Missione Redemptor hominis nos participa del artículo publicado en su Sitio www.missionerh.it
LA EXPERIENCIA DE UNA RELACIÓN CON DIOS,
FUENTE DINÁMICA DEL DISCIPULADO MISIONERO
Leemos en el Documento de Aparecida: "La renovación de las parroquias, al inicio del tercer milenio, exige reformular sus estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos, capaces de articularse logrando que sus miembros se sientan y sean realmente discípulos y misioneros de Jesucristo en comunión. ... Toda parroquia está llamada a ser el espacio donde se recibe y acoge la Palabra, se celebra y se expresa en la adoración del Cuerpo de Cristo, y, así, es la fuente dinámica del discipulado misionero" (n.º 172).
La relación con Jesucristo - ponerse a sus pies para escucharlo, romper el frasco de perfumes recibiendo el reproche de Judas, que pensaba que hubiera sido mejor venderlo para dar lo recaudado a los pobres - precede cualquier envío a la misión. Se puede ir en misión por muchos motivos: para realizarse, para ser importantes, para sentirse útiles, para escapar del fracaso y las desilusiones. Pero, si la misión no parte de un encuentro que tiene sus raíces en el amor trinitario, en el amor a la Iglesia, es solo un engaño.
Este es el motivo por el cual la evangelización comienza con la autoevangelización (cf. Evangelii nuntiandi, 15), con la profundización o la recuperación de una relación con el Señor. El Evangelio, antes de ser anuncio para los demás, es anuncio para sí mismos, no como elaboración o repetición de un discurso formalmente perfecto, sino como fuerza capaz de realizar el cambio del corazón.
La experiencia de una relación con Dios, de un diálogo divino-humano en la Biblia se condensa en la expresión "palabra de Dios". Dios habla y entra en comunicación con el hombre, lo ama.
Utilizando un lenguaje bíblico, podemos decir que el fundamento de la misión se encuentra en una relación con la palabra de Dios, una palabra que no se agota en el libro de las Sagradas Escrituras, que sin embargo son el testimonio y el lugar privilegiado de ella. Más propiamente, "en su elemento primario y original, la Palabra es una persona viviente. Es el Verbo en el que el Padre crea las cosas y desvela su misterio de salvación".
Emerge así la importancia, para el desarrollo de una espiritualidad misionera, de una reflexión sobre la Palabra.
En Jesucristo Dios se preocupa por el hombre
La palabra de Dios en la historia, testimoniada por las Sagradas Escrituras e interpretada por la vida y la enseñanza de la Iglesia, nos atestigua que Jesús es la Palabra hecha Carne: "La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14).
Todo el recorrido histórico de Jesús de Nazaret testimonia que Dios se preocupa por el hombre, no regalándole cosas, sino ofreciéndole la posibilidad de encontrarse a sí mismo.
Jesús, aclamado por las muchedumbres que querían hacerlo rey, solicitado por sus discípulos a instaurar un Reino de Dios que ellos concebían en dimensiones materiales (aun reivindicando su propia independencia con relación a las autoridades políticas, judaicas y romanas), siempre rechazó ceder a la tentación del poder; nunca quiso dar vida a un reino en el que el hombre fuese liberado del esfuerzo del vivir cotidiano, de la necesidad de procurarse el pan y liberado del dolor. Las acciones y las palabras de Jesús muestran más bien un hombre libre que quiere que los hombres descubran su libertad.
De la misma manera la Iglesia, que es el cuerpo de Jesús que prolonga en el tiempo su acción en el mundo, no puede ocupar el puesto del hombre. Preocuparse por el hombre presupone respetar siempre su libre opción. La fe profunda en la libertad y en la dignidad del hombre, de cada hombre, tiene que dirigir la acción de la Iglesia, que liberando la palabra, hace descubrir a cada uno su identidad más profunda. En el encuentro con la Palabra, cada uno se descubre a sí mismo y es libre de optar por la vida o por la muerte.
Por eso una pastoral que tenga como fin formar y conseguir adhesiones, cae en el riesgo de aprisionar la palabra según los deseos de los hombres y de oscurecer o vaciar el núcleo irrenunciable de Cristo crucificado, escándalo y necedad para los hombres y, sin embargo, fuerza y sabiduría de Dios (cf. 1Cor 1, 22-25).
Una pastoral así, se reduce a un encarnacionismo de presencia (lo que importa es estar presente siempre, no importa cómo y dónde), olvidando que la encarnación se orienta, al fin y al cabo, a la cruz.
En contra de esta visión de un cristianismo completamente encarnacionista, había reaccionado con fuerza Henri de Lubac - uno de los más grandes teólogos del siglo XX - en su libro Paradojas.
"Cristo no ha venido a hacer una obra de encarnación, sino que el Verbo se hizo Carne para hacer obra de redención". "El cristianismo arriano es un cristianismo perfectamente encarnado: uno es cristiano allí en virtud de su nacimiento según la carne".
San Agustín resumió admirablemente estos conceptos en la expresión: "Quien te hizo sin ti, no te justificará sin ti. Por lo tanto, creó sin que lo supiera el interesado, pero no justifica sin que lo quiera él". En esa frase encontramos la preocupación de la teología de la Iglesia por la defensa de la libertad del hombre: Dios no puede salvarnos, si nosotros no lo queremos.
La misión: poner al otro en condiciones de asumir sus responsabilidades
Muchas veces se han traído ayudas desde el exterior, quitando a los demás la responsabilidad de asumir su providencia y cayendo, así, en una forma inauténtica de relaciones en las que el otro permanece extraño. La misión, en cambio, tiene que tender a poner al otro en condiciones de asumir sus propias responsabilidades, a través de la formación de su conciencia, la confianza en sus propias posibilidades y la esperanza en un futuro que no está determinado con anticipación.
El hombre que encuentra la Palabra, en un lento proceso de conversión, toma conciencia de su dignidad, de sus capacidades y de sus responsabilidades (cf. Redemptoris missio, 58-59). En un corazón nuevo, la Palabra se encarna en una cultura, se convierte en estructura, es decir, en instrucción escolar, cuidados sanitarios, agua potable, obras sociales y promoción humana, nuevos modelos de comportamiento, nuevas costumbres. Una palabra que no se convierta en hechos, piedras, casa, arreglo de las fuentes de agua, medicamentos, es solamente una mera habladuría, puro ejercicio intelectual.
El cristianismo es la religión del cuerpo. Seremos juzgados sobre el amor al cuerpo (cf. Mt 25, 31-46). La nobleza del cuerpo atraviesa la doctrina cristiana desde la creación hasta la resurrección final. Si nosotros redescubrimos la dignidad del cuerpo, tejeremos relaciones de dignidad en las cuales el cuerpo es respetado, como sagrado.
E. G.