Lunes, 25 de mayo de 2009

Lectio divina para la vigilia  de Pentecostés 30 de Mayo de 2009, ofrecida por la Delegación Diocesana de Liturgia de la Diócesis de Tenerife.

 

Lectura del Evangelio según San Juan: (7, 37-39)

 

El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie gritaba: “El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva”. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.

 

Palabra de Dios.

 

Lectio: ¿Qué dice el texto bíblico en su contexto?

         El evangelio nos sitúa en el día solemne en que termina la fiesta de las Tiendas. Sobre esta fiesta nos informa el Levítico (Lv 23, 33-43). Sabemos que su celebración duraba una semana. Incluía un descanso, como el sábado, y una asamblea de culto. Se construían cabañas de ramaje que recordaban la permanencia en el desierto. Se celebraba una procesión en la que los participantes llevaban en las manos palmas y frutos. Posteriormente se introdujo una libación matinal cada día, iluminándose el templo el mismo día, por la noche. Esta mención de la iluminación del templo y de la libación matutina es importante para entender el contexto en el que Jesús habla de los torrentes de agua viva.

         Entre las fiestas judías, la de las Tiendas, es la más espectacular "la muy grande y muy santa" (Flavio Josefo). Evocaba la fuente manada de la roca y anticipaba la alegría de los días del Mesías en que Dios hará brotar la misma fuente (Is 43, 50); en que el agua correrá por debajo de la puerta del Templo (Ez 47, 1); en que el Espíritu se derramará sobre todo el pueblo (Ez 36, 25-27).

         "El último día, el más solemne de las fiestas" (Jn 7, 39) El Espíritu, anunciado por Jesús en el último día de las fiestas, es celebrado como el don de la cincuentena. Hay quien ve también un simbolismo en los números: después del siete por siete, viene el día del más allá: el 50. Vivir en los "últimos días" significa vivir en la comunión con el Padre, por el Hijo, en el ES, por la fe, la esperanza y el amor; pero vivirlo en el tiempo presente, en la tensión de la espera final.

         “El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba” (Jn 7, 37-38) Este pasaje plantea un problema de puntuación: cómo se puede conciliar el final de la frase: "El que cree en mi". En efecto, este final de frase podría ser lo mismo el comienzo de la siguiente frase: "El que cree en mí, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva". En este caso, estaríamos en el contexto exacto de las palabras de Jesús a la samaritana. La exégesis actual prefiere unir "el que cree en mi", a la frase precedente. Así pues, la frase ha de entenderse de la siguiente manera: "El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba". Venir a mí y creer se entienden como dos términos equivalentes. En realidad, en Juan 6, 35 leemos: "El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed". Paralelamente a esta frase de Juan 6, los exegetas prefieren puntuar a Juan 7, 37b-38, en la forma que acabamos de decir.

         “Como dice la Escritura...” (Jn 7, 38) En ningún lugar del A.T. Encontramos citado el texto aludido (de sus entrañas manarán torrentes de agua viva). Sin embargo, por el contexto anteriormente explicado, cuando dice Jn "Como dice la Escritura" (Cfr. Jn 7, 38) entendemos que es una alusión al tema de la roca de aguas vivas (Cfr. Núm 20) que, según los profetas, reaparecería de nuevo en Sión (Cfr. Jl 3, 18; Za 14, 8). Y he aquí que un hombre proclama que ha llegado la hora, que de su propio seno van a brotar los ríos del Espíritu.

         “De sus entrañas manarán torrentes de agua viva” (Jn 7, 38) Toda la enseñanza de Cristo en este pasaje asocia tres temas: la sed, el agua y la Palabra, que constituyen una triada muy antigua. Para un judío esto no es extraño: la sede de la sed no está en el vientre, sino en la lengua, que, además, es también la sede de la Palabra. Sed de agua y sed de Palabra, por consiguiente, se sustituyen con frecuencia mutuamente: el agua designa el don de Dios en su Palabra y la sed de agua designa la fe. Para Jn, Cristo es el que cumple las promesas de fecundidad escatológica contenidas en la celebración de las fiestas judías. Pero las realiza superando en mucho las expectativas de los más optimistas, no se trata solamente del agua de una bondad física, sino de la de una participación por la fe en la vida divina y en el don del Espíritu.

         “Decía esto refiriéndose al Espíritu...” (Jn 7, 39) Finalmente, el mismo San Juan hace el comentario de las palabras de Jesús. Los torrentes de agua significan el Espíritu Santo que se dará a los que crean en Jesús. El agua, símbolo del Espíritu, no es una representación original ni propia de Jn, sino que en la tradición judía se encuentran ya ejemplos. En efecto, en Isaías 44, 9 leemos: "Derramaré agua sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje". Sin embargo, para San Juan no se trata únicamente de un símbolo de fuerza, sino de una persona: del Espíritu enviado por el Padre: "Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado". Así, la muerte de Jesús, su resurrección y su ascensión preparan una nueva etapa de la historia de la salvación: el envío del Espíritu que debe quitar la sed a los que creen.

 

Meditatio: ¿Qué me dice Dios a mí a través de la lectura?

         Jesús proclama que ha llegado la hora en que van a brotar los ríos del Espíritu; hace esta promesa del agua viva a la muchedumbre de "pobres", y pecadores que le seguían. Ya antes había prometido lo mismo a una pobre pecadora, la samaritana: "el que beba del agua que yo le daré, no tendrá jamás sed, pues se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna" (Cfr. Jn 4, 14). No se trata, por tanto, de una promesa sólo para "selectos". Esta "agua" es el Espíritu que Jesús daría como fruto de su muerte y resurrección. Todos podemos llegar a sentir el burbujear de este agua que recibimos el día del bautismo. Jesús prometió el agua viva a los pobres, es decir, a los que no han atrofiado todavía la sed de Dios que hay en el fondo del corazón del hombre. "La sed que tengo no me la calma el beber" escribía Machado.

         Los sinópticos y, sobre todo, el cuarto Evangelio, insisten en que los discípulos de Jesús no tuvieron un auténtico conocimiento del Padre y de su Enviado hasta después de la resurrección. Entonces se les concedió el Espíritu Santo y El les hizo descubrir el sentido pleno de las palabras y las obras de Jesús. Se da, pues, una estrecha conexión entre el conocimiento de Dios, el conocimiento de Cristo y la acogida al don del Espíritu. Al entrar en la Iglesia por el bautismo, el cristiano es introducido en la gran corriente que brota en el Corazón de Dios y lleva a El todas las cosas por medio de Jesucristo y en el Espíritu Santo.

 

Oratio: ¿Qué me hace decirle a Dios esta lectura?

         Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

         Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

         Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

         Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

         Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

 

                   (Secuencia de Pentecostés)

 

Contemplatio: Pistas para el encuentro con Dios y el compromiso.

         El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba.

         De sus entrañas manarán torrentes de agua viva.

         Se refería al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él.


Publicado por verdenaranja @ 23:38  | Liturgia
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