Artículo publicado en la revista “Iglesia Nivariense” de la diócesis de Tenerife, número 93, MAYO 2009, en la sección “La Calle Opina”.
NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA
EI pasado mes pasé, por segunda vez en mi vida, por una mesa de operaciones y, cuando escribo estas líneas, me ha venido a la mente el refrán que encabeza mi modesto escrito: no hay mal que por bien no venga. Y es que en mi corta estancia hospitalaria he descubierto un poco más el mundo de la enfermedad y la gran labor que su personal desarrolla, importante para el enfermo y también para su familia.
Sin desmerecer la tarea de los médicos, me llamó la atención la del personal auxiliar, para la que, desde mi modesta opinión, se necesita una generosa vocación, que tal vez no hemos valorado en su justa medida.
Como bandada de palomas y con especial maestría cambiaban las sabanas, limpiaban aseos, bañaban y curaban a los enfermos, tomaban temperaturas, servían comidas, atendían llamadas... pero especial-mente ponían una nota de alegría, de juventud, de paciencia, de buen atendimiento en medio de una comunidad –los enfermos– que unos más y otros menos estábamos pasando momentos difíciles.
Momento importante, al menos para mí, la visita del capellán, recibir la Comunión, dialogar con Jesús, sintiéndote confortado, sabiendo, además, que numerosos amigos también estaban rezando para una rápida recuperación, descubriendo y sintiéndote miembros de una comunidad eclesial.
No faltan situaciones negativas, de familias distanciadas, a quienes tal vez preocupa la herencia, pero abunda más la visita y el cuidado y mimo del enfermo que incluso da lugar a que la unidad familiar renazca.
Cuando el dolor llama a tu puerta pienso que muchos de nosotros nos acordamos de ese Dios que acaso hemos tenido abandonado, olvidado y la enfermedad es una buena oportunidad para acercarnos a El. Sin embargo, acaso por respeto humano, por el qué dirán, dejamos pasar esa oportunidad de ponernos a bien con Dios, de recordar la parábola del hijo pródigo, de sentir esa paz que se siente al reconciliarte con Dios mediante la Confesión.
Por eso me atrevo a afirmar que, efectivamente, no hay mal que por bien no venga siempre, claro está, que estemos atentos, conscientes de que, con la enfermedad, Dios viene a visitarnos.