Martes, 20 de octubre de 2009

Homilía  de monseñor Luis Armando Collazuol, obispo de Concordia y asesor nacional de la Acción Católica (Estadio del Club Atlético Témperley, 12 de octubre de 2009)  (AICA)

CLAUSURA DE LA 26ª ASAMBLEA FEDERAL DE LA ACCIÓN CATÓLICA ARGENTINA 

¡Alabado sea Jesucristo! 

1. Dos años atrás, en el acontecimiento de Aparecida, el soplo vivificante del Espíritu Santo nos convocó a laicos, consagrados y pastores de la Iglesia Latinoamericana y del Caribe a responder a nuestra vocación cristiana como discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan Vida en Él.

La Acción Católica Argentina hizo y hace suyo este camino eclesial, uniéndose activamente a la Misión Continental, y expresa públicamente su compromiso en esta XXVI Asamblea Federal: "En Jesús, Vida digna y plena para todos".

El Espíritu Santo que guía este tiempo de la Iglesia de nuestro Continente nos invita e impulsa a renovar nuestro estilo evangelizador desde la identidad cristiana de la única vocación de discípulos y misioneros de Jesucristo, pero marcada con el sello propio de militantes de Acción Católica. 

2. ¡Ver!

El militante de Acción Católica tiene los ojos y el corazón bien abiertos a las vidas que pasan a su lado. La pobreza, la ruptura de los vínculos familiares, el desarraigo, la soledad, la enfermedad, las adicciones, la inseguridad, la cárcel, el sin sentido de la vida sin Dios, no son realidades virtuales; son rostros sufrientes que nos duelen y nos interpelan. La mirada de la realidad con espíritu de fe nos descubre situaciones de exclusión donde no hay vida digna de tal nombre.

Inmersos en la angustia de la dignidad humana oscurecida, la Palabra de Dios viene hoy a nuestro encuentro para iluminar nuestra fe, para sostener nuestra esperanza, para enseñarnos a amar. Cuando las fuerzas de las tinieblas parecen prevalecer, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra. 

3. ¡Juzgar!

La Palabra de Dios es la única que puede dar una respuesta a los interrogantes que se agitan en nuestro ánimo. "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna" (Jn 6,68).

La Palabra proclamada sigue resonando para mostrarnos a María como Madre pero también discípula de Jesús, discípula feliz: "Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican" (Lc 11,28). Santa María Virgen es la discípula fiel, que "conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19).

En esta Palabra descansa la esperanza cristiana; en ella se alimenta nuestra oración confiada; de ella brota nuestro compromiso. 

4. "Síganme" (Mt 4,19), dice Jesús como su primera palabra, la que nos hace discípulos.

Quien deja resonar en su corazón la voz del Maestro y hace la voluntad de Dios, se hace su discípulo. La condición del discípulo requiere de nosotros la escucha meditada y la contemplación orante de la Palabra, para percibir el paso y el llamado de Jesús en medio de la actividad cotidiana. Es un llamado a seguirle con confianza y obediencia. La escucha obediente abre a un proceso de conversión, de santidad, de seguimiento, de comunión. La fe de discípulos nos impulsa al servicio solidario y a la misión.

El Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de Aparecida nos decía: "¿Qué nos da Cristo realmente? ¿Por qué queremos ser discípulos de Cristo? Porque esperamos encontrar en la comunión con Él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por esto queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en él". 

5. "Yo he venido para que tengan Vida" (Jn 10,10), son las palabras de Jesús en el corazón de su mensaje, las que encierran una promesa: ser hijos de Dios.

Los cristianos hemos recibido el anuncio entusiasta y alegre: ¡En Jesús hay Vida! ¡Jesucristo ha resucitado! "¡Jesús es el Señor!" (1 Cor 12,3). En su resurrección se ha manifestado la gloria del amor obediente de su cruz.

Vida plena hay allí donde la Iglesia, los hombres, y también los pueblos, comienzan a vivir y a morir por la resurrección de Jesucristo.

Por el acontecimiento de la resurrección del Señor y el don del Espíritu de Pentecostés comenzaron a irradiarse para la humanidad el perdón, la reconciliación, la santificación, la comunión con Dios y entre los hombres. Y se ha abierto para nosotros y para todos la verdadera Vida, digna, plena, la que ninguna muerte puede ya matar.

Mediante la aparición del Resucitado y su presencia en el anuncio de los apóstoles, el kerygma, se ha encendido de nuevo la esperanza en la insondable grandeza de nuestra vida. En el morir y resucitar bautismal con Cristo nuestra vida ya está oculta y puesta a salvo con Él en Dios. Esto significa que debemos buscar esta Vida, y desechar el egoísmo que tanto invade la vida presente (Col 3,1ss).

