Artículo publicado en la revista de la diócesis de Tenerife “Iglesia nivariense” –Abril 2009 – Nº 92 en la sección “La calle opina”.
EL ANTÍDOTO PARA LA CRISIS:
LA FRATERNIDAD
Óscar Guerra
Delegado Diocesano de Migraciones
Inmersos en una pandemia a la que los especialistas del ramo han designado como "crisis global" no es extraño que todos los "laboratorios" se afanen por buscar una vacuna que sea eficaz y lleve a paliar las con-secuencias dolorosas de una enfermedad que a todos afecta; pero que tiene, como toda epidemia, una especial incidencia en aquellos que están en situación de vulnerabilidad, más indefensos, más desprotegidos ante la magnitud de dicha enfermedad.
Nuestra Iglesia lleva muchos siglos poniendo su granito de arena ante cada "enfermedad" que va surgiendo; ahora ante este reto de dimensiones insospechadas. Este virus que a todos nos amenaza y al que podemos llamar "crisis", está afectando a muchos sectores de nuestra sociedad, de forma especial a aquellos que se encuentran más des-protegidos por tener menos garantías en sus derechos, en su estabilidad o incluso en su subsistencia; y entre ellos, no cabe duda, están muchos de nuestros hermanos inmigrantes.
Por ello, la Iglesia sigue esforzándose en hacernos caer en la cuenta de que toda enfermedad tiene su tratamiento paliativo y también, sin lugar a duda, con un poco de esfuerzo por parte de todos, una vacuna eficaz que vaya haciendo remitir los nefastos efectos que ya produce esta afección.
La respuesta paliativa y de cura que la Iglesia nos regala ante la situación actual nos viene dada por el lema con el que este año celebramos la jornada mundial de las migraciones: "Ante la crisis, comunidades fraternas". Se nos invitó, como comunidades cristianas, a reconocer con generosidad todo lo que los inmigrantes han venido aportando a nuestra sociedad y a nuestras parroquias con su trabajo y su servicio; y, también, a no cerrarnos sobre nosotros mismos en este tiempo de recesión donde ellos, los más desprotegidos, están siendo los primeros en ser abandonados a su suerte.
Esta ha sido una llamada a renovar y reforzar nuestro servicio de Iglesia en la atención a nuestros hermanos inmigrantes, refugiados y víctimas de cualquier forma de abuso o explotación y a hacerlo desde la fraternidad como signo que nos identifica. Un reto continuo que, desde la fe, se ha de transformar para nosotros en compromiso fraterno que nace, sobre todo, de la comunión con el Señor que nos ha amado hasta dar la vida por nosotros y que nos ha mandado a hacer lo mismo. Cuanto más unidos estamos a Cristo, tanto más solícitos hemos de mostrarnos con el prójimo y, cuánto más nos identificamos con ÉL, más debe llevarnos a amar y servir a nuestros hermanos.
Nadie ha dicho que sea fácil asumir que, en parte, la solución de los gran-des problemas del mundo pasa por lograr transformar nuestro entorno, por cambiar nuestros "chips" y abrirnos a la llamada que nos hace la Iglesia a la fraternidad... pero hemos de recordar que lo verdaderamente valioso no suele estar al alcance de la mano, o en palabras de Jesús: "Allí donde está tu tesoro, está tu corazón". Por lo que podemos afirmar que el antídoto lo tenemos, está en nuestro corazón, está en la fraternidad vivida y compartida; pero... ¿estamos dispuestos a producir esa vacuna que nace en nuestro interior y construir así un mundo distinto?