Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú con motivo de conmemorarse la fiesta patria del 25 de mayo (25 de mayo de 2009) (AICA)
Señora Presidenta de la Nación
Señor Gobernador de la provincia de Misiones
Señor Intendente de la ciudad de Puerto Iguazú
Señores miembros de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial
Señores Jefes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad
Señor Nuncio Apostólico
Señores miembros del Cuerpo Diplomático en la Argentina
Señores representantes de Instituciones
Hermanos y hermanas
La Iglesia católica estuvo comprometida con todos los hechos que significaron el nacimiento de nuestra patria. Incluso antes de la emancipación de España, los valores cristianos impregnaron su vida pública (1), su cultura y sus tradiciones.
La Iglesia, desde los primeros siglos, da gracias a Dios por las bendiciones y beneficios recibidos, por medio de una oración llamada Te Deum. Se trata de un antiguo himno de alabanza que comienza con estas palabras: “Te Deum Laudamos”, que significa: “A ti, oh Dios, te alabamos”.
Hoy se han reunido aquí las más altas autoridades del país, acompañadas por el cuerpo diplomático de naciones hermanas, ministros y representantes de otros credos y el pueblo de Iguazú. Desde esta casa de oración, desde otras catedrales a lo ancho y largo del país y desde los hogares, nos unimos todos los que creemos en Dios y tenemos una visión trascendente de la vida para dar gracias a Dios, para presentarle nuestra realidad, nuestras necesidades. A Él confiamos nuestro futuro y le pedimos que nos bendiga para que sepamos encontrar los caminos que hagan grande a nuestra patria.
Nos hemos reunido para rezar por la Argentina y por todos los que en ella habitan. San Pablo en su primera carta a Timoteo enseñaba el valor de la oración en común cuando afirmaba: “Ante todo te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad” (2). La oración es la prenda de esperanza que elevamos a Dios en todo momento de nuestra historia y de nuestra vida, ya que sabemos que Él nunca abandona a los que en Él se confían. Entonces, hoy nuevamente nos confiamos a Cristo, Señor de nuestra historia y de nuestra vida común, para que nos haga crecer como pueblo, como habitantes, como ciudadanos, como nación.
Esta acción de gracias tiene como marco el tiempo de Pascua, tiempo que siempre es una llamada a renacer de lo alto, de mirar el futuro poniéndonos en las manos de Cristo, muerto y resucitado. La Pascua es tiempo de esperanza y de renovación desde el gozo de Cristo resucitado que nos impulsa a renovar nuestra vocación personal y también nuestra vocación como sociedad. Pascua nos llama a ser profundamente ciudadanos del cielo pero también ciudadanos de esta tierra, ciudadanos constructores de un nuevo y renovado vínculo social que se encamine al bien común, a la justicia y a la paz que sea capaz de reconstruir con amor y esperanza tanto el orden político como el orden social.
Los obispos argentinos queremos situarnos en la línea de Aparecida que nos llama a ser discípulos y misioneros de Jesucristo en este tiempo de la historia. Somos conscientes de que el mandato de la caridad que nuestro Señor nos manda vivir, alcanza y abraza a todas las dimensiones de la existencia, a todas las personas, a todos los ambientes y a todos los pueblos (3) y nuestra Nación Argentina no escapa a este mandato.
Hoy rememoramos y festejamos un nuevo aniversario del nacimiento de nuestra patria. Fiesta situada providencialmente este año entre la Ascensión del Señor y Pentecostés y a poco tiempo de elecciones nacionales de legisladores. Entonces es bueno dar gracias a Dios por la democracia que entre todos debemos construir y mejorar cada día. Y por eso es bueno reunirse en la iglesia y en todas las comunidades cristianas y que todos los que creemos en Dios agradezcamos juntos el regalo de una patria con una democracia estable que pretende forjar un bien común que pueda beneficiar a todos los hombres y a todos los sectores de la sociedad.
Los inicios de nuestra patria estuvieron signados por valores cristianos y católicos que impregnaron su vida pública y le dieron forma. Es bueno respetar y honrar los orígenes de nuestra cultura siendo fieles a la propia identidad. La patria nació con el sello de Dios y es bueno renovar esta instancia providencial. Esto es justamente lo que pretendemos hacer en cada celebración de una fecha patria. Necesitamos mirar hacia el futuro con esperanza haciendo pie en nuestro presente pero sin olvidar el camino recorrido por los hombres de nuestra patria, sin olvidar la propia historia, nuestras raíces, nuestra cultura.
Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, tuvo una profunda experiencia de amor a su patria, la tierra de sus antepasados. Jesús amaba profundamente a su patria y a su cultura y anhelaba para ella lo mejor. Dice la Escritura que Jesús al contemplar a Jerusalén y sabiendo lo que había de venir, lloró por ella (4). Así también todos los que estamos aquí rezando anhelamos un futuro mejor para nuestra patria. Un futuro en el que haya lugar para la fe en Dios, para la educación, la salud, la inclusión de sus habitantes, en el que se pueda trabajar más y mejor y en el que sean importantes los derechos y los deberes de los ciudadanos.
Quiera Dios que el proyecto de vida político, económico y social que seamos capaces de delinear nos lleve a fortalecer nuestra joven democracia. Que sepamos encontrar las respuestas adecuadas para salir de la profunda crisis moral -que es la raíz de muchos males culturales y sociales presentes en este mundo globalizado- que hoy nos afecta también a nosotros. No obstante la crisis moral global que nos incluye, nuestra mirada es esperanzada y esperanzadora. Creemos estar ante una oportunidad única. Podemos aprovecharla, privilegiando la construcción del bien común, o malgastarla con nuestros intereses egoístas y posturas intransigentes que nos fragmentan y dividen (5).
Por eso debe ser exigencia para todos nosotros: obispos, gobernantes y miembros de la comunidad con alguna responsabilidad pública el sentirnos responsables por el bien general superando las diferencias que nos enfrentan, buscando la reconciliación y aportando todas nuestras energías para “construir el bien común, el bien sectorial y el bien personal, buscando una fórmula de convivencia y desarrollo de la pluralidad dentro de la unidad de objetivos fundamentales» (6).
Pidamos a Dios en este día de alabanza con sinceridad de corazón que nos haga ciudadanos de esta tierra pero también ciudadanos del cielo, para que la fe, la esperanza y el amor contenidos en los Evangelios abra en nuestros corazones un camino y una luz nueva y esperanzadora que nos lleve a privilegiar la construcción del bien común de nuestra patria (7).
Que María, madre del Verbo Eterno y Madre de Jesús de Nazaret nos ayude en este camino de construir nuestro destino de patria y de nación.
REFERENCIAS
HB: Hacia el Bicentenario en justicia y solidaridad. CEA 96 Asamblea Plenaria de Obispos
(1) HB número 9
(2) 1 Tim. 2,1-2
(3) HB número 1
(4) Cfr. Lc. 19,41
(5) HB número 12
(6) HB número 13
(7) HB número 12
Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo Puerto Iguazú