Comentario a las lecturas del domingo décimoquinto del Tiempo Ordinario publicado en Diario de Avisos el domingo 12 de Julio de 2009 bajo el epígrafe “DOMINGO CRISTIANO”
Aprendiendo a evangelizar
DANIEL PADILLA
El evangelio de este domingo contiene un rico y variado ramillete de sentimientos. Los vamos a sintetizar si les parece. Jesús, bajo la advertencia y la realidad siempre actual de que "la mies es mucha y los obreros pocos", empieza a delegar tareas a "setenta y dos seguidores suyos". (Por ahí van los tiros cada vez más. La Iglesia de nuestros días está soñando con urgencia cristianos conscientes que se sientan "corresponsables del Reino"). Pero Jesús les hace una serie de advertencias que, mirándolo bien, podían haber sido de efecto negativo: "Les mando como ovejas en medio de lobos... No lleven talega, ni alforja, ni sandalias... Coman y beban lo que les den". Lean despacio y verán cómo no era muy halagador el horizonte descrito por Jesús. (Pues, esa es la realidad, no cabe duda. Cristo no suele "dorar la píldora" a sus seguidores, no les augura un "camino de rositas". Al contrario, les dice y repite que "el que quiera seguirle, tome su cruz"). Pero hay algo, amigos, que conviene recordar enseguida. Dios no abandona nunca a los suyos. Siempre está a su lado. Lo suelen resumir los teólogos en una afirmación clásica: "Al que hace lo que está de su parte, Dios no le niega su gracia". (Es verdad. Pensemos con qué bagaje se lanzaron los apóstoles y los mártires, y los misioneros, y los reformadores, a su aventura. Apenas eran nada, apenas sabían nada. Y, sin embargo, aquello funcionó. Hoy tenemos en los altares a muchos que llevaron el anuncio del evangelio bien "ligeros de equipaje". Pero el fruto fue abundante y siguen multiplicándose las cosechas. Es más, mirándonos a nosotros mismos, observando nuestra propia experiencia pastoral, no deja de ser admirable nuestra decisión. No nos arredraban ni nuestra pobre preparación, ni nuestra mínima posición sicológica, ni nuestro casi total desconocimiento de la tierra que pisábamos. Al contrario, nos embriagaba la alegría. Y cada nueva tarea -preparar a unos novios, iniciar a unos niños en el camino de Jesús, conectar con los jóvenes- tenía el misterio de una tierra virgen en la que se adivinaba, sin verlas, las pisadas de Dios. Creo que ha sido después, acaso por la propia rutina, cuando se nos ha colado en el alma el "desánimo y el desaliento". Pero hay más. Dice el evangelio que "los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Sí. Más de una vez nos ha invadido este tipo de alegría. Pero escuchen nuevamente a Jesús: "No estén alegres porque se les someten los espíritus; estén alegres porque los nombres de ustedes están escritos en el cielo". (¡Gracias, Señor, por tu inmensa sabiduría y por tu amor providente!) Tu advertencia me lleva a dos claras conclusiones: Una. No debo olvidarme nunca de que soy "instrumento" en tus manos. Tú eres la causa eficaz y única de todo. Y dos. Tampoco debo olvidarme nunca de los que "han echado el resto" -padres, educadores, catequistas, sacerdotes-, y no han conocido tangiblemente las "mieles del triunfo".