Comentario a las lecturas del domingo treinta y dos del Tiempo Ordinario, publicado en el Diario de Avisos, el domingo 8 de Noviembre de 2009 bajo el epígrafe “DOMINGO CRISTIANO”
Lo grande y
lo pequeño
Daniel Padilla
En aquella balada de Pemán, aquel fraile simplicísimo se atormentaba pensando que lo que él hacía -"ir mansamente con el cántaro, por la veredita, bendiciendo a Dios"-era algo muy pequeño. Otra cosa eran los otros frailes: "Fray Andrés disciplina su cuerpo sin tener piedad. Fray Zenón hace estremecerse al convento cantando maitines con hermosa voz. Fray Tomás se pasa las horas inmóvil levantado en arrobos de amor... Al lado de aquellos excelsos varones, ¿qué hará el buen fraile para ser grato a Dios? Y con santa envidia murmuraban sus labios: ¡Fray Andrés!... ¡Fray Tomás!... ¡Fray Zenón!". Perdonen la larga cita. Pero la creo adecuada para enmarcar la cuestión que plantea el evangelio de hoy: ¿qué es más válido, las gestas (?) llamativas de los famosos o las acciones anónimas de los sencillos?. Dejándonos llevar de unas actitudes infantiles e inmaduras, tendemos a ir fabricando ídolos de barro, a los cuales rendimos un culto irracional y excesivo. Pregonamos y exorbitamos cosas de los personajes "populares". Y pasamos displicentemente ante las humildes e innumerables acciones de los que, a nuestro lado, hacen más confortable nuestro vivir. Jesús, en el evangelio de hoy, nos previene precisamente contra esa posible inversión de valores en la que podemos caer. Observando a los que pasaban junto a él, puso un ejemplo muy claro: la cruz y la cara. Allá iban "los letrados, paseándose con su amplio ropaje, deseosos de que la gente les hiciera reverencias, ocupando los puestos de honor en la sinagoga y en los banquetes, echando dinero en cantidad en el cepillo del templo... ¡Cuidado con ellos!", dice Jesús. Y allá "se acercó también una viuda pobre que echó dos reales". Pues oigan la sentencia de Jesús: "Ha echado más que nadie, pues los demás han dado de lo que les sobraba, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que necesitaba para vivir". Bastaría esa breve consideración de Jesús para dar por concluida estas palabras. Pero no quiero terminarlas sin hacer el decidido elogio de todos los pequeños seres que, en nuestro trabajo o nuestra diversión, sin darse importancia, van dejando caer moneditas como donación anónima, pensando, además, que lo suyo vale poco. Pero ¡ay, amigos!, el Padre, que ve en lo escondido, seguramente piensa que ésos son los que dan más. Pienso, por ejemplo en Juan María E., de vocación servidor de la parroquia. Lleva ya años en su silla de ruedas. Pero no sufre por su incapacidad física y quebranto, sino por no poder hacer ahora lo que antes hacía: velar por el orden en la iglesia, repartir sobres, arreglar grietas..., o sea: amar a su parroquia. Pienso en tantos feligreses que, con pudor, te dicen un día: "Yo no valgo para animar liturgias o catequesis; pero aquí están mis manos". Y ahí andan, jugando a carpinteros, albañiles, herreros, lavanderas, y aventurando arte y decoración, si ustedes me apuran. Pienso, en fin en... Pero, no. Piensa tú mismo, lector. Y verás cuanta mujercita pobre dejando sus dos reales. En el frontis de la casa de Lope de Vega, en Madrid, leí esta bella sentencia: "Parva propia, magna; magna aliena, parva". Permítanme que la traduzca así: "Muchas cosas de los que están a mi lado, son grandes. Y grandes cosas de los de fuera son pequeñas".