Homilía de monseñor Luis Héctor Villalba, arzobispo de Tucumán en la misa de apertura del año sacerdotal en la catedral de Nuestra Señora de la Encarnación. (18 de junio de 2009). (AICA)
APERTURA DEL AÑO SACERDOTAL
San Juan María Vianney
El santo Cura de Ars
1. Nació el 8 de mayo de 1786 al norte de Lion, en Francia.
Fue el cuarto hijo en una familia que tenía seis. Sus padres cultivaban una parcela de tierra de trece hectáreas. Era una familia religiosa que practica el Evangelio, que rezaban juntos y acogían a los pobres.
Su madre lo educa en el amor a Dios y a la Virgen y lo inicia en la oración. Años más tarde el cura de Ars dirá “le debo a mi madre el aprender a rezar y también el amor a la Virgen que es el amor más grande que tengo”.
Una costumbre de la familia era la hospitalidad para con los pobres. La puerta de la casa estaba siempre abierta para recibir a los mendicantes a la mesa. De grande recordará a un mendicante que fue hospedado en su casa: San José Benito Labre.
Desde niño ayudará a su padre y a su hermano mayor en los trabajos del campo.
Cuando se produce la Revolución Francesa tenía tres años y seis cuando viene la persecución. Así, desde jovencito, se encuentra con una Iglesia atacada y una sociedad dividida.
En 1797 se confiesa por primera vez en la clandestinidad. El Cura de Ar, que será un gran confesor, valorará al sacerdote que lo confesó, ya que tuvo que arriesgar su vida. Tiene que esperar dos años más para hacer su primera comunión. La familia cubre de forraje la entrada de la casa donde se celebra la misa para no llamar la atención. Tendrá que esperar otros dos años para poder comulgar nuevamente.
San Juan María Vianney comienza la escuela bastante tarde, por la falta de maestros en su pueblo. Aprende a escribir a los 17 años. Si bien ya desde joven sintió su vocación, recién a los 20 años comienza sus estudios eclesiásticos, en los que tendrá muchos obstáculos.
Lo preparará el sacerdote Balley, párroco de Ecully que será su maestro y su padre espiritual.
Entretanto llega al poder Napoleón que, al entrar en guerra, tiene necesidad de soldados. Así el joven Juan María es llamado a las armas en 1809 pero se enferma y se va a otra parte. Considerado un desertor, su lugar es ocupado por su hermano, que no regresará. Eso marcará a Juan María durante toda su vida.
San Juan María retoma con dificultades los estudios eclesiásticos. En el año 1813, a los 27 años, es despedido del Seminario por sus limitaciones para el estudio. El padre Balley continua ayudándolo en su formación y así puede aprobar el examen final.
2. El 13 de agosto de 1815 es ordenado sacerdote en Grenoble, porque en Lion no hay obispo.
En seguida es nombrado vicario del sacerdote Balley, el párroco que lo formó.
El 11 de febrero de 1818 es nombrado Capellán de Ars una pequeña aldea que contaba con aproximadamente unas 40 casas, separadas por huertas, y alrededor de 300 habitantes. Allí permanecerá durante cuarenta y un años, hasta su muerte en 1859. En 1821 Ars es erigida parroquia y San Juan María Vianney es nombrado párroco. Inicialmente Ars pertenecía a la diócesis de Lion y desde 1823 a la nueva diócesis de Belley.
Su ministerio se desarrolla en un contexto difícil. Francia está convulsionada. Hay revoluciones. En el plano religioso hay anticlericalismo y persecuciones.
Desde el comienzo de su ministerio san Juan María se manifiesta como un hombre de acción. Restaura el campanario de la Iglesia, construye algunas Capillas y compra una casa a la que pondrá por nombre “Providencia” para hacer una escuela gratuita para niños pobres. También renueva los ornamentos litúrgicos, pues dice manifiestan la “belleza de Dios”.
