Comentario a las lecturas del domingo tercero de Pascua – B publicado en Diario de Avisos el domingo 26 de Abril de 2009 bajo el epígrafe “el domingo, fiesta de los cristianos”.
Tus signos son tu contraseña
DANIEL PADILLA
Señor Resucitado! Te necesitábamos así: deshaciendo dudas, infundiendo ánimos, recordando cosas, y, sobre todo, repitiendo "gestos". Sí. Repitiendo gestos de tu etapa anterior. Para que, los que tendemos a "huir hacia Emaús" a las primeras de cambio, podamos reconocerte, como aquellos discípulos "al partir el pan". Necesitamos que "nos enseñen tus manos y tus pies, para que veamos que eres tú en persona". Necesitamos verte "sentado a nuestra mesa comiendo un trozo de pez asado". Así nos convencerás de que "no eres un fantasma ya que los fantasmas no tienen cuerpo y huesos, como tú tenías". Necesitamos oírte decir: "La paz sea con vosotros, palpad y ved". Sí. Te necesitamos siempre así, cercano, dispuesto a repetir tus gestos expresivos cuantas veces sea menester. Te lo diré más claro, Señor: yo -nosotros- no sabríamos prescindir ya de los "signos", de las "señales", porque toda nuestra vida ha estado y está tejida de esa mímica entrañable. Pienso en mi infancia. Apenas habíamos cenado y ya mi madre se levantaba a preparamos la cama. Aquel gesto significaba "cama acogedora, noche confortable". Una vez acostado, ella me daba un beso y apagaba la luz. Yo entendía aquel doble gesto. Quería decir: "Cercanía, tranquilidad". Si por casualidad, soñando, tenía pesadillas, el apresurado abrazo de nuestra madre simbolizaba "la huida de todos los fantasmas". Lo mismo pasaba con todos los "gestos" de mi padre. Su recia mano, con las que nos cogía y aupaba y sus pisadas firmes eran "seguridad y garantía". Cuando nos animaba a estudiar, yo entendía que mi padre, por encima de todo, quería inculcarme otra más capital escala de valores. Sí. Los hombres necesitamos símbolos, porque "acaban realizando lo que significan". Eso es lo que hiciste, después de resucitar, con los apóstoles. Y eso es lo que seguirás haciendo, ya para siempre, con tu Iglesia: repetir tus gestos, "mostrarle tus manos y tus pies", "sentarte a comer con ellos un poco de pescado". Por eso, me entusiasma la liturgia de la Vigilia Pascual cuajada de "signos". Bendecíamos el fuego. Y yo pensaba: "Eso tengo que ser: fuego, calor, contagio de entusiasmo"; porque "Tú viniste a traer fuego a la tierra y lo que quieres es que arda". Pusimos el "cirio pascual" en sitio preeminente. Y yo renové mi propósito de esparcir esa "luz", porque "Tú eres la luz del mundo y el que te sigue no anda en tinieblas". Leíamos después lecturas y lecturas. Y yo, para mis adentros, decía: "Tu palabra me da vida; confío en Ti, Señor; tu palabra es eterna, en ella esperaré". Y cuando nos adentramos, por fin, en la eucaristía y yo tomé el pan y el vino entre mis manos, me daba cuenta de que empezaba a repetir tu signo más hermoso y definitivo: el de "partir el pan", el de reproducir "tu muerte y tu resurrección", el de saber que "tu carne es verdadera comida y tu sangre es bebida", el de celebrar que "el que coma de este pan, vivirá eternamente". Sí.