palabras de este hombre y viendo los milagros que realizaba, su pensamiento se dirigió espontáneamente a aquella que era su madre y exclamó: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11,27). Esta mujer desconocida admiraba a aquella madre a la que le había sido concedido generar, nutrir y educar a dicho hijo. Pero el Señor, respondiendo, indicó la verdadera grandeza de María con estas palabras: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28). Ciertamente para María era un privilegio que el Verbo de Diso se hubiese encarnado en su seno. Pero aquello que la hacía verdaderamente grande era la apertura de su corazón a la palabra de Dios. María es la primera a la que se aplica esta palabra del Señor: bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Ella ha escuchado como nadie más la palabra de Dios poniéndola en práctica en su vida. Por ello San Agustín dice: “María es más feliz recibiendo la fe de Cristo que concibiendo la carne de Cristo” (sancta virginitate, 3). La fe de María no estaba debilitada por duda alguna, en su corazón no habían reservas o miedos o cerrazones para con Dios.
Alcanzar una apertura así debe ser la aspiración de todos. La virginidad de la fe significa que acojamos, sin reserva, el mensaje del Evangelio como es anunciado por la Iglesia. Pueden haber momentos en los que quizás digamos: “Esto no lo entiendo. La Iglesia pide demasiado. Yo opino en modo diverso”. Pero si en esos momentos nos sometemos a la verdad enseñada por la Iglesia, nos acercamos más a Dios y encontramos la paz del corazón. La verdad nos libra y garantiza nuestra verdadera felicidad. La idea de que se puede ser buenos católicos aunque no se acepten todas las enseñanzas de la fe y de la moral está muy difundida. Se piensa que la propia conciencia es la última instancia que puede decidir lo que debemos aceptar o no en materia de fe. Esta opinión es equivocada. La fe virginal es una fe que escucha, que se confía plenamente a Dios, que sabe que el Señor no puede engañarnos.
Obviamente existen siempre verdades que se oponen al espíritu de los tiempos. Por ejemplo, muchas personas hoy encuentran dificultad para reconocer la unicidad de Jesucristo respecto a los fundadores de otras religiones y para afirmar que nuestra fe no sólo es uno, sino el único camino que lleva al Dios verdadero y a la salvación. Otros se chocan con el hecho que, según la doctrina del Magisterio, la fecundación artificial está en contraste con el orden del amor y de la transmisión de la vida. El amor sincero por Dios incluye la disponibilidad a acoger, con alegría y reconocimiento, la doctrina de la Iglesia en toda su integridad y pureza. En la fuerza de una fe virginal digamos como San Pablo: “Nada podemos contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad” (2 Cor 13, 8).