En su ministerio pondrá siempre, en primer lugar, el primado de Dios en la vida humana. Inicialmente estaba marcado por un cierto rigorismo moral (era la influencia del jansenismo), pero con el tiempo este rigorismo se fue atenuando. Su espiritualidad lo lleva a anunciar la grandeza del Amor de Dios y su Misericordia infinita hacia el hombre pecador. El amor de Dios pasa a ser el tema dominante de su enseñanza. Un sacerdote afirma: “Cuando Juan María Vianney hablaba del amor de Dios lo hacía con una alegría y un gozo que se trasparentaba en su rostro. Las enseñanzas durante las cuales afloraban más intensamente los sentimientos de su corazón eran las que se referían a la oración, a la Eucaristía, al amor de Dios y a la unión con Dios”.
La Virgen María tiene un lugar especial en su vida. En el año 1836 consagra su parroquia a “Maria concebida sin pecado”. Tengamos presente que esto sucede 18 años antes que se declare el dogma de la Inmaculada Concepción.
El Cura de Ars trató de instruirse a lo largo de todo su ministerio. Su biblioteca contaba con más de 400 libros.
La vida religiosa del pueblo cambió notablemente con su presencia. El año 1827 marcó una etapa en el espíritu religioso del pueblo con la ocasión de la predicación de un Jubileo que conduce a los fieles a frecuentar los sacramentos. Esto se debió a la paciente labor del párroco, a su oración y a su penitencia.
El Cura de Ars tenía una total confianza en la Providencia de Dios. Así dijo: “Cada vez que me preocupo por la Providencia, el buen Dios me reprende por mis preocupaciones mandándome ayudas inesperadas”. “Yo siempre fui un niño mimado por la Providencia: no me he ocupado de nada y nunca me faltó nada. ¡Cómo hace bien abandonarse, sin reservas, a la Providencia”.
Pero no se quedaba inactivo, esperando que la ayuda caiga del cielo. Un testigo que lo conoció dice: “Si bien confiaba en la Providencia, no tentaba a la Providencia”.
El Cura de Ars daba gran importancia a la formación de los jóvenes. El colegio creado por él para los niños pobres se llamaba “La Providencia”, porque verdaderamente se mantenía gracias la Providencia divina.
El amor a los pobres será una característica del cura de Ars: repartirá su ropa entre los pobres y dirá “estoy contento que vengan los pobres, si no viniesen habría que ir a buscarlos”.
El cura de Ars se preocupó mucho del catecismo. No sólo para los niños de la parroquia, sino también para los peregrinos que acudían a Ars. San Juan María Vianney tenía en gran consideración a la Palabra de Dios. Decía: “Nuestro Señor no da menos importancia a su Palabra que a su Cuerpo”.
Predicaba con fuerza y convicción. Preparaba con mucho esmero sus homilías.
Una singularidad de Ars es el hecho que las peregrinaciones comienzan estando aún vivo san Juan María Vianney. La fama de santidad de este párroco de campaña se difundió rápidamente, más allá de su parroquia y de la misma diócesis. Desde antes de 1830 muchas personas vienen a confesarse y a escuchar las predicaciones del cura de Ars. Se calcula que en los últimos años de su vida pasaron por Ars decenas de miles de fieles. El P. Lacordaire, en el culmen de su fama oratoria, visitó al cura de Ars más de una vez, y le dice: “Usted me ha enseñado a conocer el Espíritu Santo”. Y respondiendo a un sacerdote que criticaba la poca formación del Cura de Ars, afirma: “EL cura de Ars ha predicado como un párroco debe hacerlo, sería bueno que todos los párrocos predicasen como él”.
Indudablemente el carisma propio del cura de Ars era el de confesar. Un testigo afirma: “El amaba a todos los penitentes, pero tenía un afecto especial para los grandes pecadores. Sabía tocar su corazón”. Sus juicios eran equilibrados, sus consejos prudentes y humildes. Notemos que cuando no sabía resolver un problema, un caso de conciencia, confesaba simplemente su incapacidad y lo enviaba a una persona más competente.
La mayor parte de la jornada el cura de Ars la pasa en la Iglesia atendiendo confesiones, rezando y en la celebración de la Misa y la catequesis.
En los últimos años de su vida acepta que vengan a ayudarlo otros sacerdotes.
El Cura de Ars muere el 4 de agosto de 1859 a los 73 años.
En 1905 es beatificado por el Papa san Pío X. En 1925 Pío XI lo canoniza. En 1929 es declarado “patrono de los párrocos”.