En Cristo el futuro de la Vida en Dios se hace próximo, es don de gracia que comienza en nosotros por la fe; la esperanza se traduce en amor; el amor descubre al otro como hermano y se transforma en servicio solidario; la paciencia se exalta en el júbilo de la alegría. 

6. "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación" (Mc 16,15), nos manda el Señor, como su última palabra, la que nos constituye misioneros.

El llamado conduce al envío, que se renueva hoy en nuestra Asamblea: volver a la vida cotidiana, que es el ámbito de la creación que el Señor nos encomienda. Volver a nuestros ambientes para "buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales" que es la vocación propia del laico [1].  Volver al encuentro de los hermanos que sufren sin Dios y sin esperanza para anunciar a Jesucristo y su Evangelio a los que no lo conocen, a los que lo han recibido en su infancia y lo olvidaron, a los fieles cristianos débiles en su fe, a los que no practican, a las muchedumbres que expresan su fe sencilla en diversas formas de religiosidad popular.

Cuando encontramos en Jesús la Vida, sentimos el impulso interior a compartirla. Percibimos que ayudar a que nuestros hermanos puedan vivir más dignamente es un desafío y es tarea de todos. Lo hemos querido expresar en esta Asamblea a través de gestos misioneros hacia la comunidad que nos recibe, acompañando a quienes más lo necesitan en hospitales, comedores comunitarios, asentamientos, cárceles. Fueron, más bien, "signos misioneros" que orientan nuestra mirada a la "realidad misionera" permanente que compromete a la Acción Católica Argentina.

7. ¡Obrar!

El Señor Jesús, misionero, enviado del Padre, llama siempre a salir de uno mismo, a compartir con los demás los bienes que tenemos, empezando por el más valioso, que es la sabiduría de la fe.

¿Qué nos reclama esto?

Desde la novedad que siempre crea el Espíritu Santo, queremos adecuar nuestro camino misionero a los planes pastorales que se vienen trabajando en comunión con los pastores en nuestras Iglesias diocesanas y parroquiales. Se trata de "alentar un estilo misionero en la pastoral orgánica y diocesana, en especial desde la Parroquia" [2].

Queremos también renovar nuestra Acción Católica, grupos de militancia y proyectos personales de vida, desde un estilo discipular de formación y santidad en perspectiva misionera permanente.

Queremos "promover el compromiso misionero hacia una sociedad justa y responsable" [3], en la pastoral familiar, educativa, laboral, de la comunicación, la política, el arte y la cultura, conforme a la Doctrina Social de la Iglesia. Es tarea destacada particularmente para el compromiso temporal de los laicos en la hora actual de nuestra Nación, que camina hacia su Bicentenario (2010-2016), y que anhelamos celebrar construyendo la justicia y la solidaridad.

Percibimos que "hoy, fundamentalmente, en nuestra cultura la dignidad de la vida se juega en el eje inclusión –exclusión; comunión– aislamiento. Y éste pasa a ser el horizonte primero de la misión" [4].

La inclusión social es desafío y tarea. Asumimos el compromiso de ser protagonistas de un cambio positivo de la realidad como ciudadanos, como cristianos, como miembros de la Acción Católica, "como agentes de transformación de la vida social, económica y política del país, alentando el paso de habitantes a ciudadanos responsables" [5]. Nos proponemos seguir aportando nuestras energías apostólicas, seguir generando espacios de diálogo y comunión con las diversas áreas pastorales y seguir trabajando en colaboración con las organizaciones de la sociedad civil para construir el bien común de la Nación.

En este Año Sacerdotal roguemos especialmente que nuestra Acción Católica siga siendo cuna y escuela de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, y muchos de nuestros jóvenes respondan con generosidad al llamado que el Espíritu Santo susurra en sus mentes y corazones. 

8. Contemplemos a María orando con los discípulos reunidos en la comunidad pascual (He 1,12-14). El Espíritu Santo en Pentecostés se derrama sobre la Iglesia orante en torno a María. El último trazo biográfico de María nos la describe en oración; nos anuncia la presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo. Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación.

El Espíritu Santo que nos anima es el mismo que santificó a María, que impulsó a Jesús, que encendió el ardor evangelizador de los Apóstoles. Dejemos que la brisa del Espíritu Santo entre en nuestras comunidades de Acción Católica para poder renovarlo y refrescarlo todo.

El Espíritu Santo nos hace participar de la misión del Salvador para ser testigos de Jesús en medio del mundo, para evangelizar, para transformar la sociedad. Que nuestra Acción Católica se deje impulsar mar adentro por el soplo del Espíritu. 

9. Queridos militantes:

¡Vayan! ¡En nombre de Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, a ser testigos de la misericordia del Padre, para que en toda nuestra Argentina retoñe la Vida!

¡Vayan! ¡María Madre nos acompaña! 

Mons. Luis Armando Collazuol, obispo de Concordia y asesor nacional de la Acción Católica Argentina


Publicado por verdenaranja @ 22:43  | Homil?as
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