Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús en la Basílica de Nuestra Señora de Luján en la peregrinación diocesana al Santuario de Luján. (AICA)
(5 de septiembre de 2009)
peregrinación a luján
Queridos hermanos y hermanas:
Agradezco la presencia de todos los sacerdotes, los diáconos, las religiosas, los religiosos y todo este Pueblo fiel que formamos parte de la Iglesia diocesana. En esta misa venimos a agradecer a Dios, por medio de la Virgen, siguiendo el pedido especial que nos hizo el Papa Benedicto XVI en este Año Sacerdotal, donde rezamos especialmente por la santificación de nuestros sacerdotes, de los obispos y de los que van a ser llamados a las vocaciones sacerdotales y religiosas.
También traemos a la Casa de Dios, para poner en manos de la Virgen, las intenciones que nos encomendaron a lo largo de estos días. Pedidos tan profundos, tan íntimos, de tantos hermanos nuestros. Pedimos por los scouts que nos acompañan, hoy en su día. Quieren reconocer a la Virgen como Patrona de los Scouts. Y así, cada uno de los que estamos acá, nos tenemos que sentir reconocidos y representados.
¿Quién nos convoca? La Virgen. Venimos a verla, a reconocerla, a amarla y a pedirle que nos ayude a seguir siendo hijos de Dios e hijos de la Iglesia. Le pedimos a la Virgen que nos ayude porque lo peor que nos puede pasar, lo peor que le puede pasara a un pueblo, ¡es que se mate el espíritu! ¡Si se le mata el espíritu, el pueblo pierde todo! Hoy le pedimos a la Virgen ¡no permitir que se nos mate el espíritu de Dios en nuestra vida, en nuestras familias y en la Iglesia!
Es el espíritu de Dios que sopla; que viene a darnos su vida; que ha vencido al pecado y a la muerte; que nos dice: ¡nosotros, su pueblo, podemos ser santos!; ¡debemos ser santos!, porque es posible con la ayuda de Dios y con la ayuda maternal de la Virgen. Venimos a pedirle, como peregrinos, como hijos: Madre que no se nos mate el espíritu; ni en el pueblo, ni en nuestra familias, ni en nuestra vida personal.
¡Esto quiere decir no vivir derrotados ni resignados!
¡Resignados a no querer volar!
¡Resignados a no querer vivir una vida de transparencia!
¡Resignados a no vivir una vida de amor!
¡Resignados a vivir en el fracaso!
La Virgen, Ella que conoce al Señor, que ha tenido la experiencia del Espíritu Santo -la obra cumbre del Espíritu Santo es la Virgen- nos puede ayudar y le decimos: María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a vivir como hijos, a vivir como hermanos entre nosotros.
Pongámonos en actitud de oración; esa actitud de saber que nuestra vida, si no rezamos, no alcanzamos a vivir con sabiduría. Si sabemos muy bien que el mundo está mal, que nuestra patria está mal, que las leyes que se nos dictan algunas de ellas me parece que están muy mal –como últimamente de despenalización de la droga, que me parece una insensatez porque no responde, como debería hacerlo, a todo lo que significa nuestra vida y la vida de los hijos. Con estas leyes se debilita la patria potestad, porque si los padres dicen “no hagas esto”, el hijo le puede responder “yo lo puedo hacer porque la ley me lo permite”. Así se debilita la patria potestad imprudentemente.
Como Iglesia tenemos que pedirle a la Virgen tener capacidad de oración.
Si no rezamos, no vamos a crecer,
Si no rezamos, no vamos a madurar,
Si no rezamos, los gestos que provoquemos serán mediáticos y quedarán en la desilusión de lo mediático.
Tenemos que pedir a Dios la verdad de lo que significa la fuerza de la oración, ¡pero de adentro!, ¡que nos toque!, ¡que nos conmueva!, ¡y que nadie nos saque del lugar donde Dios nos ha puesto, donde la Virgen nos ayuda y nos acompaña!
También venimos a pedirle a la Virgen que, como Iglesia, nos demos cuenta que tenemos que vivir con mucha fuerza, con mucha convicción. Si no estamos convencidos no vamos a convencer a nadie. Si reducimos el mensaje de Cristo a nuestra experiencia, a nuestro estado de ánimo o a nuestras situaciones o pensamientos, no vamos a transmitir lo que tenemos que transmitir.
¡Iglesia, levántate!
¡Iglesia, se fuerte, no tengas miedo!
¡Has recibido el espíritu: comunícalo, vívelo!
¡No eres frío ni caliente!
¡No debes ser tibio!
¡Tienes que estar convencido del don que has recibido!
¡Como Iglesia hemos recibido un don y no podemos apagarlo! ¡No apagar la fuerza de llama que debe iluminar en nuestras familias, en nuestras comunidades, porque es la llama del Espíritu Santo!
Tenemos que incidir en la cosa pública, en la sociedad. La fe y la vida no son la fe por un lado y la vida por otro. La fe tiene que incidir en la vida. Como católicos, como hijos de Dios, como hijos de la Iglesia, tenemos que incidir en la cosa pública, hacerla bien, modificarla, perseverar ¡y resistir!
¡Tenemos que resistir para que las cosas malas no nos hagan mal!
¡Tenemos que perseverar en las cosas buenas, provocarlas y producirlas para nosotros y para los demás!
Próximos al bi-centenario, en un paso cualitativo de habitantes a ciudadanos, que nuestra fe incida en las actitudes, en los compromisos y también en las costumbres.
Hermanos; pongamos todo en manos de Dios a través de las manos maternales y virginales de María. Que nuestra ofrenda, nuestra oración -y la oración de Pueblo de Dios- llegue directamente al Señor por manos de su Madre, nuestra Madre, la Virgen hoy Nuestra Señora de Luján; que bendiga y proteja a la Iglesia; que bendiga y proteja a nuestra querida nación, la República Argentina.
Que así sea
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús