Viernes, 09 de octubre de 2009

Carta del Arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer a los miembros del Instituto de Derecho de la Deuda Externa, recientemente creado en el ámbito del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.
La Plata (Buenos Aires), 1 Oct. 09 (
AICA)

Deuda Externa: Buscar alternativas ante la lógica de la usura

Texto de la carta

     En el parágrafo 54 de Populorum progressio, Pablo VI señalaba cuáles debían ser las condiciones de la ayuda que requerían los países en vías de desarrollo. Eran pautas prudenciales, para impedir que los pueblos beneficiados con aquella ayuda corrieran el riesgo de verse abrumados de deudas cuya satisfacción absorbiera la mayor parte de sus beneficios.

     Lamentablemente, las indicaciones expresadas en la encíclica no fueron tenidas en cuenta y las previsiones del pontífice resultaron proféticas. En la década siguiente, con el auge de los petrodólares, muchos países se vieron tentados a tomar préstamos, y fueron inducidos a ello; préstamos que con el tiempo configuraron el gravísimo problema de su deuda externa. La presunta ayuda se convirtió en un peso insoportable, sobre todo a causa del aumento unilateral de la tasa de interés, que pasó del 6% a más del 20% en algunos casos. De este modo, lo que debía ser una ayuda para el desarrollo fue, en realidad una rémora cuando no un impedimento total, que sumió a los países deudores en crisis económicas, sociales y políticas y hundió a grandes porciones de su población en la miseria.

     El Pontificio Consejo de Justicia y Paz publicó, en 1986 un importante documento sobre la deuda internacional. Sus palabras finales eran: ¡Sea nuestro llamado atendido antes de que sea demasiado tarde!. El Santo Padre Juan Pablo II, antes del Gran Jubileo del año 2000 y durante su celebración, se refirió en varias oportunidades a la necesidad de resolver o por lo menos aliviar, el problema de la deuda que pesaba fatalmente sobre algunas naciones. Los casos de condonación verificados favorecieron a países que ya carecían por completo de capacidad de pago: la sustancia de su economía había sido prácticamente vaciada.

      Quiero señalar ahora el caso de la República Argentina, que suele ser señalada como un ejemplo reciente de feliz renegociación de su deuda pública. A pesar de ciertas apariencias en contrario, la deuda continúa siendo un obstáculo principal en el camino hacia un desarrollo sostenido que asegure la prosperidad de la población y la justicia en la distribución de la renta nacional.

     En efecto, después de la declaración del default a fines de 2001, se ha renegociado buena parte de la deuda pública reiterando procedimientos financieros de los gobiernos anteriores. Más allá de un alivio transitorio, el problema de la deuda pública subsiste intacto, porque se ha asumido la política del endeudamiento perpetuo según la lógica de la usura. A saber: se mantiene un alto stock de deuda que resulta rigurosamente impagable; el país no puede atender siquiera el pago total de los intereses devengados, los cuales siguen el mecanismo de tasas crecientes y variables; estas obligaciones pesan sobre el gasto público e imponen la necesidad de mayores presiones fiscales; la totalidad de la deuda por capital se renueva continuamente, y parte de los intereses devengados es capitalizada por anatocismo. Así crece el monto de la deuda, sin contar la inercia de las indexaciones y los premios a los tenedores de nuevos bonos del canje realizado recientemente. Esta situación determina la necesidad de tomar nueva deuda, sea en el mercado de capitales, sea en los organismos internacionales de crédito.

     Se cumple, por lo tanto, un círculo vicioso según el cual la carga permanente de la deuda pasa a ser un rubro estructural del gasto público del Estado. La situación configura un caso específico de usura. Esta figura moral negativa se verifica no sólo por la imposición de intereses exorbitantes, sino también cuando el deudor se encuentra de tal modo atrapado por el mecanismo del débito que nunca dejará de ser deudor; vivirá pagando y morirá debiendo. Conviene recordar que según el Catecismo de la Iglesia Católica la usura es un pecado contra el quinto mandamiento de la ley de Dios: no matarás.

     Sería de máximo interés retomar el estudio de la deuda desde la perspectiva de la teología de la usura, un tema clásico de la tradición católica. Desde esta perspectiva podrían ofrecerse sugerencias para una reforma del sistema financiero internacional, de modo que éste sirva realmente al desarrollo de los pueblos y al establecimiento entre ellos de relaciones más justas que aseguren la paz. En este sentido se pueden interpretar las valiosas indicaciones ofrecidas por Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate.

     Algunos lectores de este reciente documento pontificio han manifestado sorpresa por no hallar en el texto una referencia explícita al problema de la deuda. Pero una lectura atenta nos permite advertir que el Papa señala el camino de una profunda transformación del sistema financiero y de la lógica usuraria que lo ha vampirizado. Los mojones que enmarcan ese camino son puntos firmes en orden a una superación del crónico problema del endeudamiento y con él del subdesarrollo. Menciono algunas definiciones fundamentales.

     Se denuncian en la encíclica los efectos perniciosos sobre la economía real de una actividad financiera mal utilizada y en buena parte especulativa. La reciente crisis debe ser asumida como una ocasión de discernir y proyectar de manera nueva (nº 21). Lo que se dice acerca de las ayudas internacionales para el desarrollo vale para el caso de la deuda: montos que con frecuencia se han desviado de su finalidad por irresponsabilidades compartidas (nº 22). Propone el Santo Padre corregir las disfunciones de los sistemas económico-financieros existentes (nº 40). Se puede aplicar asimismo al tema de la deuda lo que se advierte en el nº 58 sobre la posibilidad de mantener a un pueblo en estado de dependencia y de favorecer una situación de explotación. En el nº 65 afirma Benedicto XVI que el sistema financiero debe renovar sus estructuras y modos de funcionamiento para ser un instrumento encaminado a producir riqueza y desarrollo. Plantea la exigencia de redescubrir el fundamento ético de la actividad financiera y propone como fuente de inspiración la tradición humanista de la Iglesia y su lucha varias veces secular contra la usura.

     La encíclica Caritas in veritate presenta como alternativa a la lógica de la usura el principio de gratuidad y la lógica del don. Este principio y esta lógica, de cuño bíblico y evangélico, que no se añaden externamente a la justicia ni la sustituyen, son imprescindibles para que la actividad económica y financiera alcancen su auténtica verdad y se orienten en sentido plenamente humano. Es difícil que sin la vigencia de tales orientaciones, y sin los cambios profundos que deben verificarse siguiéndolas, pueda resolverse el problema de la deuda que prolonga su influjo fatal sobre la vida de nuestros pueblos.+


Publicado por verdenaranja @ 23:57  | Hablan los obispos
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