Viernes, 04 de septiembre de 2009

Homilía de monseñor Luís Stöckler, obispo de Quilmes para el vigésimo segundo durante el año. (AICA)
(30 de agosto de 2009)

 NO AÑADIR NI QUITAR NADA

Por su actitud intransigente frente a los escribas, en la cuestión de la pureza, Jesús revela su autoridad en la interpretación de los mandamientos de Dios. Situaciones similares se repiten en los evangelios, como cuando Jesús en el Sermón de la Montaña contrapone a la interpretación de los antepasados su propia enseñanza. O cuando le preguntaban si estaba lícito que el hombre se divorciara de su mujer; él contestó entonces que Moisés se lo había permitido por la dureza de su corazón, pero que en un principio no fue así. Jesús remite siempre al origen, al principio; porque es ahí donde se descubre el verdadero sentido de la ley. Nos enseña que debemos saber diferenciar entre el mandamiento de Dios y la tradición de los hombres, que hasta puede invalidar la misma ley.

Los errores más peligrosos suelen tergiversar una verdad. El afán de los fariseos por la pureza cultual partía de la verdad de que el pueblo judío había sido elegido por Dios entre todos los demás pueblos y que debía cuidarse de no contaminarse con las ideas y prácticas idolátricas de los paganos. De ahí los fariseos habían deducido que todo lo que había sido tocado por no judíos contagiaba impureza, y que por eso, para poder entrar de nuevo en la presencia de Dios, tenían que lavarse. Añadían cosas que no estaban en la ley de Dios sino eran meros preceptos humanos. Y eso, aunque el Deuteronomio, como escuchamos en la primera lectura, decía expresamente: “No añadan ni quiten nada de lo que yo les he ordenado”. Lo que es realmente medular en la elección de Israel está expresado en este mismo libro: “El Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos”. El pueblo judío descubrió esta cercanía de Dios con la experiencia del exilio en Babilonia, en tierra pagana, lejos de la ciudad santa de Jerusalén, lejos del lugar sagrado del templo que había sido destruido. Fue en este tiempo providencial de su historia, cuando el contacto con el mundo pagano era inevitable, donde los judíos descubrían el verdadero culto; que no eran los ritos exteriores, sino un corazón contrito y humillado. Por eso, Jesús desenmascaraba la hipocresía de los fariseos con la cita del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Son los puros de corazón los que verán a Dios.

La tentación de agregar cosas y crear tradiciones a la medida del hombre, es algo de lo cual nadie está exento. Y muchas veces estos añadidos, que al parecer ayudan para aplicar la ley en las situaciones diversas, diluyen el ideal propuesto. San Francisco de Asís escribe en su Regla que “el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio” (14); y que “el ministro general y todos los otros ministros y custodios estén obligados, por obediencia, a no añadir ni quitar nada en estas palabras” (35); “y a todos mis hermanos, clérigos y laicos, mando firmemente, por obediencia, que no introduzcan glosas en la Regla” (38).

El evangelio sin glosas, este es el mandato del Señor. Ciertamente, a veces nos cuesta entender la Palabra, y sobre todo, vivirla. Pero no deberíamos permitir que nuestras debilidades y cobardías lleguen a torcer su exigencia. Con humildad debemos pedir al Señor que Él purifique nuestro corazón y que nos dé la audacia de escucharlo y de obedecerle. La santidad es obra de Dios. “Pidan, y crean que ya lo han recibido, y lo recibirán”.

Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes


Publicado por verdenaranja @ 22:55
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