Comentario a las lecturas del domingo veintiséis del Tiempo Ordinario – B, publicado en el Diario de Avisos el domingo 28 de Septiembre de 2009 bajo el epígrafe “DOMINGO CRISTIANO”.
El príncipe
Destronado
Daniel Padilla
Leyeron El príncipe destronado, aquella preciosa novela que en el cine se llamó La guerra de papá? Describe Miguel Delibes allá la reacción del niño pequeño de una familia burguesa que, ante el nacimiento de un nuevo hermanito, se rebela, hace pataletas increíbles, ya que se siente desplazado, "príncipe destronado". Intuye que, en adelante, los mimos han cambiado de heredero. Me he acordado de esa histo-ria, porque en el evangelio de hoy vemos que Juan tuvo una reacción parecida: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir porque no es uno de los nuestros". Se sentía, por lo visto "príncipe destronado". Sorprende esta actitud de Juan, cuando toda la doctrina de Jesús iba proclamando que "su padre dejaba caer el sol y la lluvia sobre los buenos y sobre los malos". Y sorprende más, por-que Jesús advirtió: "Mirad que vendrán gentes de Oriente y de Occidente que se sentarán a la mesa, mientras que vosotros". ¿Qué le pasa a Juan? ¿Qué nos pasa a todos? Porque resulta que no se trata de un caso aislado. Es una constante en el hombre y en el cristiano. Por una parte, soñamos todos en un mundo en el que "instauremos todas las cosas en Cristo". Y luego, intoxicados por un virus -mitad de la familia de los "celos", mitad de la familia de la "envidia"- ponemos peros y dificultades a quienes se disponen a trabajar en la viña del Señor. la primera lectura de hoy eso cuenta también. Josué, ayudante de Moisés, hombre importante de Israel, quiso prohibir a Eldad y Medad que profetizasen, aunque "el Espíritu había bajado sobre ellos". En el Nuevo Testamento son múltiples los ejemplos. El hermano del pródigo se molestó, ya recuerdan, cuando aquel hijo "volvió a casa del padre" y "se negaba a participar" en la alegría. Los comensales del banquete de Simón criticaban igualmente a aquella pecadora que lloraba sus pecados a los pies de Jesús. Los jornaleros de la primera hora, igual: se quejaban al dueño de la viña porque les había dado un denario como a los últimos. Y, aunque resulte duro escribirlo, más de una vez, en nuestro caminar cristiano, nos sor-prendemos a nosotros mismos viviendo una tristeza mala, motivada por algún éxito de los demás, por sus aciertos. ¿De dónde proceden estas actitudes tan mezquinas? ¿Se trata de un individualismo absorbente? ¿De un incorregible afán de mando? ¿Acaso envidia, vicio universal? San Pablo tuvo que vérselas con algunos fieles de Corinto que ambicionaban algunos carismas con un sentido desenfocado de puro lucimiento personal, ocasionando divisiones y banderías. Tuvo que recordarles que "hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de funciones, peor un mismo Señor...". Es preciso desarraigar todas esas cizañas. El Vaticano II dice cosas bellas y refrescantes: "la Iglesia Católica ve con sincero res-peto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas (de otras religiosas). Reflejan un destello de la Verdad que ilumina a todos los hombres".