“La Resurrección de Cristo y el destino final de la humanidad”
A TODOS LOS HOMBRES Y MUJERES DE BUENA VOLUNTAD
“Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda”
Muchas realidades preocupan a los seres humanos, y entre ellas destaca ante la perspectiva ineludible de la muerte, el cuestionamiento de lo que será de nosotros después de la muerte.
El destino final humano, ha sido objeto de una pregunta vital, y los más grandes filósofos a la par que las religiones tratan, de dar respuesta a esta preocupación.
Algunos filósofos griegos afirmaron que un componente del hombre, el alma no muere, sino que goza de la inmortalidad, pero que el cuerpo humano se reduce a polvo sin más horizonte. Y una creencia religiosa sostiene que al morir los seres humanos, su espíritu abandona el cuerpo y se encarna o ingresa en otro cuerpo, y así puede haber varias reencarnaciones sucesivas hasta encontrar la paz.
Es significativo observar como la filosofía griega y las creencias de la reencarnación, no le dan ningún futuro al cuerpo humano. Incluso Platón afirmó que el cuerpo era como “la caverna” que aprisiona al alma, y que la máxima liberación de ella era salir del cuerpo, y que por ello el cuerpo era despreciable.
Nos dice el Concilio Vaticano II que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22), es decir nadie ilumina tanto la realidad humana como Jesucristo. Cuando el Verbo eterno de Dios se encarnó en el seno virginal de María, todo lo humano se dignificó y elevó. Y nosotros creemos que por haber sido creados por Dios y por haber sido salvados por Jesucristo, toda nuestra realidad humana es digna y valiosa, y que en el hombre y la mujer toda su integridad, cuerpo y alma son valiosos, y que por el bautismo son sagrados. ¡Que grande es la realidad del hombre y de la mujer, gracias a Jesucristo!
Y acerca del destino final del hombre y de la mujer, Cristo también ilumina esta realidad. El verdaderamente murió y su sagrado cuerpo fue sepultado, pero El resucitó, y este es el gran Mensaje de la Pascua, Jesucristo se manifestó en su cuerpo humano en nuevas condiciones, condiciones de gloria, y a sus apóstoles les mostró sus manos y el costado con los signos de la crucifixión (cfr. Jn. 20, 20) e incluso con Tomás condescendió, en que tocara las señales dejadas en sus manos por los clavos y la herida abierta en su costado (cfr. Jn. 20, 25).
Cristo Resucitado, en sus manifestaciones pascuales, les evidenció a sus discípulos que era El, el mismo, por ello también comparte en una ocasión la comida con ellos. “tomó el pan en sus manos y lo repartió, y lo mismo hizo con los peces” (Jn. 21, 13), no era un fantasma, no era una apariencia, era El mismo resucitado. Estas manifestaciones los llenaron de inmensa alegría y de luz. Era el que habían conocido, pero glorificado “En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida mas allá del tiempo y del espacio” (CATIC 646)
Jesucristo en su admirable encarnación eleva todo lo humano y en su impresionante resurrección, nos revela que nuestro destino último no es, ni la sola inmortalidad del alma, ni mucho menos nuestro cuerpo reducido a polvo, sino que nosotros estamos llamados a resucitar gloriosos. El ha resucitado de entre los muertos, como primer fruto o primicia de quienes han muerto.
Por la gracia de Dios y nuestra colaboración lo que ha acontecido con Jesucristo, puede acontecer con todos nosotros. ¡Que grandeza del Amor divino!
Gran don es el tener la existencia y estar llamados a en definitiva, vivir para siempre. Es este el llamado de Dios, pero necesitamos observar lo que Jesucristo nos enseñó, para así resucitar a la vida eterna.
Que grande es nuestra fe, que visión tan extraordinaria tenemos del hombre y de la mujer, y que maravillosa esperanza de su destino final glorioso. Podremos experimentar como Jesús el sufrimiento, el rechazo, la traición, la vida dolorosa y la cruz, probaremos la muerte, pero en definitiva eso no es el final, nuestro destino no es terminar en un fracaso o en una tragedia o en un naufragio total, sino en vivir resucitados, glorificados.
Procuremos siempre respetar y apoyar a todas las personas; no causemos sufrimiento a los demás, no hagamos más pesada la cruz de nadie, no seamos como los que aumentaron el dolor de Cristo, seamos como el Cirineo que aligeró al Señor el peso de la cruz o como la Verónica que enjugó su sudor y heridas. ¡Que hagamos siempre el bien!
Gracias al Bautismo y sacramentos ya participamos de la vida gloriosa de Cristo Resucitado, que esta vida la desarrollemos en frutos de bondad y santidad, así resucitaremos como Cristo resucitó.
Gracias Padre por el don de Jesucristo, gracias por mostrarnos en Cristo Resucitado nuestra gloria y nuestro destino, ayúdanos a saber vivir, y en la muerte encontremos la vida en plenitud, la que nunca acaba y siempre existe en la gozosa comunión con Dios. Para ello seamos discípulos de Jesucristo, camino verdad y vida.
¡Felices Pascuas de Resurrección!
+ Mario Espinosa Contreras
Obispo de Mazatlán