Parte de un sermón sobre la oración
Para mostrarles el poder de la oración y la gracia que ella obtiene del cielo, les diré que solamente con la oración los justos han tenido la fortuna de perseverar. La oración es para nuestra alma, lo que es la lluvia para la tierra. Abonen la tierra todo lo que quieran, pero si falta la lluvia, todo lo que hagan no servirá para nada. De la misma manera, hagan obras buenas, pero si no rezan frecuentemente, no les servirá para la salvación, porque la oración abre los ojos de nuestra alma, le hace sentir su miseria, y le hace comprender la necesidad de recurrir a Dios.
El cristiano debe apoyarse solamente en Dios y no en sí mismo. Cuando dejamos de rezar perdemos el gusto por las cosas del cielo, sólo pensamos en la cosas de la tierra.
Los pecadores deben regularmente su conversión a la oración. Contemplemos lo que hace Santa Mónica para obtener la conversión de su hijo Agustín: ora a los pies del crucifijo. Miremos a san Agustín cuando quiere seriamente convertirse: ora.
No son las largas ni bellas oraciones las que mira el buen Dios, sino las que salen de lo más profundo del corazón y con un verdadero deseo de agradarle. Les doy un ejemplo: se refiere en la vida de san Buenaventura, un gran doctor de la Iglesia, que un religioso muy simple le dice: “Padre, yo que soy poco instruido, ¿piensa que puedo rezar a Dios y amarlo?”. San Buenaventura le responde: “Mi amigo, son a estos a los que Dios más ama”. Este religioso sale a decir a todos los que encuentra: “Vengan, amigos, tengo una buena noticia, el doctor Buenaventura me ha dicho que todos nosotros, aunque seamos poco instruidos, podemos amar al buen Dios. Qué felicidad poder amar a Dios y agradarle aunque no sepamos mucho”.
Por eso les digo que no hay nada más fácil que el rezar al buen Dios, y que no hay nada más consolador. Digamos que la oración es una elevación de nuestro corazón a Dios. Digamos mejor que es el dulce coloquio de un niño con su padre, de un súbdito con su rey, de un amigo con su amigo en cuyo corazón pone sus sufrimientos y sus penas.
Algunos pensamientos de San Juan María Vianney
“No tengo otra cosa que procurar sino la obligación de llegar a ser santo”.
“Estamos en este mundo, pero no somos de este mundo, porque todos los días decimos: «Padrenuestro que estás en el cielo». ¡Qué hermoso es tener un Padre en el cielo!
«Venga a nosotros tu reino». Si hago que Dios reine en mi corazón, Él me hará reinar con él en su gloria.
«Hágase tu voluntad». No hay nada más dulce que hacer la voluntad de Dios, nada más perfecto. Para hacer bien todas las cosas, es necesario hacerlas como Dios quiere, en conformidad plena con sus designios”.
Sobre la voluntad divina
“Dios nos ama más que el mejor de los padres, más que la madre más afectuosa. Basta que nos sometamos y abandonemos a su voluntad, con un corazón de niño”
“Para hacer bien las cosas, es necesario hacerlas como lo quiere Dios, en total conformidad con sus designios”.
“El único medio seguro para agradar a Dios, es permanecer sometido a su voluntad en todas las circunstancias de la vida. Para uno es la enfermedad que lo prueba y lo purifica; para otro es la pobreza; para este la ignorancia y el desprecio que lo acompaña; para aquellos los dolores interiores y morales; y para todos el sufrimiento representado de mil maneras”.
Caminar bajo el influjo del Espíritu
“Los que son conducidos por el Espíritu Santo tienen ideas justas. He aquí porque hay tantos ignorantes que saben más que los eruditos”.
“Cuando nos vienen buenos pensamientos, es el Espíritu Santo que nos visita”
“El Espíritu Santo es como un jardinero que cultiva nuestra alma”.
Que el Santo Cura de Ars interceda por todos nuestros sacerdotes para que imitación suya sean fieles a Jesús, a la Iglesia y a cada uno de aquellos que han sido confiados a su ministerio pastoral.
Mons. Luis Héctor Villalba, arzobispo Tucumán