Mi?rcoles, 09 de septiembre de 2009

Homilía de monseñor Luis H. Villalba, arzobispo de Tucumán, en la misa al finalizar la peregrinación de la Juventud. (AICA)
(6 de septiembre de 2009)


la drogadependencia 

En la homilía que pronuncié en la fiesta de Nuestra Señora de la Merced del año pasado dije:

“Hoy, desgraciadamente, nos encontramos con el flagelo de la droga que está destruyendo, especialmente a los jóvenes.

La droga es sinónimo de muerte.

En mis recorridos por la diócesis recojo el eco doloroso de muchas familias, cuyos hijos están atrapados por los efectos de la droga y sus secuelas de muerte y destrucción. Asimismo muchos docentes me manifiestan su preocupación y su impotencia para resolver este flagelo que está llegando hasta los niños.

El desafío es grande. Tenemos que reconocer que la droga está instalada entre nosotros. No podemos permanecer indiferentes. Entre todos debemos generar una red social que propicie la cultura de la vida que comprenda a padres, docentes, funcionarios, medios de comunicación, instituciones religiosas y a todos los ámbitos sociales. La situación es grave y requiere una acción mancomunada de toda la sociedad que pueda transformarse en política de Estado.

Éste es un problema de toda la sociedad, pero las autoridades son las primeras responsables en responder a este desafío. Para ello se debe concienciar a la sociedad y luchar contra el tráfico de drogas. Son deberes ineludibles”.

Ahora, ante el reciente fallo de la Suprema Corte de Justicia, quiero decir que la drogadependencia no se resuelve con una decisión que sólo aborda aspectos parciales del problema.

La drogadependencia es una cuestión compleja que debe resolverse integralmente. En este sentido se deben contemplar los aspectos jurídicos, económicos, sanitarios, sociales y educativos.

Ciertamente, no se debe criminalizar al adicto. El adicto es un enfermo que debe ser atendido en un centro de salud. Pero despenalizar es dejar abandonado al adicto, no hacerse cargo de su derecho a la salud.

La droga es un mal y facilitar el consumo no es bueno: es malo, y va contra el principio fundamental de que el hombre ha sido creado para la vida y no para la muerte.

La droga es sinónimo de muerte y no hay que acercar la droga a los jóvenes, sino alejarla.

Mientras no exista una política de educación y prevención sobre las adicciones, se aumenta la posibilidad de inducir al consumo de sustancias que dañan el organismo.

Con la despenalización se corre el riesgo de creer que la droga no hace daño.

El mensaje que se da con esta decisión es: ¡hay permiso para consumir la droga, la droga es legal!

Los sacerdotes del Equipo para las Villas expresaron: “Podríamos decir, entonces, que la discusión sobre la despenalización corresponde a los últimos capítulos del libro y no a los primeros”.

En este momento, cuando la pobreza y la exclusión angustian a nuestra gente y, en especial, a los más humildes, medidas que puedan facilitar el consumo generan confusión y aparecen desenfocadas de la realidad social.

La sociedad en su conjunto debe formar una verdadera RED SOCIAL que dé respuestas concretas a esta enfermedad que afecta a nuestros jóvenes y adolescentes.

Mons. Luis Héctor Villalba, arzobispo Tucumán


Publicado por verdenaranja @ 22:40  | Homil?as
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