Comentario al Evangelio del Domingo XII del Tiempo Ordinario, 21 de junio, "La tempestad" (Marcos 4, 35-40), escrito por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca.
El discípulo de Jesús, entonces y siempre, no es el que tiene la vida más fácil, como si en el bautismo nos "perdonasen" la fatigas y el penar que toda andadura humana conlleva. La aventura de la fe no rebaja el realismo de la vida, ni camufla todo lo que ésta trae en positivo y en negativo. La novedad consiste en que la fe nos permite ver y vivir lo que vive y ve cualquier persona, pero con otro significado: el que se deriva del acontecimiento cristiano, el que aprendemos en la Persona y la Palabra de Jesús. Esto es lo que aporta la fe ante el dolor, la enfermedad, ante la misma muerte. Si no se tiene fe, o es insuficiente, entonces el cristiano vive su existencia como la puede vivir cualquiera: desde la euforia o la depresión, desde el miedo o la osadía, con pánico o con calma... todo depende del fugaz estado de ánimo o de la circunstancia.
Hay que leer este Evangelio descubriendo las tormentas que acechan nuestro camino, los nubarrones que amenazan el presente de la humanidad: ¿la violencia, la guerra, el paro, las mil infidelidades, la corrupción, la inseguridad, la debilidad de pensamiento...? Y ¿cómo reaccionamos? Porque hay gente que se tapa los ojos para no ver, o declina la responsabilidad e inculpa al gobierno de turno, a la Iglesia, o incluso a Dios. Pero también hay gente que afronta con serenidad responsable la construcción de un mundo nuevo, más allá de las nubes que lo asustan y atemorizan, y ponen lo mejor de sí para hacer una sociedad menos tempestuosa, que glorifica a Dios y dignifica al hombre. Gente que sabe que Jesús está en la misma barca, y que nos encamina a la otra orilla, al puerto seguro. Esta es la sabiduría de los muchos santos que en el mundo han sido: haber descubierto que ante las tremendas tempestades de la vida, el Señor no está ausente ni dormido, sino que actúa en nuestra libertad, en nuestras manos desatadas de cualquier esclavitud y en nuestro corazón despierto de cualquier dormidera.